29.11.10

Primera noche en El Sol.

La lluvia que reposaba en charcos sobre el asfalto me trepaba por las perneras del pantalón. Hacía poco que había bajado del tren y ya me encontraba calado hasta los huesos.

Nueva ciudad, sin nadie conocido, buscando otra vez una bola pesada con una cadena al tobillo que me atase al mundo.

No llevaba equipaje apenas, sólo una vieja y raída maleta de cartón con un par de camisas y mudas, además de un pequeño libro rojo en blanco.

Ésa era la verdadera intención de mi mudanza a una ciudad desconocida, llenar un libro rojo.

Se hacía de noche, vagué un poco junto al río que atravesaba la urbe, como una arteria qu traía mensajes de la montaña para llevar otros al mar. Pronto encontrñe una vieja casa con cortinas rojas, que lucía sobre su puerta un cartel que rezaba Hostal Sol Naciente.

Podía permitirm unas cuantas noches ahí antes de encontrar algún trabajo, así que alquilé una habitación. El hostal era de una pareja de unos sesenta años. La mujer se encargaba de hacer la comida y las habitaciones, mientras que el hombre hacía de conserge y de camarero en el bar de la planta baja.

Necesitaba un trago, fui al bar, me senté frente a los grifos de cerveza y pedí una pinta.

Abrí por la primera página de mi libro, aún en blanco, y cuando me disponía a estropearla con alguna mala idea, el viejo barman interrumpió mis pensamientos.

-¿Qué hay, amigo? ¿Qué le trae, a un muchacho joven como usted, a un sitio como éste?
-¿A qué se refiere?
-Ya sabe... tan alejado de de la noche en la ciudad, sin... sin mujeres.
-Bueno, supongo que todos queremos estar solos de vez en cuando.
-Le han roto el corazón hace poco ¿me equivoco?
-Digamos que me di cuenta de que cuando una mujer consigue que me olvide de otra, ésta ocupa el lugar de la primera, y por esta vez quería dejar el corazón vacío por un tiempo.
-Pero... entonces aún no se ha olvidado de la última.
-Y quiero conseguirlo por mis propios medios.
-¿Con un libro en blanco y una cerveza?
-Es posible.
-Pues permítame invitarle a otra, si no le importa contarme qué hizo para que usted quiera olvidarse de ella. Por aquí no pasa mucha gente y muy pocos dan conversación.
-La verdad, ahora que lo pregunta, no sabría qué responderle, pero aceptaré esa cerveza. Supongo... supongo que soy yo el que no sabe hacer las cosas. Me falta algo y he venido a buscarlo.

28.11.10

Arriba, donde los calcetines.

Una vez más, me quedé sin historias que contar -aunque me quedan algunas que me reservo para mí solo- espero que ésto no dure mucho porque... ya es algo necesario. Deambulo por cada rincón de mi cabeza buscando las palabras que sé que había en algún cajón de más allá. No sé si lo que me afecta son las cosas que pasan o las que yo me imagino, alguien, supongo, lo entenderá algún día.

Que pase este día, o esta noche, o lo que sea. Quiero que vuelva.

25.11.10

San Bukowski.

Tomar una porción de Hemingway, añadir una dosis de humor (del que Hemingway extrañamente carece, mientras que Bukowski es un virtuoso), mezclar con un puñado de hojas de afeitar y varios litros de vino barato, luego una o dos gotas de ironía, agitar bien y leerlo al final de la noche: así tendrá el auténtico sabor Bukowski.
Neil Baldwin

24.11.10

Parábola austral.

Ahí viven al revés, por eso los koalas pasan su vida agarrados a un árbol, para no caerse.

22.11.10

Cuando eres extraño...

Alguna vez escuché que la locura es una virtud que sólo saben disfrutar los locos.

A mí me gusta disfrutarla, ya sabes, pensar en absurdo.

18.11.10

Aventuras en el KGB.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Noviembre de 1984, recién alistado en el Directorio de Operaciones y Tecnología del Comité para la Seguridad del Estado soviético bajo el sobrenombre de Vladimir Antonov.

No hubo muchas preguntas, solamente me pidieron "amablemente" que no filtrase ninguna información acerca de los experimentos que se realizaban en los laboratorios del departamento para el que trabajaba fregando suelos.
Era inevitable que me enterase de que los experimentos secretos consistían en una nueva fórmula de jarabe para la tos compuesta principalmente por ácido lisérgico y piel de patata. Lo llamaban "Proyecto Gorlo". Empecé a perder mi fé en El Partido, y, tras casi 7 años de duras jornadas de limpieza en el Escuadrón Uborka, decidí abandonar la vieja patria con mi petate lleno de cartófilos podridos y alguna muda limpia mezclada con las sucias.

Decidí ir hacia el Oeste... viajé como polizonte en varios trenes hasta llegar al puerto de Rotterdam, donde me enrolé en un barco de mercancías para ir a Londres.

Cuando llegué a la ciudad del Támesis, cambié otra vez mi nombre por el de Samuel Dolittle, y conseguí una sucia habitación encima de un pub del distrito de Whitechapel, el Cockney's, donde me aceptaron como a uno más, y conocí al viejo William Flanagan, que me prometió ser su segundo al mando en la expedición que en un par de años lideraría por la Antártida para investigar las rutas migratorias de la rarísima mariposa polar.

15.11.10

¡Ey! ¡Espera!

La verdad es que estoy un poco lleno de mierda y no sé por qué culo cagarla.

Que se pongan  en alto los que no sepan nadar, por si aparece la gota que me colme.

Y no me sale nada bueno.

14.11.10

Creo que ya vuelvo.

Siento la tardanza, me perdí por Siberia...

No traigo muchas cosas nuevas que contar, así que mejor que hable Arthur Lee por mí...

Sentado en la ladera de una colina
viendo a toda la gente morir,
me sentiré mejor al otro lado.
Arthur Lee.

5.11.10

Aventuras en el kalahari.

Esto me recuerda la vez que estube cabalgando sobre ñúes en el kalahari...

Por ahí hacía un calor horrible, y notabas como Helios te iba cocinando lentamente para servir de alimento a los escuálidos chacales.

Un día en concreto... creo que era un martes... sí, martes, porque tocaban judías para comer. El caso es, ese martes, iba yo con mi ñú por la sabana viendo a las cebras y a las jirafas cuando, sin motivo aparente, mi ñú, aquela bestia del demonio, se empezó a revolver e hizo que me cayese de su lomo. Se marchó corriendo el jodido, y yo con la muñeca rota.

Pude regresar al campamento sin problemas, enseguida me pasé por el abrevadero y lo llené de detergente.

Los ñúes se partían el culo, todos patas arriba echando espumarajos por la boca.

La tribu que nos hospedaba se cabreó muchísimo y tuve que largarme, me fuí a Turkmenistán y me apodé Vladimir para ganarme el respeto de una mafia de neumáticos nativa. No duré mucho, solo nos daban arroz de comer, y no era muy bueno.

Y esa es la historia de cómo entré en el KGB, y hasta ahí mi vida hasta 1984.