22.2.11

Pub Limbo.


Había algo que no me dejaba ver… era como un oscuro velo sobre mi cabeza, ligero como el propio aire que parecía volver a respirar después de haberme sumergido en un tranquilo mar de agua helada.


Poco a poco se iban notando pequeños faroles al fondo de una sala de techo alto, caminé hacia ellos y enseguida tropecé con unas cuantas sillas. La oscuridad se iba tornando en una diáfana luz anaranjada, que titilaba cual hoguera reflejándose en los cientos de botellas y fotos enmarcadas que adornaban los anaqueles de las paredes decoradas con papel verde oscuro.

Cuando ya vislumbré las estanterías repletas de libros encuadernados en pieles de colores, algunos más viejos que otros, y una pequeña barra con un único taburete, volví a caminar para sentarme, pues el viaje que no recordaba me tenía consumido. Mis piernas se habían vuelto pesadas, muy pesadas, pero cuando conseguía que se separasen del suelo se tornaban livianas como polvo en el viento.

-Esto parece un sueño-pensé.

-En cierto modo, lo es.-contestó desde las sombras una voz grave.

-¿Quién anda ahí?-inquirí nervioso.

-¿De verdad no lo sabes?

-¿Jeffrey?

-Supongo...

Y por fin adiviné penosamente la figura que esperaba tras la barra, limpiando con un trapo un vaso antes de empezar a servir una cerveza en él.

-¿Qué es este sitio, Jeff?

Jeffrey siempre iba con su camisa blanca sin mangas y su pajarita negra impoluta, con pliegues perfectos. El resto de su cuerpo nunca había llegado a verlo, lo cierto es… que nunca había visto a Jeff sin su barra de madera con marcas circulares de los vasos húmedos que habían sido posados ahí durante años y años.

-Echa un ojo por ahí-me indicó levantando la cabeza en dirección al resto de la sala-tú sabes dónde estás, sólo que aún no lo sabes.-añadió mientras dejaba el vaso de cerveza delante de mí.

Le pegué un buen trago para aclararme la garganta reseca y me puse a observar todos los objetos que llenaban la estancia. Todo me resultaba familiar, ordenado en un caos aparente que cobraba sentido quizás sólo a mis ojos. La estantería más cercana estaba llena de libros, cogí el primero que alcanzó mi mano azarosa y lo abrí por cualquier página… ¿Qué era aquello? Estaba atiborrado de garabatos infantiles sin sentido, de los que únicamente se podía conjeturar acerca de su significado unos cuantos contados. Cogí otro libro, éste tenía algunas anotaciones cortas acompañadas de imágenes borrosas, leí unas cuantas líneas y caí en la cuenta de que eran recuerdos de mi infancia, una tarde en el parque o aquella batalla entre las figuras de acción del cubo de juguetes que era el centro neurálgico de mis días de juegos pueriles. Ojeé más libros y mis sospechas se iban confirmando… era una biblioteca de mi propia vida. Todos mis recuerdos, más o menos perpetuados en mi cabeza, escritos en decenas de volúmenes sin título.

-¿Quién ha hecho todo esto?-dije mientras revisaba la vez que accidentalmente le había amputado la cola a una lagartija e intentaba, entre lágrimas, atrapar a la dueña para devolvérsela, inocente, y desconocedor de la habilidad de estos reptiles para engendrar una nueva. Esperé en silencio, pero no obtuve respuesta, me giré extrañado y ya no había barra, ni taburete, ni cerveza… Jeffrey ya no estaba. En su lugar había una mesa con un ajedrez y dos sillas enfrentadas.

Todo aquello me asustaba, por supuesto, pero a la vez sentía que no tenía nada que temer, como si lo malo ya hubiera pasado. Sin pensarlo me acerqué a la mesa y tomé asiento. La silla crujió bajo mi peso. Observé detenidamente el ajedrez y parecía perfectamente normal, con sus sesenta y cuatro casillas negras y blancas, sus torres, sus caballos, sus alfiles… cogí el peón del caballo de la reina con el índice y el pulgar y lo levanté para hacerle avanzar un par de casillas.

-Salen las blancas.

El sobresalto hizo que brincase sobre la desvencijada silla y el peón saliese volando un par de metros más allá. Había un viejo sentado al otro lado de la mesa. Sus ojos claros me eran demasiado familiares.

-¿Abuelo?

Asintió sonriente, y se desvaneció con un soplo de aire ¿Qué ocurría? Miré a mi alrededor y parecía que todo había cambiado de lugar, ni siquiera podía estar seguro de seguir en el mismo cuarto. Cada vez que me daba la vuelta lo que antes estaba tras de mí se cambiaba por otra cosa. Veía en las paredes cientos de retratos de toda la gente que había conocido a lo largo de mi vida. Las lágrimas ya corrían por mis mejillas, me llevé las manos a la cabeza angustiado y me tiré de rodillas al frío suelo ¿Qué me está pasando? Empecé a sollozar con la cabeza baja, nada tenía sentido, no había explicación alguna…

Una mano se posó entonces sobre mi hombro, y una calidez tranquilizadora recorrió mi cuerpo. Levanté la vista, y la verdad es que mi sorpresa no fue tal como me había imaginado que sería al ver lo que vi. Era yo mismo.

Mi imagen me miró fijamente a los ojos, me sonrió y me hizo un ademán para que me incorporase, cuando lo hice, vi que la sala estaba como al principio: las mismas mesas con las que había tropezado, los mismos faroles temblorosos, los mismos estantes con sus incontables libros… y la misma añeja barra, pero esta vez con dos taburetes.

Nos sentamos y nos quedamos mirándonos el uno al otro, lo cierto es que yo observaba con justificada incredulidad el increíble parecido físico… ¿cómo podía él ser yo? ¿o acaso yo era él?

-Bueno, ¿qué?-me dijo con mi propia voz, el desconcierto de la situación hizo que me quedase sin palabras.

-¿Qué de qué?-contesté finalmente entrecortado.

-Llevas desde que llegaste aquí preguntándote todo el rato qué era este sitio, has visto todo lo que hay incluso algo de lo que podría haber… ¿Y aún no eres capaz de darte cuenta de lo que pasa?-las palabras de mi reflejo no hicieron más que reafirmarme en mi incertidumbre.

-¿Qué? ¿Cómo voy a saberlo? Lo único que puedo intuir es que todo esto no es más que un mal sueño.

-Bueno… es un comienzo, no vas tan mal desencaminado.

-Si no es un sueño… ¿Quién eres tú?

-Yo soy tú, al menos la parte de ti que sabe lo que ha ocurrido.

-No entiendo nada, mira, me largo.

No esperé una respuesta, me levanté rápidamente golpeando la barra con las manos abiertas y me dirigí raudo hacia la puerta. Aquella puerta con pintura verde cuarteada y un pesado y oxidado pomo dorado que agarré con fuerza para cruzarla y sentir el aire fresco que se escapaba tras de mí y me devolvía de nuevo a la maldita habitación. No podía salir de allí.

Volví enfurecido a la barra donde me esperaba mi otro yo.

-¡Está bien!-rugí rabioso-¿Qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar?

-Llevas desde el primer llanto aquí y aún no lo reconoces… estamos en tu cabeza.


-¿… cómo?

-El limbo, averno… infierno, si lo prefieres. Estás muerto.

-Pero… no puede ser… yo estaba… no lo recuerdo.

-Yo tampoco.

-¿Entonces cómo lo sabes?

-No te olvides de que soy una parte de ti, tu conciencia, no sé más que lo que tú ya sabes. Me es difícil explicártelo porque para ti también lo sería.

La noticia me dejo trastornado… si estaba muerto ¿qué me quedaba? ¿Pasar la infinidad de los días sin sol ni luna viendo lo que fue de mi vida antes de abandonarla?

-Sé lo que estás pensando-dijo mi… ¿cómo llamarlo? ¿mi porción? digamos la proyección de mi razón-no será infinito-continuó-la luz se irá extinguiendo hasta que ya no haya nada. Esto no es más que el momento en que tu cerebro se apaga, alargado por tu propia percepción en un segmento perpetuo pero con un final. Apenas te darás cuenta del paso del tiempo.

-¿Y qué voy a hacer aquí? ¿Sentarme a tomar una cerveza mientras leo toda mi vida y espero a que esos faroles se apaguen de una vez?

-No hay mucho que hacer por aquí ¿no crees? Eso es lo malo de estar muerto, vivir una eternidad sin poder aprender nada nuevo, en el recuerdo borroso de una mente marchita.

19.2.11

Un día.

Un día, no importa cual, había un gato saltando entre tejado y tejado, mientras, un perro atado a una farola le ladraba, el dueño de este perro estaba comprando el pan en aquella tienda, enfrente de la farola; y la dueña del gato ya hacía muchos años que no volvía a coger aire tras su último suspiro.


Al otro lado de la ciudad, un niño estaba delante de un cuaderno, castigado, a la par que sus amigos correteaban por el parque de recreo. Su profesora aprovechaba esos minutos para descansar con su café y sus cigarrillos, joven, pero ya harta de la vida que escogió y decepcionada con el futuro que espera.

Un importante hombre de negocios cruzaba la calle tranquilamente, cuando, a un par de manzanas de allí, un conductor se saltaba un semáforo y atropellaba a una madre de familia mientras volvía a casa.

Al día siguiente, el gato volvió a saltar da un tejado a otro, su dueña siguió durmiendo, pero no había ningún perro atado a la farola que le ladrase, sí gente en la tienda delante de la farola, pero ninguno era el dueño de ese perro.

Los niños jugaban en el parque mientras la profesora se relajaba con su café y sus cigarrillos preguntándose si el resto de su vida seguirá así e ignorando la razón de la ausencia del pequeño que siempre está castigado en clase durante el recreo.

11.2.11

Bliss! Happiness!

¿Dónde estaba el truco? Yo lo he encontrado.

He dejado de ver el sol pasar desde el sofá y he salido a perseguirlo... no me ha quedado demasiado tiempo por aquello de los exámenes, ya sabéis... taurina, fotocopias, tests, café, bolis en el bolsillo, no te olvides de dni, ojo que los fallos restan... pero bueno, he sido feliz y eso basta.

Ahora ya terminó todo eso, pero sigo alejado de un techo y cambié el pupitre con Red Bull y apuntes por prao con cerveza y Kerouac.

No necesito nada más.


El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos son complejos.
Fernando Savater