23.11.11

Ejercicio: Un día en dos mil doscientas palabras.


Tengo que practicar la retención de información en la memoria, y con ello me refiero a recordar por la noche no sólo lo que hice durante el día, sino mis pensamientos en cada momento.
Por ejemplo, y sin ir más lejos, hoy me desperté a eso de las ocho de la mañana, un par de horas antes de lo que marcaba mi despertador, es normal, pasé un buen fin de semana y me noto descansado. Lo primero que recuerdo haber pensado fue en que aún estaba oscuro y que podría volver a dormirme sin problema, pero no hubo manera… se proyectaron en mi cabeza fotogramas de la clásica película que nos imaginamos y que es algo así como un sueño despierto, pero no conseguía concentrarme, así que decidí hacer algo, y ese algo fue ponerme un capítulo de Los Soprano, concretamente el cuarto de la sexta temporada, seguramente me daría tiempo a verlo y después apurar los tres capítulos que aún me restan para terminar de leer El guardián entre el centeno. El episodio de Los Soprano cumplió mis expectativas, incluso me gustaron las observaciones de un viejo con cáncer de laringe vecino de habitación de Tony acerca de la universidad del propio Universo, la negación de la dualidad, los dos boxeadores son lo mismo, dos tornados en realidad son uno sólo, todo es todo. Me levanté una vez hubo terminado y fui a la cocina a tomar algo de desayuno, me llamó la atención que uno de mis compañeros de piso no estuviese en su cuarto, pero pensé que quizá se hubiera quedado dormido en el sofá. No estaba allí, fue entonces cuando caí en la cuenta de que seguramente hubiese pasado la noche con su gumar.  Saludé al gato Canelo, por las mañanas, cuando estamos él y yo solos, es cuando de verdad me cae bien y me gusta tener un gato en casa, ver como se despereza y se estira y todo eso, cogerle, auparle hasta que queda a la altura de mi cara y mirarle a los ojos de cerca para preguntarle qué tal la noche y luego dejarlo de nuevo en el sofá con sus sueños felinos aún parpadeando entre sus bigotes. Me fui a la cocina, cogí una taza, el tetrabrik medio vacío de leche –y digo medio vacío porque quedaban apenas un par de tragos- y la caja de galletas de dinosaurus que me quitan quince años de encima; volví a mi cuarto con todos los víveres y desayuné sin más compañía que la música que sonaba en aquel momento, y las charlas vía facebook mediante ponemos ideas en común para un fanzine literario al que, a falta de un nombre, yo llamo simplemente Pulp. Cuando hube terminado mis seis galletas y mi taza de leche fría, me fui a la ducha, no sin antes soltar a los prisioneros fecales mientras dibujaba un colibrí en la pared junto al retrete. Como tenía tiempo de sobra, me tomé la ducha con calma, incluso me senté mientras el agua caliente bañaba mi cuerpo, no recuerdo muy bien lo que pensé entonces. Yo soy el típico que se pasa más de diez minutos en la ducha pensando en sus cosas, inventando películas y todo eso. Después de enjabonarme el pelo y el cuerpo mientras silbaba Singing in the rain, me sequé, me vestí y fui a despertar a mis otros compañeros de morada. Mateo como siempre se despertó fácil tras un par de toques a su puerta y verme asomar la cabeza por el quicio, como siempre me preguntó la hora, las diez y media, contesté, aún tienes tiempo de ducharte tranquilamente. Me di la vuelta y piqué la otra puerta, la de Rafa, que no se despertó, me asomé como había hecho con Mateo y empecé a gemir como en pleno acto sexual, la verdad es que tardó más de lo que me esperaba en levantar la cabeza para ver qué pasaba, lo más seguro es que con mis gemidos haya alimentado un sueño erótico… visto así me arrepiento de haberlos hecho. Rafa me dijo que no iría a clase, que estaba cansado, le pregunté que a qué hora se había acostado y me respondió que a las dos. Ocho horas no está mal, le dije, anímate. Pero no hizo más que taparse la cabeza con la manta, no insistí, Rafa no gusta de ir a clase. Comencé entonces a hablar con Mateo, mientras se vestía, mientras bajábamos el ascensor… se notaba que aún tenía sueño y que no tenía nada de qué hablar, pero yo ya llevaba casi tres horas en pie, y necesitaba expresar mi felicidad matutina. Cuando salimos del portal vimos que llovía y hacía algo de frío, yo estaba bien, pero Mateo no llevaba más que una sudadera de chándal, le respondí a su mirada con una que decía “vale, venga, sube a coger un chaquetón” y me quedé esperando en el portal. Entró una señora mayor, la saludé, últimamente me gusta saludar a la gente con la que me cruzo, no digo todo el mundo, pero sí los vecinos del portal, el chófer del autobús y todo eso.
No almacené en mi memoria apenas nada del camino a clase, supongo que por ser un acto de pura rutina en la que el cerebro se desconecta y no tienes que pensar para saber qué camino tomar, simplemente caminas y caminas y piensas en cualquier otra cosa. La clase pasó sin más, se pusieron a discutir sobre los fallos de nuestra carrera y yo apenas presté atención, no me gusta escuchar a la gente quejarse si no es por algo que merezca la pena, quiero decir, está bien que se hable de los errores de algo para arreglarlos y todo eso, pero no cuando parece que al que se está quejando de algo tan poco importante le está yendo la vida en ello; justo ayer leí que Adam Smith dijo que el que se toma todo a vida o muerte, muere muchas veces. Al final tuvimos que redactar nuestras propias opiniones, lo hicimos bien, me gustó cómo nos quedó, con lenguaje cultivado pero sin llegar a pretencioso, tampoco cayendo en el enojo, simplemente exponiendo lo que se nos pedía. Terminamos rápido y nos fuimos al Café Clandestino. Mucha gente nos mirará con ojos furtivos y acusadores por pedir pintas de cerveza en vez de café o coca cola, pero, qué demonios, ya pasa media hora del mediodía, demasiado tarde para desayunar, demasiado pronto para irse a casa a comer, y nos apetece una cerveza o dos o tres. Tampoco es que sea beber por beber, ojeé un poco El Norte de Castilla y el Marca, además de adelantar capítulo y medio de El guardián entre el centeno, aconsejé a Iñaki acerca de su dibujo, tal vez deberías hacer estas ramas más rectas, le dije, o intenta resaltar la luna borrando con la goma en vez de pintar su contorno con una gruesa línea negra,  estábamos de acuerdo. Hablamos un poco de todo, salió en la conversación Mozart, Bukowski, Dylan, Salinger… pero no penséis que era una conversación demasiado cultural, más bien de lo que tardábamos en coger el sueño. Txutxi nos invitó a la última, la que cerraba el segundo litro, Mateo iba cada rato al servicio, zarandeando su vaso a medio vacío –y digo medio vacío porque quedaban apenas unos tragos- sin importarle si derramaba algo o todo. Tal vez fuimos un poco más tarde a casa de lo que teníamos pensado… serían las tres y media o así. Teníamos planeado hacernos unos filetes de ternera asturiana de medio metro de diámetro que guardaba en la nevera, pero decidimos comprar una barra de pan y hacernos sendos bocadillos de cecina.

*  *  *

Vi otro capítulo de Los Soprano y dormí una media hora de siesta, o quizá cuarenta minutos, tenía mucho, mucho sueño, pero debía ir a clase de arte, ninguno de mis compañeros de piso tiene esa clase, así que subiría con Iñaki, pero me dijo que hoy no iba a ir (más tarde me enteré de que había quedado con una chavala), así que me enfundé mis cascos y me lancé a la oscura y lluviosa tarde mientras me comía dos mandarinas. Aquí ya tengo los recuerdos más recientes, recuerdo haber pasado bajo el acueducto pensando en una fotografía que me tomó mi padre junto a mi madre en el mismo sitio y en una tarde similar, apreciándose un haz de luz pasando entre los arcos y la fina lluvia que parece niebla, no sé explicarlo bien, pero creaba un efecto bastante tétrico y precioso. Después pensé que me encantaba el humo del puesto de castañas. Subiendo las escaleras de la plaza de Medina del Campo se me cayeron las llaves de la mochila, pues la llevaba abierta, pero un tío de mi clase que también estaba subiendo me avisó y me las recogió, gracias. Entré en clase tal vez dos minutos tarde, la vi muy llena y me pareció que el sitio donde me siento siempre estaba ocupado, pero estaba libre así que recorrí el pasillo y me senté en mi tercera fila, pegado a la pared. La primera palabra que apunté fue Duchamp, pero todo el tema del dadá y todo eso me agota para tomar apuntes, me gusta y todo eso, pero prefiero prestar atención al profesor. Me gusta este profesor, sabe de lo que habla y no lo hace nada mal, tiene esa clave de humor rollo House pero sin ser un capullo, no es como el típico profesor de facultad que va de colega de los alumnos, y se cree uno de ellos, y todos le tratan como a un tío guay, lamiéndole el culo y todo eso. Bueno, el caso es que poco a poco fui perdiendo un poco la concentración, no porque me resultase poco interesante, hacía calor, ponen la calefacción demasiado alta, tenía sueño y me daba la sensación de que las dos chicas  del otro lado del pasillo me estaban mirando, no me atraían, pero me hice el interesante, suena un poco triste, pero no creo que sea el único que lo haga, creo que sólo lo hago cuando estoy solo, si hubiera estado con un amigo cerca ni me hubiera percatado. Poco a poco me fui sintiendo mal, pensé primero que tal vez una de las mandarinas, o las dos, estuviese mala, pero luego lo achaqué al calor, y un poco más tarde me acordé de dos años atrás,  cuando me desmayé en la clase de al lado por un bajón de azúcar, quizás fuera eso, pero lo descarté, había tomado dos mandarinas, y tenían azúcar… me gusta el olor a mandarinas en mis manos, y en las de otra persona, justamente ayer en el tren un tipo se comió una y pensé que un olor tan fuerte puede resultar molesto para cualquiera, pero como asocio las mandarinas a buenas personas, no me molesta en absoluto. Al final decidí salir a tomar el aire, salir para poder sentarme tranquilamente lejos de aquel calor, pero me daba algo de vergüenza, así que hice como que estaba recibiendo una llamada al móvil y crucé la clase hasta la puerta. Los últimos metros fueron penosos, conseguí salir sin llamar demasiado la atención, pero una vez fuera me di cuenta de que estaba más mareado de lo que me había imaginado, subí corriendo las escaleras con el clásico coro en la cabeza del “no llego, no llego”, y justo llegué al retrete donde vomité toda la cecina, todo el pan, y las dos mandarinas peladas, pensé en dónde había ido la piel, pero luego me di cuenta que, de hecho, la había ido tirado en diferentes papeleras a lo largo de mi ruta casa-facultad. Vomité un par de veces más, y me asomé al balcón del servicio, vaya, pensé, no sabía que este lavabo tuviese un balcón así. Me enjuagué la boca, esperé un par de minutos, y volví a entrar en clase haciendo como que volvía a guardar el móvil en el bolsillo, entré justo al final, a tiempo para recoger mi mochila y volver a casa.
Por el camino volví a pasar bajo el acueducto, sólo que esta vez era exactamente igual que en la foto que tenía con mi madre, con haces de luz entre los arcos en la oscuridad de la noche, tenebroso y bello. Fue justo entonces cuando pensé que quizá debería hacer ejercicios mentales de memoria, para poder escribir los sucesos de un día cual novela, para practicar así y luego poder inventármelos. Tengo un cuaderno para apuntar cosas, pero no sería justo que anotase cada pensamiento, cada suceso cada minuto que pasara, no sería justo para mí porque me perdería muchas cosas haciendo esto, ni sería justo para la gente que me rodease, porque, no siempre, pero a veces, merecen toda mi atención. Por eso me he aventurado a ponerme delante de una hoja en blanco y a ir llenándola con todo lo que he ido haciendo en este día desde que abrí los ojos hasta el momento en el que escribiese no ésta, pero sí la última frase. Entiendo que nadie va a querer leerse dos mil doscientas palabras que narren un día en la vida de un servidor, no lo he hecho por eso. Simplemente es un experimento, un ejercicio si quieren. 

18.11.11

Discurso del Sol.

El siguiente texto es un fragmento de Miedo y Asco en las Vegas de Hunter S. Thompson, reformado ligeramente para retratar mis sentimientos durante el auge del movimiento 15M en la Puerta del Sol de Madrid.


            Emocionantes recuerdos de aquellas noches en Madrid. ¿Cinco meses después? ¿Seis? Parece toda una vida, o al menos una Era Básica: el tipo de punto culminante que no se repite. Madrid en mayo de 2011 fueron una época y un lugar muy especiales de los que valía la pena formar parte. Quizá significase algo, quizá no, a la larga… pero ninguna explicación, ninguna combinación de palabras o música o recuerdos puede rozar esa sensación de saber que tú estabas allí y vivo en aquel rincón del tiempo y del mundo. Significase lo que significase…
            La historia es algo difícil de conocer, debido a todos esos cuentos pagados, pero aun sin estar seguro de la “Historia” parece muy razonable pensar que de vez en cuando la energía de toda una generación se lanza al frente de un largo y magnífico fogonazo, por razones que no entiende nadie, en realidad, en el momento… y que nunca explican, retrospectivamente, lo que de verdad sucedió.
            Mi recuerdo básico de esa época parece anclarse en una o cinco o quizá cuarenta noches (o mañanas muy temprano) que me ponía delante del ordenador medio loco y, en vez de irme al bar, enfilaba hacia la plaza de Azoguejo ataviado con una vieja mochila de rebook rosa y una zamarra con el lema de Yes We Camp… y cruzaba con un libro el túnel de Guadarrama bajo las luces de Villalba y Torrelodones y Las Rozas, sin saber a ciencia cierta qué vía tomar cuando llegase al otro lado (aún no me había acostumbrado al metro)… pero absolutamente seguro de que fuese en la dirección que fuese, encontraría un sitio donde habría gente tan entusiasmada e “indignada” como yo: de esto no había duda…



            Había locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no en Sol, por Callao, o hacia abajo, por Segovia… en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era correcto, de que estábamos ganando…
            Y esto, creo yo, fue el motivo… aquella sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas de lo Viejo y lo Malo. No en un sentido malvado o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía prevalecería sin más. No tenía ningún sentido luchar… ni por parte nuestra ni por la de ellos. Teníamos todo el impulso; íbamos en la cresta de una ola alta y maravillosa.
            Así que, en fin, menos de seis meses después, podías subir a un empinado cerro en Segovia y mirar al Sur, y si tenías vista suficiente, podías ver casi la línea que señalaba el nivel de máximo alcance de las aguas… aquel sitio donde el oleaje había roto al fin y había empezado a retroceder.

10.11.11

Lamentos bajo el tráfico.


-¿Sabes?-le dije finalmente al tipo sentado a mi lado-Hay mucha gente ahí fuera que llora y grita y se araña la cara por ser escuchados.
-Yo sólo oigo esa maldita sirena.-me contestó entre trago y trago.
-Joder… ¿acaso tú no tienes nada que decir? ¿no quieres que alguien te escuche?
-Tío… tengo que mear-se levantó y se fue al servicio. No le esperé, por supuesto, dejé el dinero en la barra y salí del pub.

Cabizbajo, con las entumecidas manos en los bolsillos, ni siquiera me di cuenta de cuándo llegó este santo frío. Tal vez tenga razón, pensé, cualquiera puede ser cualquiera, y quizá sólo seamos esfínteres andantes. Quizá los gritos ahogados en la almohada no merezcan ser nunca atendidos.

Hoy las nubes son más oscuras, lloran, y tengo agujeros en los zapatos. Se me mojan los calcetines. Creo que estoy de mal humor hoy. Creo que necesito rebelarme contra algo, hoy. Creo que quiero enseñar el dedo de en medio a todo el mundo y sumergirme en el agua, como en un ascensor invisible. Pero quizás sólo necesite dormir un poco.

Sin cartas de Salt Cave City… un viejo fantasma de Woody Guthrie encogido en aquel portal me lo trae a la memoria, fue una época en la que mi camino se iluminaba con mi propia luz, me salían trabajos, no demasiado buenos, pero los había, después pasé alguna mala racha que otra, con tiempo a veces para sacarme la cabeza del culo. Ahora llaman poeta a cualquiera, y yo soy tan cualquiera como cualquiera que te puedas cruzar por ahí.

No tengo ninguna gorra de caza roja, he perdido mi sombrero. No es que no todo el mundo quiera ser escuchado, es que no todo el mundo tiene algo que decir. Y con esto me refiero a que no quieren o no tienen la necesidad de decirlo.

Si al final tendrá razón, somos esfínteres andantes, pero aquí a la mierda la llamo ARTE.

9.11.11

Miedo y Asco en la consulta de Howard. Parte II.



-Está bien, está bien...- continuó Howard-le diré a Marla que las anule.
-¡Mierda!-exclamé sorprendido por la insensatez de mi doctor-¡Había olvidado a Marla!
-¿Qué pasa?
-¡Que puede descubrirnos, gilipollas! Ahora tendremos que cortarle la cabeza a ella también antes de que nos descubra…
-¿Pero de qué coño estás hablando? ¿Estás loco o qué?
-Dímelo tú, tú eres el especialista.
-A ver-dijo finalmente después de unos instantes de debate interno-le diré que ha terminado por hoy y que puede marcharse, no tiene por qué entrar aquí. Ahora mismo voy.

Y se acercó con paso decidido al hall de la entrada donde estaba la secretaria, no sin antes atusarse el pelo y limpiarse el sudor de la frente. Una vez hubo salido de la sala de espera, yo me acerqué a la puerta para escuchar a través de ella.

-Ho… hola, Marla-comenzó Howard muy nervioso-Eh… ¿Qué tal la tarde?
-Bien, muy bien. Ahora mismo iba a ponerme con los horarios del señor Hammett, la semana que viene no puede venir a la misma hora que siempre y estoy viendo si puedo cambiar su turno por el de otro paciente, seguramente a la señora Valdez no le importará.-indicó Marla a una velocidad pasmosa, no recordaba que hablase tan rápido, aunque quizás sea por la tensión del momento.
-Bien… bien… pero ¿sabes? Puedes tomarte el resto de la tarde libre, ya harás esas llamadas mañana… puedes irte a casa… o a donde quieras…
-¡Genial! Así podré ir a ver aquella peli, la de los sueños, dicen que es increíble…-Oí cómo ordenaba papeles y los iba guardando en cajones-Bueno esto ya está, voy a por mi bolso y me voy. Gracias, Howard.

Fue entonces cuando lo vi, aquel bolso de piel colgando del horrible y retorcido perchero de metal. Lo único que se me ocurrió hacer fue bloquear la puerta, justo al mismo tiempo que oía a Howard ofreciéndose alarmado a ir él mismo a buscarlo. Pensé que sería el doctor el que abriría finalmente la puerta pero me quedé petrificado al ver entrar a la rubia y joven secretaria que no se inmutó de mi presencia ni de la del cadáver que yacía unos metros más allá, por lo menos no se inmutó hasta después de haber cogido su bolso.

Se detuvo con un gesto extraño en la cara, de veras, era como si no le sorprendiera lo más mínimo, su mirada fue del cadáver a mí y de mí a Howard, ambos inmóviles, para volver finalmente al cadáver y, después de unos segundos que me parecieron horas, dejar lentamente su bolso de nuevo en el perchero.

-No voy a preguntaros qué ha pasado-dijo Marla con voz serena-¿Éste es el señor Dood, verdad? No pasa nada, he leído su historial, tenía tendencias suicidas-continuó mientras se agachaba junto a él y le arremangaba la camisa mostrando un brazo lleno de cicatrices-doce intentos en total. ¿Nunca tuvo suerte verdad?-Howard y yo seguíamos paralizados sin saber qué contestar-Lo intentó con gas, pastillas, cortándose las venas, arrojándose por la ventana… ese tipo era inmortal y vosotros os lo habéis cargado de un plumazo-apuntilló con una sonrisa alevosa.
-Marla, por favor-contestó en seguida Howard con un hilo de voz-Tú nos conoces, sabes que no haríamos tal cosa.
-¿Un psicólogo adicto a la marihuana y un borracho con problemas de control de la ira?-se rió-Ya sé que no habéis sido vosotros, pero imagino que no vais a llamar a la policía y me resulta divertido ver cómo os deshacéis de este fiambre.­-añadió mientras le sacaba del bolsillo a Dood su cartera y se ponía a contar los billetes.
-¿¡Qué coño haces!?-exclamó Howard-¡No puedes robarle a un cadáver!
-¡Pásame su reloj!-grité finalmente con el labio mordisqueado tras la presión del momento, con una voz demente y entusiasmada por lo insólito de la situación. Marla me lo lanzó y enseguida me lo ajusté a la muñeca.-Ya puestos…-le dije a Howard al ver su rostro de decepción-él ya no lo va a necesitar-.


6.11.11

Poemas taciturnos esperando al sol.

En cierto modo me gusta la suciedad. No en el sentido estricto de la palabra, lo estricto es serio, me refiero al sentido espiritual de suciedad.
Suciedad significa que ocurren cosas, y nunca se repiten demasiado, se suicidan con gusto para dejara paso a nuevas cosas. La NATURALEZA es sucia y ser limpio es aburrido.
Yo aprendí de los animales antes que a correr. Yo ya me imaginaba historias antes de vivir ninguna. Yo ya gasté muchos bolis, y no sólo eso, también os robé alguno para terminar... esta frase.

*  *  *

¿Habrá de verdad gente en el mundo muriéndose de hambre por su ARTE? Me refiero a ahora mismo. Yo tengo suerte y unos padres que me cuidan como... eso, padres, pero tal vez incluso mejor.
Es todo una locura, ¿de qué viviré yo? y no lo digo desde la vagancia y el parasitismo, lo digo desde el suspiro del artesano inválido en su menester.

*  *  *

El tiempo pasa muy despacio ahora, puedo verme surcando el ya irritante tópico de los ríos de tinta. Veo cada árbol en la orilla, cada tronco muerto atorado entre las rocas fluviales. Si estas líneas no avanzan más deprisa no voy a tener tiempo para llegar al mar, es decir, al final. Es curioso que el final, o la muerte, se relacione con algo tan inmenso. Como la NADA que no es tan diferente del TODO.

*  *  *

Campanas en el templo, como los brindis en un bar. Billy el niño al galope por Nuevo México, hace tiempo que esquivó aquella bala. Cabalga por la tierra de Frisco, de Jack London, la tierra de sangre y ferrocarril. La perrera del dios PRISMA DE LUZ y sólo un par de ojos.

*  *  *

No puedo evitar al cerrar los ojos verme tumbado en un prado orientado al oeste, bajo la sombra de un roble mirando aquellos ojos, castaños y de todos los colores y todas las almas que puedan caber en unos sencillos ojos humanos.

*  *  *

Tal vez sea mejor dejarlo por hoy, parecía hace un rato que era mañana... ¿o era ayer? Da igual, el sol me ha vuelto a alcanzar con los párpados abiertos. Yo pienso que es de mala educación acostarse antes que la luna, que es la única que nos aguanta por las noches mientras la ignoramos.

Línea final, punto.

5.11.11

Curiosidad y cerveza.


-Lo importante es sentirse bien con uno mismo-le dije a Leonard al volver a sentarme a la mesa después de pedir la tercera ronda de cervezas. Es curioso, no recuerdo de qué estábamos hablando antes de levantarme. -¿De qué estábamos hablando?-me preguntó con la mirada perdida tras pegar un trago. Llevábamos una hora escasa en el Hyde Corner, nuestro templo de cerveza, dianas, café y periódicos matutinos.

¿Qué hago aquí? ¿Qué sitio es éste? Me resulta familiar pero… ¿Por qué todos hablan francés? ¿No estaré en…? No. No. Imposible. Me termino esta cerveza y me marcho.

-¿Quieres jugar?
-¿Perdona?
-Si quieres echarte unos dardos, hemos puesto partida para tres y nos falta uno. ¿Te apetece?
-Claro… esta pinta tiene poca conversación.

La barra metálica y brillante. Un personaje con chupa de cuero y camiseta de AC/DC muy borracho dando golpes a mi barra metálica y brillante. Leonard y yo olvidamos sus gemidos y apuramos nuestras copas, el barman está más borracho y no tenemos prisa, yo me había prometido escribir todos los días y no beber en lunes, pero estamos de celebración, amigos, he dado mi primer paso en el camino sin ni siquiera moverme. Quiero sentirme bien conmigo mismo  y para eso me olvido de todo lo que no tiene lugar allá donde iré. Siempre, toda mi vida, he tenido sueños y no objetivos. Ahora tengo un solo objetivo y es el de vivir mis sueños, contento con lo que venga, porque el que-no-venga-nada es demasiado triste, como una tela de araña colgando de todo y nada.

Tenemos una radio sin baterías, y entre ruidos grises se escuchan cuchicheos, sonrisas de payaso y sombreros grandes. Otro trago y otro trago, para acabar solo en una cama que no es mía. ¿Y qué hago aquí? Hace tiempo que Leonard se perdió en la noche, hace tiempo que la noche se perdió en el día. Voy haciendo eses bajo el sol temprano con una sonrisa en los labios por debajo de la que ya estaba pintada. No sé de dónde vengo, y no estoy muy seguro de a dónde voy pero, ojo, tengo esa sonrisa.

SOY DEMASIADO DIFERENTE A LO MÁS PARECIDO QUE HAY.

Quieren que me deje de tonterías y ESCRIBA. escriba algo SERIO. Yo sólo sé lo que me dijo Tom Zé, “¿Por qué esa manía enferma? ¿Esa preocupación por parecer tan serio?”.

Pues, sin tonterías, quiero encerrarme y escribir de verdad. Quiero irme, no para siempre, sólo por un tiempo, y terminar de descubrirme. Que todos mis amigos me envíen cartas, ahora sí que leo lo que ponen las cartas, quiero leerlas, quiero que haya gente que me quiera contar cosas, quiero que haya gente que quiera escuchar las mías. Quiero no poder quitarme nunca esta sonrisa.

2.11.11

Sin título.211.


creo que no entiendo mucho de todo ese rollo de las poses. porque realmente no sé si yo soy real o sólo pose. y gente que parece actuar en realidad están siendo reales. gente real que en verdad está actuando. si poso, por lo menos lo hago también cuando estoy solo, lo que me convierte en real. pero, al ser tímido, mi pose es la de estar quieto y callado. creo que sólo conozco a una persona real. siempre joven.


     escritorio. interior. luz tenue de flexo.
          Veo una caja de cerillas, un mechero, un dado que   marca el 2, una lista de canciones, un sacapuntas, una taza    vacía, un cenicero lleno de las cenizas de anotaciones    quemadas, eso en el lado izquierdo.
          A la derecha, veo un par de chapas de paulaner, un posavasos de glasgow, un ratón, un par de papeles, unos     auriculares, cuatro bolígrafos, un taco de post-its,    escritos de un viejo indecente de bukowski, una cesta con      cinta adhesiva y el menú del restaurante chino gran muralla, eso en el lado derecho.


el resto de la película se la pasó enfrascado en la digital hoja de papel en la que pretendía recoger una bitácora de un un viaje desde el trono de mimbre. apagué la t.v. supongo que al rato apagaría las luces y se iría a dormir.

me gustan los post-its, son como farolillos chinos alumbrando la plaza del escritorio. recordándome, memento, lo que tengo que decir. son como el apuntador agachado susurrándome el resto del guión cuando me quedo en un folio en blanco.