18.3.12

Veinticuatro.


24.
         Esta vez no cogí mi mochila, solo un puñado de revistas literarias y mis pantalones cortos caqui. Lucía el sol ahí en lo alto, pero soplaba una fría brisa —No cogeré abrigo, pensé, no estaré fuera más de diez minutos  —Puse mis pasos en marcha para abandonar mi tierno país subterráneo, el país del fútbol y las guerras sin víctimas, el país de los platos sucios y las botellas vacías —En la pequeña campiña de rocosos arcos, las pequeñas flechas indignadas se mezclaban con trajeadas plumas de celebración (la primera de las que vería en el resto del día). La espera no duró, otros quizá dirán que sí, pero lo cierto es que fue cuando menos amena. Preveía una entrega fulminante, pero fue acompañada de cartas de invitación y cajeros apagados que aceptaban la oferta. Un perro me saludó en el camino, su dueña no, no la conocía, al perro creo que tampoco… El grito con las peores tapas de la comarca estaba cerrado, así que nos dirigimos al santuario de los platos de champiñones y la caña y el mosto, y hablamos de Asimov y de Auxley, de Hesse y Tólstoi, de Cohelo y de Auster; todo para escapar yo de la fría cultura con excusas premeditadas e inocentes —Me sentía a gusto a pesar de las libélulas lobo, que me siguieron a lo largo del día, por cierto, y que cada vez soportaría con mayor indiferencia —El camino es corto y fácil, nos dijeron, pero nos paramos a pelar naranjas con los pies colgando admirando el silencio urbano y el sosegado vuelo de las cigüeñas. No queremos eso, un destino cómodo, queremos caminos tortuosos y enzarzados, queremos inseguridad, no certeza; Buscamos la cura secreta de los sioux, no nos lo pusieron fácil, pero tras muchos pinchazos y arañas invisibles, encontramos la negra y arrugada semilla —Un mar de asfaltos corría ladera abajo hasta las doradas dunas. Cavé ahí la tumba de una de las semillas que antes había recolectado, le deseamos suerte —Inventamos combinaciones de palabras sobre el puente, y una anglosajona nos indicó que nuestro templario destino se hallaba al final de la calle, siguiendo el río, a la dererecha. Y nos sentamos a reír con la nueva palabra, sonrientes como mis calcetines de colores, siguiendo nuestra ruta a través del zoo de niño —El dinero custodia la puerta una vez más, pero yo me conformo con sentarme en el viejo peldaño a la luz del oblicuo foco sobre el reino. Tumbas cavadas en piedra, también de niños o tal vez de enanos… las cuevas antaño templos paganos ahora rinden culto a la santa litrona y las gafas de sol. Pero preferirnos tumbarnos en la árida pradera soñando con ser nubes, con ser piedras… —Todo fluyó después en la verde ribera con paseantes portadores de la libertad y algún perro y algún niño, pavos reales, palomas, gorriones, más cigüeñas, antiguos pasadizos, balcones de princesas, lombrices, mosquitos, piedras saltarinas dibujando hondas, piedras musicales, música del agua, ramos de flores bañándose, ceniceros arcaicos… —Cruzamos el río saltando de roca en roca y atravesamos el bucólico sendero hasta el campo del almendro y el perfume, y las angulosas calles de coches aparcando y repetidas celebraciones —Y llegamos a una nueva época, la época de las vaporizadoras de berzas y los cuchillos y las zanahorias y las patatas… y las lacrimógenas cebollas ¿qué haríamos sin ellas? La época de Traffic y los Kinks y la cerveza —Pasamos a la cena bañada en lambrusco (tras trabajos de carpintería y casi dinamitar algunos cráneos) para celebrar la acontecida aventura —Me dijo «nunca bajes de ahí arriba» y es curioso, porque es lo mismo que le dije yo hará casi setecientos treinta días —John Lee Hocker y Santana ahora, y todo el Universo, recuerdo ahora, es Todo… y se hablan de muchas cosas después de una copiosa cena y unos chupitos de cuantrón derramados, y hay dos pares de ojos que se miran y se ríen con niños tocando el banjo y el violín y la guitarra y la batería; y a veces nos llegan llantos telefónicos que no se pueden desoír a causa del latido del más grande de los amores; dichoso, yo suelto una sonriente lágrima por esto —El camino de vuelta a casa fue curiorrífico pero agradecido, a este día del calendario tendría que decirle que es muy raro, y más hoy que no estuvo pintado de verde, no de ese verde al menos —Mi país yacía ahora pacífico y despoblado, y me miré al espejo con un cuenco de malta y una pluma de hojas… y creo que hasta ahí fue todo… hasta ahora (eso es al menos todo lo que recuerdo).


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