14.5.12

Los lejanos silencios en el mar.


—Hace mucho que no soy feliz… ni triste, hace mucho que tengo sueño y no puedo dormir —se movió un poco para estar más cómoda y su silla crujió en un susurro—.
—Puede que tu conciencia esté cargando con un peso que no puede soportar… —dijo mientras exhalaba el humo de un cigarro— ¿entiendes lo que quiero decir?
—El único peso que soporta mi cabeza tal vez sea el mío propio.


Y apuré mi último trago de scotch  bajo la blanca noche. Llevábamos atracados en aquella isla unas dos semanas; a ella la conocí en la tercera noche y en seguida nos entendimos bien. No vi en ella a la típica camarera de bar isleño que se impresiona con tatuajes, cicatrices y músculos endurecidos al sol; sino más bien a una muchacha inteligente con la que valía la pena intercambiar algunas palabras, mi propia Sabina sin sombrero ni Praga.

Aquella noche hablamos durante horas acerca de Orwell y Huxley, de Freud, del cielo y del mar, aunque lo que más recuerdo ahora son los silencios. Siempre es el silencio.

Desde entonces pasábamos las noches en el mismo porche que hacía de terraza del bar hasta que despuntaba el día y yo me tenía que ir en el remolcador  hasta la hora de comer, de todas formas no podía dormir con aquel calor a pesar de la fresca brisa marina y me bastaban un par de horas de siesta tras el almuerzo.

Han pasado ya muchos años y muchas olas desde aquella conversación, y me arrepiento de haberle dicho eso, pues ahora me doy cuenta de que no era cierto. Sí que era feliz. Cargaba con mi propio peso pero era feliz, ella me hacía serlo.

Parece ser que los que no sabemos vivir estamos condenados a dejarnos nuestro amor olvidado en la otra orilla del mar y no hay forma de regresar.

Recuerdo un lunar, pero no dónde estaba. Han pasado ya muchos años y muchas olas y mis ojos se han vuelto grises y mis manos viejas y curtidas, ya no sabré encontrar todo aquello, a mi joven Sabina de ojos castaños tras una Kodak desechable intentando capturar mi rostro para el recuerdo… lamento no haber dejado que lo hiciera, lamento no haber tenido una dirección que darle para poder escribirnos… lamento no haber tenido valor para escribirle desde Singapur o Melbourne o Ciudad del Cabo o Nueva Orleans o cualquier otro puerto en el que me haya apostado.

Lamento que nuestros silencios no hubiesen durado más tiempo.

1 comentario:

Sergio DS dijo...

Muchas veces no somos conscientes de que la causa de nuestra "infelicidad" somos nosotros mismos, lo triste es tardar en detectarlo.

(Qué joven se le ve a Eddie Veder)