27.4.13

Carpio koi heyoka.


         Los niños se reían de mí por llamarme Carpio, pero me gustaba. No todo aquello de las burlas y bravuconerías, sino el nombre en sí. Tiene algo de magia, algo de payaso sagrado, algo así como el fresco estupor de la fina lluvia norteña en los párpados.
         Siempre he creído en que el nombre propio influye en la personalidad de cada uno, como un signo, pero ahora me han hecho ver que nuestro nombre no tiene por qué ser el mismo con el que nos salpican de agua santa susurrando inocuos conjuros sobre la llorosa facha, sino una palabra que nos define, una esencia resplandeciente. Ése es nuestro nombre.
         ¿Pero qué vamos a saber nosotros, si sólo somos una manada jumdirilla de lunáticos joroschó que se tumban a la sombra de los árboles?

         Me decían cabeza de calamar, pero nunca entendí el por qué. La nostalgia es el primer síntoma de ser humano y por eso olvidamos los miedos y torturas de la infancia para recordarla como una verde campiña de margaritas y verde trébol bajo el cantar del mochuelo y de la alondra. Pero engañarse para complacerse es el segundo síntoma de ser humano.
         Yo creo que no somos más que monos calvos y locos.
         ¿Pero qué voy a saber yo, si escribo esto en una madriguera tenue alborotada de cachivaches y mamotretos, acomodado en el hogareño colchón?

         Volví a soñar que era un astronauta dormido en el fondo del mar, pero esta vez no sentía las mareas acicalando las algas, sino silencio. Me asusté, a mi manera, pero no fue un sueño inquieto, sino custodiado por una calma solemne o algo así.
         Supongo que hay que ser feliz siempre.
         ¿Pero qué voy a saber yo, si mi escafandra me sirve de pecera para el flagrante koi heyoka [1] de mi barriga y no sé del mar más que es grande y azul?
        
         Mi papá me enseñó una vez —aunque, siendo justos, me lo tuvo que repetir muchas veces— que los senderos ya están hechos para ser andados, y que no hay que inventar la bombilla cada vez que te quedes a oscuras, también que hay que darse prisa porque el hielo se derrite y pronto el agua lo anega todo. Y que hay que ser feliz.
         Mi mamá me enseñó a ser paciente, supongo. Y que aunque no se tenga humor siempre hay sitio para una broma. Me enseñó a respirar bien profundo y a escuchar con oído joroschó los bramidos de las olas. Me enseñó a leer, y que no sólo hay que hacer lo que se quiera sino también querer lo que se hace. Y que hay que perseguir los sueños. Y que hay que ser feliz.
         ¿Pero qué van a saber ellos, si se besaban suspendidos en una pétrea pared en aquella foto vieja que tanto me gusta?
         [A mi hermana le dedicaré otro capítulo.

         Leí cartas del norte que decían:

                   »Fríos susurros arrastra el aliento desde Jutlandia. Cruzamos obnubilados las aristas del laberinto anacrónico con las manos expandidas y agitadas y la mirada desviada en su propio globo.
                   »Fríos sudores de la paranoia amable que convierte el paseo en un terrorífico evento con final feliz extremeño cerrando el círculo de la novatada de la percepción histérica y otras vesches.
                   »Que caminamos sin rumbo en círculos heptagonales evitando los puentes, asustados por el vertiginoso gira y gira de la moneda terráquea.
                   »¡Beaumont y Village, héroes del acertijo del laberinto anacrónico!

         Y no entendí nada.
        
         ¿Pero qué voy  entender yo, si el mayor océano que conozco es una palangana de plástico navegada por barcos de corcho tripulados por hormigas?


         Aquel viejo catalán, al marchar de Macondo para volver a su aldea natal, dejando un montón de libros, dijo algo así como: —¡Acá le dejo toda esta mierda!
        
         Y no le faltaba razón porque, al final de todo —que también es el principio—, no sabemos nada.




[1] loco.

1 comentario:

vErdE! :) dijo...

kikikikiki ki ki

Por los mares de Carpio bien se navega muy bien en el barco de papel periódico.

Jumdirilleadamente pero si olvidar la fuerza que posee toda escoba a base de barrer tanta mierda.

JOROSHO por ti, por el laberinto.