31.5.13

De orugas y hongos.

Nos dimos la vuelta como bailando, giramos como el tiempo gira sobre sus estambres deshojándose para que broten nuevos pétalos de colores. Revolcamos nuestros cuerpos bajo la noctámbula cúpula manchados de barro y lluvia y nos quedamos como los cantos rodados de una orilla cualquiera con el corazón tan duro como la coraza y ese estremecimiento vacío entre las sienes.

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Me acuesto ahora por las noches como una oruga en su crisálida, y sueño con que al despertar luzco unas irisadas alas joroschó. Pero mi pupa no es más que una colcha normal como las que usan las personas. Por eso me despierto decepcionado a veces, pero ¿han visto estas aletas doradas y este caudal ondulado y brillante? El cielo es muy grande, pero no deja de ser más que aire, y hasta los lunáticos saben que las mariposas envidian a los peces por no poder libar del néctar coralino en las profundidades más ignotas.

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Bau da Terra se comió las polillas de regaliz con un beso y fue sin cabeza o con una muy grande y joroschó por las regiones mentales de la introspección, la entropía y la redundancia disfrutando de su particular mentira o aventura como si fuera una odisea por el espacio y el movimiento y la luz y la música y la energía con los coyotes galopando por desiertos circulares de vinilo negro bajo la lluvia de las cerbatanas de plástico científico, mas todo fueron risas y sonrisas con la fuerza primigenia del no-sé-qué que hay en todo y que fluye y fluye como la forma de escribirlo y con los ojos rojos y joroschó.

Bau da Terra dijo bajo el árbol que siempre se respira la decadencia de los años que pasan y pesan y pisan, y que vivimos con la misma sensación que se tiene cuando abandonas la sala de cine después de la película o vuelves a abrir la nevera para cerciorarte de que sigue vacía. Dijo también: Yo no quiero verme, quiero fundirme y confundirme con la voz de la luna que se asoma paulatinamente entre las nubes de plata para observarnos desnuda bajo el eco de su luz.

Bau da Terra también dijo que puedes estar toda una vida —o incluso mil— corriendo tras el Sol, pero él siempre aparecerá a tu espalda como una bola radiante, que es lo que es.

Después se comió su propia cabeza.


29.5.13


(...) Yo sólo creería en un dios que supiera bailar. Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profundo y solemne; era el espíritu de la pesadez. Él es el que hace que las cosas se caigan. No se mata con la cólera, sino con la risa. ¡Venga! ¡Matemos el espíritu de la pesadez! Desde que aprendí a andar no hago más que correr. Desde que aprendí a volar no espero a que me empujen para moverme de un sitio. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo por debajo de mí, ahora baila un dios por medio de mí.

—Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche.

13.5.13

Manuscrito en una maleta.


Un tigre saltando por el aro de fuego y más allá hay un elefante haciendo equilibrios a dos patas sobre una pelota gigante de goma. Un pirata bebe ron acostado en la hamaca que hay en la terraza de bambú, con vistas al puerto donde ahora mismo hay un galeón modernista con diez mil gárgolas sonrientes como salamandras por banda. La expansiva región se ve silenciosa ahora como la escarcha derritiéndose con quietud, y yo aquí tumbado panza arriba con esta vieja maleta de un tal Juan Guillamón que encontré entre los nenúfares y que está algo raída por dentro pero por fuera aún se la ve lustrosa a su manera. Las ocas patinan sobre el hielo con su elegante torpeza mientras una araña espera en su cristalina red tejiendo tejiendo la mortaja de seda para alguna mosquita con sombrero que vaya con prisa y distracción a la caca del mediodía. Hay una carta dentro de un buzón de ninguna parte, pero el barco de papel hecho de sobres y sellos y facturas hace tiempo que se deshizo con la laguna Estigia empapada de salitre y raspas de pescado. Escampó entonces, y las nubes cerraron un pacto secreto con el horizonte fundiéndose por un breve instante en un beso para desaparecer con los rayos de sol tiñendo sus esponjosas espaldas del color de las piritas. Puse un zapato mirando hacia el oeste, y en cuanto Apolo aparcó su carro por ahí detrás de la moneda, las polillas bíblicas se confundieron con las jumdirillas estrellas revolcándose entre las luces y yo bebí cerveza con el tumulto derretido y decidí que tal vez algún día debería cortarme el pelo para que no se me enredaran los gavilanes morochos. El aire azota mi cabezota rota que flota y rebota entre las notas y me digo: Has de ser siempre simple. Y lo escribo. Y abro otra lata. Otra lata. Y ya.