31.7.13

Perder el hilo.

Empezó tarareando algo así, y después silbó un estribillo muy pegadizo. Ahora no recuerdo bien cómo era. Miró al horizonte entonces, más allá de la arena y del blanco pentagrama que dibujaban las olas que rompían en la orilla, más allá del azul.

—¿En qué piensas? —me dijo sin apartar la vista del océano.
—No lo sé —contesté—. Perdí el hilo.

Sin embargo, mi cabeza era como un gran ovillo pesado de veras, con hebras de lana de todos los colores. Tantos había que me sentí mareado y con un nudo en el estómago, tal vez de algún cordel que se me hubiera colado detrás de la lengua por la garganta hasta la tripa.

Creo que alguien me ha cambiado la aguja de sitio o la he perdido, y sin ella temo no ser capaz de enhebrar todo este enredo en mi quijotera.

12.7.13

Dodo.

        —Viejo, ponme una jarra —dije mientras cerraba la puerta para que el bochorno no alterase la fresca atmósfera que removían los desvencijados ventiladores del Noche de la Alegría. Era una de esas noches de verano llenas de vulturno y mosquitos y yo había pasado toda la tarde encaramado a mi ventana contemplando el ajetreo de las golondrinas bajo el sosegado planeo de las cigüeñas.
         —¿Un mal día? —contestó el viejo al tiempo que limpiaba una jarra.
         —¿Cómo lo sabes? —pregunté.
         —Últimamente sólo vienes cuando tienes un mal día —aclaró, y me sirvió la cerveza fría.

         Sorbí un par de tragos, sediento y desanimado a partes iguales. Agarré unos cuantos palillos y los deshice en astillas entre los dedos. Volví a beber.

         —Bueno —dijo finalmente el viejo, después de atender a Jerry bigotes— ¿Vas a quedarte ahí sentado bebiendo o me vas a contar lo que te ocurre?
         —Supongo que ambas —respondí, y pegué otro trago para aclararme la garganta reseca por la alergia o vete a saber qué—. Verás, llevo unas cuantas noches teniendo sueños extraños, ya sabes, por el calor y eso. En estos sueños yo soy un dodo.
         —¿Un dodo? —interrumpió el viejo.
         —Sí, un dodo. Esas gallinas de veinte kilos del Índico, cerca de Madagascar. Seguro que te suena si lo ves, ya te haré un dibujo después en una servilleta de ahí. El caso es que me veo con ese pico enorme que pesa un quintal y esas alitas enanas y deformes en un gran palacio de dodos hecho de excrementos de dodos y ramitas secas pero no hay ningún otro dodo. Y es normal, pues se extinguieron hace cuatrocientos años o algo así.
         —¿Y qué pasa? —preguntó el viejo, apoyado en su lado de la barra.
         —¿Cómo que qué pasa?
         —¿Qué ocurre en el sueño?
         —Pues… —bebí otro trago— No sé. Nada. Bastante duro es verte como un pollo extinto sin saber volar.
         —A lo mejor no tienes por qué volar —respondió sabiamente el viejo—. Quizás, como dodo, no has nacido para ello. Piensa en los avestruces.
         —Ah, ya. No pueden volar pero ponen huevos gigantes y corren rápido ¿no?
         —¡No, hombre! Los avestruces son bien grandes, pero esconden la cabeza bajo tierra cuando hay algún peligro cerca. No soy un experto en esos dodos, pero no creo que también lo hagan.
         —¿Me estás diciendo —apuré los restos de la jarra e hice un gesto al viejo para que me sirviera otra— que soy valiente?
         —No, coño. ¿Qué idea tengo yo de sueños y de pájaros?
         —Ya —respondí, y me volví a sumir en las doradas profundidades de mi cáliz como si de un espumoso océano se tratara. Pensé en el dodo, y en qué demonios tenía que ver conmigo. ¿Cuándo habrá sido la última vez que leí algo sobre ellos? Tal vez mirando las nubes de camino a casa la otra semana.

         —He estado pensando en tu dodo —me dijo el viejo después de un rato, cuando me servía ya el tercer océano cautivo en jarra—. Creo que sólo te sientes perdido, fuera de lugar, de ahí que te veas sólo como un pajarraco desaparecido.
         —Sí, puede que sea eso —contesté asombrado— ¿Sabes? Últimamente no escribo apenas. No consigo concentrarme. No dejo de ver dodos imaginarios que me distraen con sus cacareos sordos.
         —¿Seguro que estamos hablando de pájaros? ¿Qué tal las cosas por casa?
         —Ya sabes, las mismas humedades de siempre.
         —Amigo, si algo sabe todo el mundo es que las humedades nunca son como siempre. No dejan de crecer como bolas de nieve hasta estrellarse contra algún árbol o alguna roca. O en este caso hacer una gran gotera e inundar la cocina de la abuela del piso de debajo. O mejor dicho, una gotera en tu coco.

         Sonreí hacia mis adentros, el viejo había vuelto a pasarse con las copas de vino entre comanda y comanda, los mofletes rollizos se le habían teñido de carmesí, el color de la sabionda ebriedad y la sincera lengua desatada. Terminé la jarra de un trago. De la radio empezó a emanar un penetrante lamento. Una trompeta ronca y grave como el silencio del campo tras una batalla, profunda como los abismos y los cantos de ballenas. Me sentí tranquilo entonces y me prometí que algún día echaría un dodo a volar.


10.7.13

Moloch.

         —Sólo digo que el futuro, visto desde estos ojos guasones, es escalofriante de veras. En serio, me da miedo. Pienso en todas esas cámaras de vigilancia y ordenadores y en los móviles inteligentes y me viene a la cabeza un gran mapamundi electrónico con lucecitas indicando la posición de cada consumidor u ovejita o como quieras llamarlo. No hace falta más que ver la cantidad de coches y máquinas que hay, y todas esas fábricas mastodónticas en las que nadie sabe qué se fabrica más que humo ponzoñoso que hace que el aire se vuelva gris. Puede que sea un loco catastrofista temeroso del apocalipsis. Desde luego que no lo hago por gusto ni me hace lo más mínimamente feliz el tener todo esto en mi sesera como serrín mojado esparcido por aquí en la nuca. Porque me duele la cabeza. Y Me pone triste pensar en las ballenas y en los elefantes. Me pone triste que se esté destripando la tierra para sacar el sagrado desperdicio de la Creación y que no crezcamos como plantas al sol aprovechando cada gota de agua sin mancillarla agitados por las brisas tontainas así como en un bailoteo de verano. Me pone triste que se corten árboles para hacer billetes. Y me pongo triste al pensar en toda aquella gente que no vive en paz ni libre ni feliz. Tampoco digo que no queden cosas buenas. No pasa un día sin que vea una sonrisa, aunque sea por el rabillo del ojo. Siempre queda amor. Lo que digo es que tengo miedo de que todo lo bueno que hay por acá y más lejos, que es mucho, se vaya al carajo por culpa del todopoderoso no-sé-quién que arruina cuanto toca.


¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las escaleras! ¡Muchachos sollozando en ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques! ¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el pesado juez de los hombres! ¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los pasmados gobiernos! ¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es un dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una tumba humeante! ¡Moloch cuyos ojos son mil ventanas ciegas! ¡Moloch cuyos rascacielos se yerguen en las largas calles como inacabables Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las ciudades! ¡Moloch cuyo amor es aceite y piedra sin fin! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch cuya pobreza es el espectro del genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno asexuado! ¡Moloch cuyo nombre es la mente! ¡Moloch en quien me asiento solitario! ¡Moloch en quien sueño ángeles! ¡Demente en Moloch! ¡Chupa vergas en Moloch! ¡Sin amor ni hombre en Moloch! ¡Moloch quien entró tempranamente en mi alma! ¡Moloch en quien soy una conciencia sin un cuerpo! ¡Moloch quien me ahuyentó de mi éxtasis natural! ¡Moloch a quien yo abandono! ¡Despierten en Moloch! ¡Luz chorreando del cielo! ¡Moloch! ¡Moloch! ¡Departamentos robots! ¡Suburbios invisibles! ¡Tesorerías esqueléticas! ¡Capitales ciegas! ¡Industrias demoníacas! ¡Naciones espectrales! ¡Invencibles manicomios! ¡Vergas de granito! ¡Bombas monstruosas! ¡Rompieron sus espaldas levantando a Moloch hasta el cielo! ¡Pavimentos, árboles, radios, toneladas! ¡Levantando la ciudad al cielo que existe y está alrededor nuestro! ¡Visiones! ¡Presagios! ¡Alucinaciones! ¡Milagros! ¡Éxtasis! ¡Arrastrados por el río americano! ¡Sueños! ¡Adoraciones! ¡Iluminaciones! ¡Religiones! ¡Todo el cargamento de mierda sensible! ¡Progresos! ¡Sobre el río! ¡Giros y crucifixiones! ¡Arrastrados por la corriente! ¡Epifanías! ¡Desesperaciones! ¡Diez años de gritos animales y suicidios! ¡Mentes! ¡Nuevos amores! ¡Generación demente! ¡Abajo sobre las rocas del tiempo! ¡Auténtica risa santa en el río! ¡Ellos lo vieron todo!  ¡Los ojos salvajes! ¡Los santos gritos! ¡Dijeron hasta luego! ¡Saltaron del techo! ¡Hacia la soledad! ¡Despidiéndose! ¡Llevando flores! ¡Hacia el río! ¡Por la calle! 

—Allen Ginsberg.