30.10.13

Hay una bombilla en una maceta.

         Nació en un coro de grito y llanto llevándose con su primer aliento la voz mitocondrial envuelta en placenta como una broma de mal gusto con la nariz roja y redonda.

         Creció con unos parientes lejanos en un pueblo cercano como un pequeño simio desnudo que trepaba por los troncos de los visitantes para encaramárseles a los hombros y no articulaba más sonido que la primera vocal llevándose una mano flácida a la boca como imitando un mordisco para expresar hambre (cuando sentía sed hacía algo parecido).

         Nunca se le dio bien nada realmente, pero una vez tuvo una idea, y la bombilla que salió del remolino de su coronilla la puso en una tacita de té entre algodones que había humedecido como hacía con las lentejas. Después cogió un sombrero de copa de ala ancha con una pluma irisada que encontró por ahí y se lo puso, para tapar el agujero.

         La bombilla fue brillando con más intensidad cada día que pasaba y, cuando dejó de parpadear del todo, la puso en una maceta de arcilla llena de tierra enriquecida y pintada con triángulos y círculos de colores, tres de cada.


         Aún no ha dicho ni mu, pero su bombilla resplandece de tal forma que para mirarla uno ha de ponerse antes unas modernas gafas polarizadas de marca.

21.10.13

Y calcetines.

Tengo la cabeza colmada de recuerdos inventados y calcetines. Había una vez otro tipo con lo mismo, pero no sé qué le pasó. ¿Cuánto puede pasarse uno sin mirarse al espejo? Yo, desde luego no tengo ni idea, pero me suena que el rostro propio es lo que nos ata un poco a la realidad. No sé si sé explicarlo, algo como las cicatrices y todo eso. Algo así. Lo que me gusta es mirarme a un ojo solo y preguntarme cosas como: Si un coche se me acerca a la velocidad del sonido pero está a, digamos, dos kilómetros, ¿cuántas veces oigo el coche? Y se me ocurre que el coche toque el claxon una vez para comprobarlo. Cosas así, no sé. Se fue la luz un día, y de momento no ha vuelto a aparecer. Me prestaron unas velas que tengo en la salita chorreando cera de colores. Para mi cuarto tengo mi linterna, y así, por la noche, acurrucado en mi pupa, me retuerzo como una cobra pero sin encantador ni flauta y me sumerjo entre los recuerdos inventados y los calcetines, y los palpo con los dedos con levedad, como cuando acaricio las paredes de las casas de estas callejas adoquinadas que tanto me gustan. Paseo mucho ahora, y veo que todo es más silencioso ahora, casi se respira, casi se acaricia el halo de la luna enorme, casi se sienten cosquillas en los pelillos de las oreyas con el inaudible tintineo de las estrellas. Así. Silencio. Y aun recibiéndolo como el mejor de los regalos también trae consigo tantos recuerdos inventados como calcetines. Aunque, pensándolo un rato, también me gustan. No sé.

15.10.13

Poesía subterránea.

A veces, cuando me siento contento de veras, me gusta mirar a la izquierda y saludar al tipo del espejo, que me devuelve la sonrisa con los ojos morochos y joroschó, tras sendas rendijas.

Cada reloj en mi cuarto, que no son pocos, marca una hora distinta. Pero no son de ningún sitio concreto, no sé.

Oí un grito de mariposa, o tal vez no era más que un aleteo estridente. Todo alrededor, como siempre, esperando en el suelo a su manera. También en el aire, o incluso cayendo con claridad cada día. Cayendo bien abajo. O tan arriba que los señores con corbata han de quitarse el sombrero para mirarlo. Cegados por el sol, como siempre, con esa luz tan radiante a su manera. Entonces, todo acaba. Y vuelve a empezar. Y así. Y se apaga la luz. Y se vuelve a encender. Como el único amigo al que hay que contarle todo hasta el final. Y otro chirrido.

Mamá mató al pollo. Y ahora tenemos algo que cenar.

Pero se fue. Y yo lloré. Mas lamentarme no puedo, porque amé. Y amo. Y eres tú. Y tú. Y tú.

Sonaban ecos de disparos bajo esos puentes. Como un bum. Bum. Bum. Pero adormecido sobre el río. ¿Qué llevará? Me preguntan ¿Qué llevará? Mucho fango, contesto así. Pero en verdad tampoco sé.

¿Y qué me decís de esa costa con el contorno de una mujer preciosa de las que no se ven por el camino? Siempre en mi mente. Siempre en tu mente. La sonrisa que se ve sólo a través. La sonrisa robada y esas cosas. Esos colores en el cielo que el mismo arcoíris envidia. Esos. Esos que se ven y se van. Todo el tiempo, sí, a todas horas, hace unos días y también mañana. Y aún más, son los que quedan.

Aleteando y aleteando se llega a cualquier sitio, dicen. Pero no sabemos a dónde volar. El viento se levanta y no tiene buen despertar. Y sopla. Y sopla. Y sus consejos no siempre son buenos. Como todos, pero ¿qué sé yo? Porque a veces llueve y no sabemos si mojarnos. O resguardarnos de la lluvia. Pero siempre suena igual cuando llueve y todo cae. Y todo cae. Y si te fijas va flotando. Hacia abajo, pero muy despacio. Y, como siempre, el momento de tocar el suelo es muy lejano. Y se acerca. Y no sabemos qué pasa entonces. Yo, por lo menos, no lo sé.

Todo en este mundo tiene su frecuencia. Sólo hay que dar con el acorde adecuado.


Ahora suena el tren. Ya sabes, ¡chúuu-chúuu! Y hay que irse otra vez. Pero yo lo sé. Me lo dijeron. Mi hogar está donde está mi trasero.

9.10.13

Una pluma.

         La otra tarde estuve asomado a la ventana. Es una costumbre que adquirí hace poco en la tienda de baratijas. El caso es que, relativamente lejos, vi una pluma flotando en el aire, y recordé aquella broma que hacíamos (y, de hecho, la última que hicimos) de decir: “¡Por aquí pasó un ángel!” al ver alguna. La pluma subió tan ligera como sólo son las plumas y luego descendió haciendo tirabuzones. Yo pensé: Ojalá entre en mi salón. Y, en efecto, la pluma, suave y liviana, se fue adentrando con levedad en mi salón para irse a posar con el tacto de un beso de amor verdadero justamente en la palma de mi mano. Era una pluma grasienta y gris, pero yo sé de los ojos que brillan cuando pasan estas cosas locas y joroschó.


8.10.13

Texaco.

Noventa y seis kilómetros más al norte, por la mañana. El viento es fresco como sólo lo sabe ser a esas horas y tú andas mirando los adoquines con una vieja mochila rosa fabulosa y joroschó con los tupis y las llaves y el cuaderno y esas cosas. Ese frío amable y madrugador.
*   *   *
Lo vi lo vi por vez primera en alguna carretera secundaria del sur, junto a una parada de autobús de madera y con una sonrisa. Lo siento, dijo Steven detrás de sus gafas de sol, no hay sitio. Repasamos el tracklist por segunda vez antes de llegar a Clonakilty, donde quedamos atrapados junto al Texaco de la salida este, justo entre los niños fumadores y la tienda de antigüedades cerrada. Tomamos café y chomp de la aventura, y canturreamos y bailoteamos y aullamos a la luna con cabezas de lobos en las nubes mientras levantábamos el pulgar bajo el indiferente índice de los conductores. Gareth apareció entre las sombras, con su sonrisa, con una guitarra en su funda y la desgreñada melena balanceándose a cada paso. ¡Hola!, nos dijo —pero en inglés—, ¿Os apetece un trago? Nos ofreció un vino tinto de abadía delicioso, además de un Chardonnay que sacó del bolsillo interior de su chaqueta de tweed. Nos contó que venía de Inglaterra, que hacía auto-stop por West Cork tocando en bares y cosas así. Se marchó después de reír un rato con nosotros. Dijo que le gustaba caminar por la noche, y que con una buena botella de vino el camino se hace mejor. Y así desapareció más allá, por la carretera. Compramos enseguida una botella, sardinas y algo de cheddar blanco y buscamos un sitio donde cenar, felices de un modo que no sabría describir, llenos de la alegría que, tal vez sin saberlo, Gareth nos había dejado. Pronto encontramos un altar a la Virgen María con pequeñas cascadas artificiales junto a un arrollo iluminado por velas. Encendimos una, cagamos y cenamos. Bebimos vino. Leímos el capítulo de la oruga y la paloma y Tiger Lily escribió un poema inspirado en la dorada tarde. Y después, sí, es cierto: con una buena botella de vino el camino se hace mejor.


¿Qué tienen estas rayas pintadas en el asfalto que, aún siendo blancas, me enseñan más de mí mismo que cualquier diario de tantos que he garrapateado?