30.10.13

Hay una bombilla en una maceta.

         Nació en un coro de grito y llanto llevándose con su primer aliento la voz mitocondrial envuelta en placenta como una broma de mal gusto con la nariz roja y redonda.

         Creció con unos parientes lejanos en un pueblo cercano como un pequeño simio desnudo que trepaba por los troncos de los visitantes para encaramárseles a los hombros y no articulaba más sonido que la primera vocal llevándose una mano flácida a la boca como imitando un mordisco para expresar hambre (cuando sentía sed hacía algo parecido).

         Nunca se le dio bien nada realmente, pero una vez tuvo una idea, y la bombilla que salió del remolino de su coronilla la puso en una tacita de té entre algodones que había humedecido como hacía con las lentejas. Después cogió un sombrero de copa de ala ancha con una pluma irisada que encontró por ahí y se lo puso, para tapar el agujero.

         La bombilla fue brillando con más intensidad cada día que pasaba y, cuando dejó de parpadear del todo, la puso en una maceta de arcilla llena de tierra enriquecida y pintada con triángulos y círculos de colores, tres de cada.


         Aún no ha dicho ni mu, pero su bombilla resplandece de tal forma que para mirarla uno ha de ponerse antes unas modernas gafas polarizadas de marca.

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