14.2.14

el ahorcado.

     Je ne veux pas mourir sans avoir compris pourquoi j’avais vécu.


así pasó este suspiro que es la vida; siempre pendiente de seis cuerdas de mi a mi para acabar pendiendo de una sola soga que ahoga con un nudo que te deja mudo y vacuo bajo el larguero y sin rostro. al fin y al cabo cada gato negro teme la mala suerte más que cualquiera, pues cuando te repiten muchas veces que eres una cosa corres el riesgo de creértelo y terminar como uno de esos cerdos que no son más que boca y estómago sin seso. arder de vez en cuando es importante, también volverse líquido y desparramarse donde sea. has bebido suficiente, callan las paredes, mas todo eso no ye más que cuestión de proporciones.
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desayuné un vistazo por la ventana sin levantarme de la cama y no me moví durante un buen rato. apenas podría asegurar si llegué a dormirme en algún momento o no, pero no hay duda de que soñé o que alguien que no vi se coló por algún pliegue de mi cerebro y me contó una patraña. estaba increíblemente sobrio entonces, con una mente tan clara y cristalina que efectivamente no distinguía nada entre los reflejos, y por eso no encuentro las palabras. también bien despierto me han contado mentiras aún mayores con la vieja mirada seria esperando que las crea y me he tumbado a dormir de la misma manera o a reír que es lo mismo.
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la noche anterior no me acordaba ni de mi nombre y vagué haciendo eses preguntándole a la gente por si alguien me daba alguna pista. rasgué las desafinadas vibraciones entre mis dedos y otra vez no era más que un espejismo inventado. tanto tiempo y tan poco. tanta gente ¿y dónde está con quien quiera compartirlo? porque al final la luna se frota los ojos cansada mientras canta el camión de la basura y yo me encuentro aquí otra vez peleándome con cuatro palabras que luego no me dejan dormir. cada vez que me corto un hilo de la muñeca salen siete nuevos con sus siete cabezas de un solo ojo y nueve dedos retorcidos al final de sendos brazos como cordeles y ya no me atrevo a tocar nada más por si acaso. el viejo miedo anónimo lo llaman, y los que alguna vez lo han visto hace tiempo que lo han olvidado. con los nudillos de color púrpura y las pestañas colmadas de polvo y ceniza. así de cansado nos mira y espera con su paulatina ponzoña entre las espinas de los rosales para que no nos percatemos de su presencia. un amigo mío que no soy yo ni nadie que yo conozca se puso a rasgar también por esos derroteros y al final le salieron unos callos en los dedos que no le dejaban sentir nada ni dejarse llevar por esta articulación que además es un suspiro.



     (…) un hombre respiraba hasta no poder más, se sentía vivir hasta el delirio en el acto mismo de contemplar la confusión que lo rodeaba y preguntarse si algo de eso tenía sentido. Todo desorden se justificaba si tendía a salir de sí mismo, por la locura se podía acaso llegar a una razón que no fuera esa razón cuya falencia es la locura. —JULIO CORTÁZAR.

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