23.4.14

He tomado por costumbre refugiarme en el Sol Naciente cuando no consigo escribir nada, cuando no se me ocurren historias y empiezo a dudar de mi capacidad para tratar con ellas. La primera vez que oí hablar de este sitio fue en una vieja canción que hablaba de todos aquellos que se habían perdido entre dados y tragos; por aquel entonces me interesaba realmente todo aquello, todos esos falsos héroes de barra de bar que siempre tenían historias que contar, ese espíritu de la decadencia que busca redención en sitios equivocados, ese fondo de cada botella que quema la garganta y ese “dame de beber, bestia, ¿no ves que me divierte?”
Me fui sumergiendo poco a poco, dejando casi siempre buenas propinas y despertándome tarde al día siguiente con mala cara y la vieja náusea de ojos rojos. Así me gané el pálido triángulo en la muñeca, señal de los que suspiran a menudo con la mirada perdida en un universo de burbujas y cavilan lánguidos y deshechos por entre las espirales de un cuaderno garrapateado.
He probado a meditar, y creo que funcionó un rato de veras, pero enseguida se me olvidó cómo respirar y abrí los ojos en otra pieza que era la misma otra pieza de siempre. Preparé algo de café y lié un cigarro de hachís, entonces pensé que hacía tiempo que no me dejaba caer por aquel tugurio del barrio francés donde el suelo está pegajoso por el bourbon y las moscas practican sus bailoteos brownoideos que nos matan de risa.
La anarquía de los pequeños ruidos en la quijotera y el celofán. Canicas, cajas de cerillas, tonterías. He fabricado un escritorio de madera inventada y joroschó con un montón de cajones donde guardaré todas las páginas sinceras que a mí me gusta llamar calcetines. En otro rincón he puesto un cordel donde Alonzo tiende la ropa con pinzas de muchos colores para cuando consiga concentrarme, y es que aquí en el Sol Naciente se me permite hacer de todo mientras me emborrache y deje propinas.
—Recuerdo hace unas noches —le dije al mozo tras la barra— pensé en un tipo llamado Franz Flanagan que cierto día se despertó hecho un flan. No le dio mucha importancia y se quedó tumbado blando y fofo. Así de esta forma. Por la tarde ya no era más que una suerte de natilla de carne y seso y al caer la noche se escurrió por entre las rendijas y se diluyó en la humedad de la atmósfera. Supongo que la moraleja es —bebí un trago de algo— que cuando uno se siente como un total pusilánime lo único que puede hacer es levantarse de la cama. Aunque sea para ir al bar.
*   *   *
Ha pasado tanto tiempo desde que atravesé por vez primera aquella puerta, calado hasta los huesos y lleno de frío. Perdí mi brújula un día de esos y ni con este o este sol me oriento. Esa casa junto al río fue la ruina de muchos otros antes y ahora yo soy uno. Soy mi propia bola con cadena y alguien o yo mismo ha cambiado la cerradura. Me han enseñado que toda esta oscuridad es necesaria para que nos obliguemos a encender las lámparas y por eso empiezo a aceptarla. También a veces enciendo las teas equivocadas, pero procuro estar atento, o al menos intento intentarlo. Me he prometido prometerme que no voy a volver a volver a sentir que me siento solo. También me he prometido dejar de repetirme y dejar de repetirme.
Ahora hay una voz que canturrea.

         Ché, cebá el mate y a la ventana asomate.