8.2.15

Chai con moloco.

         Aquel día varitó dva malencos lonticos de klebo con maslo y odina chascha de chai con moloco y tri cucharadas del sladquino sacarro. Eso le dejó bien llenas las quischcas y scorro ucadió a rabotar a la cantora de la gasetta que era su domo desde que terminó la scolivola.
     Nuestro dorogo drugo es un cheloveco chudesño cuyo imya no voy a revelar. Puede scasarse de él quizá que sea un tanto odinoco, bolnoyo de straco, spugo por el sarco devenir de su chisna. Siendo tan molodo… Es un naso puglio como no hay otro; tal característica nunca ha hecho de él un sodo nadmeño y grasño, sino más bien hizo de este veco un liudo de lo más samantino y joroschó. Aun con todas sus chepucas, dignas del más glupo de los schutos, y sin colocolo en la golová que le chumlase meselos.
     A todo esto, era tan umno que nunca se interesobó por el dorado usy de ser bugato de dengo, lo cual consiste únicamente en cuperar un duco de vesches schutas y otros tantos golis en el carmano. Eso solo eran silaños para él.
     Aquel día, en que munchó klebo con maslo y chai con moloco en el desayuno, no iteó a rabotar; y es que, gulando, sus glasos se dratsaron con otros glasos, bredándose como britbas y haciendo brotar el starrio crobo en su pecho.
     Su gloria era como el boloso de un ángel. Sus glasos como los glasos de una coschca, y esto hacía que a este veco se le abriera una yama entre los plechos. Sus ucos, dobos, aquella rota chudesña, dibujada por tal guba roja. Esos subos relucientes que se videaban cuando fumaba de un cancrillo y el liudo sentía celos del humo que scraicaba el gorlo de ella.
     No habían goborado nunca. El veco ni siquiera había slusado su golosa, la había slusado smecar, pero ese svuco al videarla le llenaba el ploto de radosto y sus nogas temblaban y tuvo un snito en el que dva lubilubaban nagos y ahí una ruca, ahí unos scharros, unos grudos, unos yarboclos, un bruco, una yasicca. Dva por cada. El acto de brojar lo maluolo y crarcar al naito sin niznos ni sabogos, poleando, nuqueando, ubivando, snuflando. Rasdrás, las nogas y la talla de una filosa que te rasrecea bien la golová. Apenas unas minutas, vono, chumchum, y nuestro veco quedó lovetado, plenio en una staja donde no hay prestúpnicos ni maluolos meselos ni polillaves que abran ocnos, plescos en la poduchca. El meselo de ponimar y ser ponimado y así ser odin bolche y joroschó. Teniendo, por fin, un litso que smotar: la china de su chisna.
     Pero no fue más que una spachca. Otra vez. Otra vez el viejo meselo de odina golová besuña.


     El veco, ese mismo naito, cuperó una bolche botella de fuegodoro con dencrom y piteó y piteó hasta caer spatado, sasnutado. Y, al día siguiente, munchó klebo con maslo y chai con moloco.

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