11.11.16

La Torre (Acto II; Escenas VI, VII, VIII).

ACTO SEGUNDO

ESCENA SEXTA

Un DOCTOR ORANGJO borracho y macilento concreta el culo de una Poderosa y aparta el casco junto a los demás, de número irrazonable. Lleva rato callado, sumido en ideas vagas que renquean por sus laderas lobulares mientras se atusa la barba ígnea con las uñas sucias y la mirada trasojada. POLICARPO le ofrece su perfil, ofuscado por la gelatinosa tirantez del silencio que los empapa.

DOCTOR ORANGJO
                 Sácame otra birra, Poli, quiero hacer una torre con todas esas botellas.
POLICARPO, sirve la Poderosa
Ya conoces las normas; nada de torres en mi local.
DOCTOR ORANGJO
                Vale, vale. La edificaré ahí afuera, a la intemperie, junto al frío.

El DOCTOR ORANGJO se aleja de la barra, torcido, y enfila sus entorpecidas rodillas hacia el retrete. Golpea la puerta, varias veces.

QUÍDAM, desde el otro lado
                ¡Ocupado!
DOCTOR ORANGJO
¡Hay que ver! Juraría que fui el primero en llegar y no recuerdo ver a nadie más entrando en este antro.
POLICARPO
Es ese quídam bastardo, con su Chorro Musical. Lleva ahí encerrado desde el martes.
DOCTOR ORANGJO
                Pues habrá que hacer algo, vamos, digo yo.

POLICARPO calla. Hace años que calza un catéter en la uretra que se filtra directo al barril de cerveza para turistas y apenas recuerda el hedor de una letrina. Y, por lo que respecta al quídam, le desea en silencio la más malévola de las sífilis. Esta fantasía se ve representada sobre su quijotera pensante por medio de una marioneta anodina con forma de quídam siendo atormentada por serpentinas pálidas interpretando a las espiroquetas.



ESCENA SÉPTIMA

PANMUPHLE, soliloquio
(…) Una vez dentro, organizaré todos los documentos alrededor de la escalera logarítmica de mi invención por orden de irrelevancia y, en el fondo, un reloj de partículas que señale los ratos y los momentos. Colgando de lo alto, dispondré mi colección de crustáceos y únicamente permitiré la entrada de un rayo de sol durante el día y de otro rayo de luna por la noche; ambos por el mismo óculo horadado en el muro, cerca de la cima. Por ahí me asomaré cuando el cielo esté despejado para otear el panorama en busca de un derrotero por el que escapar. A la izquierda irán las plantas, los hongos y las algas marinas, a la otra izquierda irán los animales y los peces y algunos virus; y en medio de todo, incluso a la derecha, el resto de minerales y bacilos. Todo esto sobre unos cimientos giratorios que roten a razón de una revolución cada fin de semana y otras tres semifusas en lo que dura un hunyadi.



ESCENA OCTAVA

En una celda de la torre, BOSSE-DE-NAGE gimotea, amordazado con unas bragas de abuela y rodeado por seis bolas de plomo con cadenas ensartadas en sus tres pares de pezones. El TAXIDERMISTA le toma las medidas con un tendón de cervicabra mientras silbaturrea My favorite things con una mueca descompuesta en la mandíbula y un rubor homicida en la coroides.  

TAXIDERMISTA
Lo bueno de los papiones es que tenéis un trasero ideal para empezar a desollar. Apenas se aprecian luego los cortes, si se hace un buen trabajo. Y yo soy el mejor, ya lo creo que sí. Te despojaré de tu pellejo en un santiamén con dos o tres movimientos de escalpelo y no podrás evitar mirar cómo visto con él a ese montón de paja; porque no tendrás párpados que cerrar. Lo remendaré todo con una cremallera y a ti te dejaré que te mueras de hambre y sed ahí arriba, en la almena.
Profiere entonces una carcajada maléfica y, por increíble coincidencia, un relámpago ilumina la escena seguido de una atronadora pedorreta. BOSSE-DE-NAGE aprovecha la confusión para libertarse de sus cadenas sesgando sus pezones de cuajo. Se abalanza sobre el TAXIDERMISTA escupiendo un terrible y prolongado “¡Ha haaa!” y, de una dentellada transversal, le desgarra el cuello en dos espantosas heridas. Defeca en cada una de ellas, y en la boca de la cabeza autónoma y por las paredes, y huye despavorido saltando por la ventana mientras hemorragias en aspersión emanan de sus pezones desmembrados.

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