29.8.12

El campo escondido I.


Susurran las verdes ramas
en la selva moderna creada.

Susurran con arañas marrones
y caballos de lima y pululan
blancas motas.

En la dorada sabana del cemento
y del acero y del cristal resplandeciente de
Narciso. En los ríos grises que rugen
enfurecidos con un aliento negro y ballenas
rojas y peces multicolor.

*      *      *


Quisiera ahora un lápiz de color azul y otro de color verde y otro de color amarillo y otro de color marrón para pintar en un papel esta mañana en Hyde Park, sagrado corazón primigenio de Londres. Quisiera pasar los días meditando a la sombra de este árbol gordo y viajar descalzo por ésta mi sesera. Quisiera ver también las estrellas negras y plateadas que se reflejan en la sonrisa añorada.

«Dejad que se vuelva un necio para que pueda volver
siendo un sabio»

Si se mira con los ojos adecuados,
se puede ver con los míos ahora
escuchando la paz y las
ambulancias lejanas.

3.8.12

Garota de Ipanema.


Debería empezar pidiendo perdón por tantos días, tantas páginas en blanco, aunque quizá no a vosotros, sino más bien a mí mismo. No se puede culpar a nadie más que a las etéreas musas de vaporosos cabellos grises y azules. No se puede más que pasear por la arena a que salga la luna o el sol y traiga más palabras.

Y así estaban hace justo medio siglo Vinicius y Tom, bajo el sol de Ipanema, cuando vieron a la reina de las musas, una mujer dorada, mezcla de flor y sirena, llena de luz y de gracia pero cuya visión es también triste, pues lleva consigo, camino del mar, el sentimiento de lo que pasa, la belleza que no es nuestra — es un don de la vida en su lindo y melancólico fluir y refluir constante.

Vinícius de Moraes