Hermes, el heraldo de los dioses, desciende de los cielos sostenido por sus deportivas Niké aladas, sacude su caduceo engalanado con guirnaldas y anuncia:
HERMES: ¡APUESTA,
APUESTA, APUESTA!
ESOPO: ¡Estupendo!
Ya está todo dispuesto para el pistoletazo de salida, honor que corresponde al
semicentauro Antónios, el único centauro de la ecúmene que carece de cuartos
traseros equinos.
ZENÓN: Pues a mí me
parece un tipo normal.
En ese precioso instante,
Antonios levanta sobre su cabeza una Smith & Wesson reglamentaria y dispara
al aire, acertándole entre los ojos a un meteco de entre el público, y da
comienzo la espantada.
ESOPO: ¡Y ahí van!
¡La cierva de Cerinea se coloca rápidamente en primera posición, seguida de
cerca por la liebre! La nube de polvo en suspensión apenas nos deja percibir lo
que ocurre… ¡Oh! ¿Qué es lo que veo? ¡Parece que el catoblepas ha aplastado con
sus pesuños a la mantícora enana! ¡Primera baja de la jornada!
ZENÓN: Ha quedado
convertida en un auténtico despojo, desde luego.
PORFIRIO: ¡Qué
infortunio!
ESOPO: ¡Atención
ahora porque se acercan a la ribera del Glafkos! ¡La cierva lo salta con la
elegancia de un gamo, la liebre hace lo propio y les siguen todos los demás haciendo
gala de las más diversas técnicas de natación, brinco y/o planeo! ¡Pero qué ven
mis ojos! ¡Parece que el hipocampo está teniendo problemas en su propio
elemento y…! ¡Sí! ¡Se va a pique sin remedio! ¡Hipocampo fuera!
PORFIRIO: ¡No! ¡Era mi
favorito!
ZENÓN: ¡Pasto para
las anguilas electrónicas! ¡Guau!
ESOPO: ¡Ojo, que
aquí no hay pausa! ¡Un tartesio emperifollado de luces irrumpe en el camino con
mucho arte y apuñala al ofiotauro en todo el lomo con un estoque de Damocles!
¡Otro menos!
ZENÓN: ¡Olé!
PORFIRIO: ¡Desde luego,
no hay derecho!
ESOPO: ¡Se
aproximan ahora a la encrucijada de Clarksdale, Misisipi, donde deberán tomar
el camino de la izquierda para no salirse de la ruta! ¡Pero qué le pasa a la
esfinge, por Hécate!
PORFIRIO: ¡Parece que
duda!
ZENÓN: ¡Efectivamente!
¡No sabe qué camino escoger!
ESOPO: ¡Me cago en
el lacto! ¡Se acaba de desgarrar la garganta con sus propias zarpas, presa de
la desesperación catatónica!
ZENÓN: ¡Fíjate cuánta
sangre!
PORFIRIO: ¡Vaya chasco!
ESOPO: ¡Y esto no
para! ¡Quien tiene problemas en este momento es el catoblepas, que parece estar
sufriendo un ataque de asma neumática por el esfuerzo! ¡Vaya! ¡Ha caído rendido
entre estertores agoreros!
PORFIRIO: Una
hiperventilación alveolar de libro.
ZENÓN: Sí, está
muerto.
ESOPO: Repasemos
la clasificación; En el céfalo de la carrera la preciosísima cierva de Cerinea,
seguida de cerca por la liebre, con varios cuerpos de ventaja sobre el pelotón
compuesto por el resto de supervivientes de la hecatombe. Y atrás, más atrás,
muy atrás, por detrás del todo, el pobre pobre quelonio, que por lo menos sigue
a su ritmo lánguido, pero sin pausa. ¿Cómo lo ves, Z?
ZENÓN: Pues te
diría que, según la paradoja de la flecha y a efectos cuánticos, en este
preciso instante no se está produciendo movimiento alguno, oigan.
PORFIRIO: ¿Cuánto de
cuántico?
ZENÓN: ¡Cuantiquísimo!
ESOPO: Hablando de
flechas, ¿Habéis visto esa saeta silbando por los aires?
PORFIRIO: ¡Ay, mi
madre! ¡Es Heracles! ¡Parece que trata de dar caza a la cierva con su arco, el muy
canalla!
ZENÓN: Pues no es
temporada…
ESOPO: Tranquis,
por muy semidiós que sea, jamás alcanzará con sus flechas a la divina divina
cierva de Cerinea… Uf…
ZENÓN: ¡En toda la
cabeza!
PORFIRIO: ¡Menuda
carnecería, rezeus!
ESOPO: Pues, así
las cosas, tenemos a la liebre en primera posición. Pero vaya…
ZENÓN: ¿Es que no
van a dejar de ocurrir cosas?
ESOPO: ¡Ya te
digo! Resulta que, confiada por su ventaja y haciendo gala de una petulante
soberbia que jamás habríamos imaginado, ha decidido acostarse bajo un olmo y
echarse una reconfortante siesta, ¡menuda es la liebre!
PORFIRIO: ¡Es que es
íbera!
ESOPO: ¡Pues ahora es la pérfida quimera quien se
coloca en cabeza! ¡Mosquis! ¿Qué daimones es eso?
De entre los peñascos asoma una bestia
extraña, una suerte de perro mitad lobo, mitad zorro, mitad perro, mitad cartún;
conocido en las ignotas y bastas mesetas de Arizona como coyote (Carnivorous
Vulgaris). De detrás de su lomo se saca un lanzacohetes homologado de la
marca ACME y lo dispara sin contemplaciones. El proyectil ejecuta una parábola
brownoidea con doble tirabuzón y carpado horizontal, impactando de pleno en la
susodicha quimera y haciendo bum.
ZENÓN: ¡Bum!
PORFIRIO: ¡Por todos
mis aliños! ¡La ha dejado hecha un yogur!
ESOPO: ¡Ojo,
porque ahí regresa Heracles a paso raudo! ¡Parece que aún le queda algún recado
pendiente! ¡Sí, en efecto! ¡Alcanza sin despeinarse al jabalí de Erimanto y lo
decapita usando sus propios pulgares!
ZENÓN: ¡Qué pelazo!
PORFIRIO: La verdad es
que sí…
ESOPO: ¡Bueno,
bueno, bueno! ¡No nos distraigamos ahora, los contendientes se aproximan al
último tramo del dólico, el decisorio! ¡Sortear el despeñadero del Afrodiso! Una
insondable garganta más profunda que el mismo Hades, aunque también menos
interesante, por no ser más que un boquete en el hueco de un hoyo en un
agujero.
ZENÓN: Eso es así.
ESOPO: ¡El dodo
llega primero, perseguido por el coyote, sacude sus ridículas alitas y…! ¡Sí! ¡Parece
que, después todo, vuela! ¡Por detrás, el coyote, galopa varios metros por el
vano hasta que repara en que está incumpliendo, como poco, diecisiete leyes de
la física gravitacional newtoniana, muestra un letrero que reza “Oh-oh”, y cae,
cae, cae al abismo dejando tras de sí la caricatura de un chistoso nimbo de
pantomima con su figura!
PORFIRIO: Y no se supo
más.
ESOPO: ¡Atención
ahora porque ahí llega el cinocéfalo papión! ¡Se prepara para el salto y…! ¡Por
Zeus! ¡El semisimio infla una especie de vejiga natatoria monstruosa en su
abdomen y cruza flotando! ¡Lo veo y no lo creo!
ZENÓN: ¡Joder, qué
ascazo!
ESOPO: ¡Y así, sin
más, alcanza al dodo en pleno planeo y lo devora de una dentellada certera!
¿¡Pero qué!? ¡El peso del dodo en los mondongos provoca que el papión también
se precipite al fondo de la fosa! ¡Qué final!
PORFIRIO: Ya sólo
quedan la liebre y la tortuga…
ESOPO: ¡Justamente! Pero eso, como bien dijera Heráclito al meter los pies en el río, es otra historia.
CORO: Y tal que así fue como el
célebre dólico de los aqueos llegó a su terminación como la misma vida; dejando
un majestuoso reguero de sangre y ni un solo vencedor. El quelonio, sin
embargo, prosiguió con su periplo a paso lento y desacompasado; y por ello
imploramos a las musas que sean inspiradoras de este canto (que prometemos será
el ultimisimísimo). Anduvo dilatados días a través del Ática, Beocia y Tesalia,
y entre medias el dorado Apolo le afanó al bueno de Helios su esplendoroso
carromato. Cruzó Macedonia entera y buena parte de la Tracia, y siguió, y
siguió con eternizada parsimonia y se llegó después de eso hasta las lejanas
tierras de Polonia, donde fue vilmente capturado por las broncíneas y
oropeladas garras de un pajarraco de Estínfalo perverso y hitchcockiano. Este
se lo fue a llevar por los aires de Céfiro, desvolando el camino practicado
rumbo sur y doblando hacia occidente, pasando por la anhelada Ítaca donde
Penélope tejía que te tejía una bufanda requetelarga para el rey Laertes.
Atajaron por el mar jónico, que nada, pero nada, tiene que ver con los jonios, y,
en una tierna mañana, alcanzaron por fin la trigonal y humeante ínsula de
Sikelia. De esto que al avechucho de plumas de oro peladas le aguza un hambre
atroz, y otea desde lo alto en busca de una buena piedra, aunque no fuera precisamente
preciosa, contra la que arrojar su presa, destrozar el cascarón, y así dar
comienzo a tal banquete. Y resultó que por allí mismo pasaba, en rutinario
pindongueo matutino, un viejo carcamal eleusino y de reluciente cocorota,
conocido en sus tiempos entre los hombres por el humilde y sobrevalorado antropónimo
de Esquilo. Sucedió en un pliki, y de esto no hubo testigo alguno, que el
quelonio, libertado por fin de las garras de su volante captor, fue a
estrellarse de canto contra el cráneo del dramaturgo, resultando del todo
incólume, pero dejando a este último metamorfoseado en una auténtica ruina
minoica y perfectamente difunto, consumándose así el vaticinio profetizado por
la Pitia allá en Delfos un puñado de años atrás. Después de esto, el tortugo se
fue por ancas a paso sanguinolento y concluyó sus días quizá por Cabo Verde, o
Madagascar, por ahí o por cualquier otro archipiélago similar de clima tropical
y habla portuguesa. Heracles, sin en cambio, dio muerte al pájaro con otra de sus
puntiagudas flechas y le llevó los despojos desplumados a su adorado Euristeo a
la sombra de las pétreas columnas de la Argólida, que le obsequió con un amablemente
con un cálido besito. Y ya como epílogo hay que decir que la altanera liebre
jamás nunca volvió a despertar, y que cuando cayó el invierno se murió de frío.