Hacía tiempo que no pisaba el pub Fingerwing's, tal vez por
demasiados recuerdos, no necesariamente malos, sino más bien ebrios y confusos.
A decir verdad, sentí cierta nostalgia cuando entré, recordé que era en esas
cuatro paredes en las que me había inspirado para escribir Pub Limbo.
Entré con mi amigo Thiago, un viejo conocido al que perdíamos
a menudo entre las aguas, me refiero a que su vida transcurría en la mar, desde
las costas de São Paulo hasta el Yukón sin pasar por el estrecho de Magallanes.
Un hombre de mundo que no disfrutaba con ninguna cosa más que con su gaita y
unas cuantas botellas de sidra.
No queríamos pasar la noche entre copas, ni tan siquiera
recordar viejos tiempos, simplemente tomarnos la penúltima cerveza antes de
irnos a dormir en aquella glacial noche. Se pidió una Guiness y yo una Murphy’s tostada,
y en seguida advertí la presencia de la vieja diana donde habíamos jugado años
atrás. No tardé en retarle a una partida amistosa entre trago y trago, por los
viejos tiempos.
Capté sin querer la atención de un parroquiano de blanca
cabellera llamado Frank, que aceptó el reto como si se lo hubiera lanzado al
pecho con alguno de los dardos que aún descansaban en aquel vaso junto a la
diana, y llamó a su compañero, un canijo rostro pálido con las fosas empolvadas
y ojos inquietos (en toda la noche conseguí adivinar si de verdad me miraba a
mí cuando me hablaba).
Nos apostamos la ronda y… bueno, ¿para qué enrollarme?
salimos perdiendo. Dimos algo de juego, pues la apuesta era al mejor de tres y
al menos ganamos la primera partida. Yo tuve una buena actuación, aunque fallé
en momentos clave. También acerté muchas veces, ni qué decir tiene.
La moraleja de la historia es… demonios, ni siquiera logro
acordarme ahora. Me sentí muy joven jugando con estos dos carcamales de la
farlopa, Thiago y yo junto a ellos no parecíamos más que niños con algo de
pelusa en el rostro. Pero también me sentí mucho más maduro en el sentido de
cómo veíamos cada uno la vida, no entraré en detalles, pero estoy seguro de que
no seré como ninguno de esos dos, y no por que vaya a conseguir grandes cosas,
sino porque sé que voy a ser feliz. Lo sé. No me lo tiene que decir nadie. No
me lo va a tener que decir nadie. Nunca. Tal vez en algún momento de debilidad…
Debería subirme algún día al barco de Thiago y ver la tierra
desde fuera. Dicen que todo se ve distinto cuando estás flotando.