no
sé cómo empezar esto. el típico plan de tranquis, con los tronquis, que se
trunca, y acabas con la nuca desencajada como nunca, bajo un tractor, y, con
una carcajada de terror, el doctor te receta que te tomes una siesta, y que
menos fiesta, y también que menos setas. lo que se dice: el no tan típico tipo
de veintipico, que vive medio en las nubes, medio en las tripas, como trepando
a un trípode de tripis, con un tricornio en la cabeza y, en el regazo, un
tríptico de los tres tristes tigres atravesándole con el travieso temblor
contemporáneo. estar entre las estrellas. las sábanas. bañarse sin piel ni
huesos en mil charcos sobre el suelo. fingirse cielo y cuerpo por un momento y
palpar el palpitar del tiempo. ponerle un nombre a cada cosa. una palabra. un
susurro. una mentira. el viento a través de las ramas haciéndose pequeño y
demostrando su presencia. no sé cómo continuar esto. el día dado en que nada te
daña, ni te engaña, y cada capítulo tiene un título, y te das cuenta de que la
realidad ye como el culo: que todos tenemos uno y cada cual apesta a su manera.
y que a menudo nos liamos como tarzanes en los pelos, que en mi mundo son
lianas. y así uno se siente bien aunque a veces esté solo, pues sólo hace falta
saber que no todo está fatal y que, toques donde toques, sale algo. ahora no sé
cómo acabar esto. en qué bar o si aún está abierto el metro. no sé si debería
ir a acostarme o si otra vez me costará dormirme. no sé nada de tantas cosas.
de tantas costas. de tantos costados. no sé cómo terminar esto. no sé si quiero
terminarlo. no sé.
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20.1.15
24.1.14
recuerdos confusos de una noche en el sol naciente.
recuerdos confusos
de una noche en el sol naciente. —¿qué te ha pasado en el pelo? —no sé.
últimamente no ha dejado de crecer. la cerveza que me ha servido el mozo tiene
demasiada espuma así que la dejo reposar un rato mientras divago. tengo una
cicatriz pálida en el lado interior de la muñeca izquierda, de aquella vez que
me pasé todo el quinto mes inconsciente o desmayado. siento que el sol ha
cruzado de lado a lado a mi alrededor, pues yo no me he movido apenas, hablando
en términos astronómicos. me imagino cómo será la luna, si le gustó alguna vez
alguno de mis poemas. para crear hay que
destruirse un poquito. apuré la cerveza. pedí otra. encendí un cigarro. ¿qué
día era, miércoles? la puerta seguía en el rabillo de mi ojo. pero mi pupila
seguía negra como aquel agujero en el cielo que vi el otro día. agarré la mano
de mi hermana mientras todo se desvanecía a nuestro alrededor y yo pensando en
qué decir. te quiero. pero fue un grito mudo nadando en nada. escudriñé mi
cuaderno y no vi más que garabatos de un tal testa. ya no recuerdo bien a ese
tipo, creo que se mudó a estagira. me siento tan solo aquí sentado. alguien se
puso a tocar el piano entonces y susurraba una canción preciosa. miré el fondo
dorado de mi jarra y no me vi reflejado en él. ¿qué habrá sido del viejo
village? lo último que supe de él fue que le trincaron deshaciéndose de un
cadáver con su psicólogo. no sé cómo fue que le soltaron después y ahora anda
perdido por los canales. otros dicen que la última primavera se subió a un
ático en la luna con un sombrero de paja y estalló en mil pedazos. a la gente le
gusta contar historias. yo mientras tanto he puesto una bombilla dentro de un
vaso medio lleno de agua en el alféizar de mi ventana y así me paso la tarde.
observándola. esperando a que se encienda. destrozo un palillo entre los dedos
con ese crujido de gozo. y mi cordón se ha vuelto gris. gente. infierno.
ángeles. bau del aire. heráclito. me siento adormecido. intento coger impulso
para dar la vuelta con el columpio y ya se me han cansado los brazos y las
piernas. pido un trago de whisky y otra cerveza. me dejo caer sobre la barra y
respiro. he vuelto a ver esa pradera verde verde y joroschó hendida por un
serpenteante riachuelo donde hay un hipopótamo púrpura llamado otto que al
final resultó no ser más que un rinoceronte amarillo con un solo cuerno. me
acordé de aquel porche a medio construir donde tocaba la guitarra frente a las
marismas hablando una lengua extraña. el sol se puso ese día rojo y desde
entonces casi que no lo he vuelto a ver. y aquí estoy ahora, en el sol
naciente. destruyéndome un poquito para así poder crear. en el fondo hay un
globo sobre una cuchara y su sombra intenta decir algo, pero no lo entiendo.
así se muere y ni con dedales se arregla. y todo cae. un tipo con guitarra y
armónica cantó entonces: todo está bien, mamá, sólo estoy sangrando. está
bien, mamá, puedo hacerlo. nacemos para ser nosotros. está bien. me limpié
rápidamente una lágrima y disimulé bebiendo la cerveza. todo está en llamas y
algún día los peces se lo comerán todo. los asesinos son indultados y yo me
tengo que poner la gorra para ocultar unos ojos rojos. pero todo está bien. es
la vida y sólo la vida. nos sobrevivimos. estamos aquí. pero eso tampoco me lo
creo y sorbo ruidosamente un trago. no hay nadie alrededor y el mozo ha dejado
encendida una lámpara solo para mí. buenas noches, mascullo. y recojo las
cuartillas en las que he estado pintando círculos y triángulos. nunca deja de
amanecer en el sol naciente como en una broma de mal gusto antigua y con
sombrero de copa. mi paraguas está roto y parece una especie de bestia mitad murciélago
mitad tarántula, pero no creo que vaya a llover.
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'P. Lavilha
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18.4.13
Capítulo XXII (Parte II).
Se trataba de un viejo edificio cuadrado de ladrillos
sucios, con una pequeña puerta de madera oscurecida por un caldo de lluvia y
años de la que colgaba una oxidada argolla, y dos ventanucos en la segunda
planta. Junto a la puerta, en un corroído letrero de bronce se podía leer “TEATRO
MÁGICO” y debajo una breve e ilegible frase.
Entré sin
llamar, es una mala costumbre que he cogido no sé dónde. Todo aquel teatro era
una gran sala diáfana, con unos cuantos bancos apostados junto a las paredes y
un gran espacio central donde bailoteaban un puñado de actores y artistas de
circo, y las paredes estaban pintadas a rayas rojas y azules, como en mi sueño,
digo en mi suelo, lo que me hizo pensar que quizás estuviese frente a una
sincronía del Universo que se había manifestado a través de mí pero al revés, o
tal vez algo del Destino o algo así, pero supongo que no fue más que una bonita
coincidencia.
Definitivamente,
aquí no vendían lámparas, por lo que decidí dar descanso al traqueteo de mis
zapatos y sentarme un rato para disfrutar del ensayo o lo que quiera que fuera
aquello que hacían los artistas.
Me quedé
asombrado con el equilibrio del pequeño Phillipe allá arriba, sobre una cuerda
de guitarra tocando la nota Mi, muda, con la mirada estrábica, absorta,
ignorante de la gravedad. Me deleité con los malabares de Éloi el chile, que se
atrevía hasta con sables en llamas, incluso sobre un monociclo chirriante. Más
allá un coro canturreaba una extraña canción que jamás había oído, el tipo de
canción que susurra el viento cuando, después del fulminante ronquido de un viejo
volcán escupe fuegos, una brizna de hierba brota de entre el tiznado hollín
como una verde lengua de vida que escapa de su prisión de azabache. En otro
rincón, unos cuantos actores ensayaban una obra inspirada en Don Quijote, lo
que más me gustó fue Rocinante, reducido a un calcetín lleno de paja con dos
grandes botones negros por ojos, una crin de lana y un palo de escoba por
cuerpo, aunque visto así quizá sea un poco triste; y un poco más a la
izquierda, un forzudo levantaba con una mano una escalera sobre la que se
sostenía una muchacha mientras que con la otra hacía pasar a un perro pintado
de tigre por un aro luminoso que apenas parecía estar caliente.
Pero lo que
más me llamó la atención de todo aquello, lo que atrapó con un anzuelo
invisible a mi pupila, fue aquella muchacha, su corta melena del color del
melocotón y sus infinitos ojos verdes, su piel dorada sembrada de delicadas
pecas que se iluminaban con cada sonrisa de sus labios, toda ella despedía una
especie de electricidad o algo parecido que hacía que me temblase todo el
cuerpo, mis orejas enrojecieran y el pelo del cogote se me erizase. Como si una
tierna voz aquí dentro o tal vez de fuera me tararease la pacífica melodía de
la calma ancestral.
—Esa sensación
llámase rubor que, como el atún, es más viejo que el fuego —dijo un viejo que
había aparecido junto a mí como por arte de magia— ¿Cómo te llamas? —preguntó
—Alonzo
—respondí automáticamente, sin tiempo para sorprenderme.
—Bien, bien
—hablaba con una voz paulatina y leve, casi como si las palabras le salieran en
una acompasada exhalación de algún sitio dentro del pecho— ¿Y qué haces aquí? —continuó—
La función no empieza hasta las ocho.
—Son ya las
ocho y veintidós —contesté tras mirar mi reloj de pulsera con correa de piel de
llama. El viejo se rió, enseñando una dentadura toda de madera.
—¡Pero si la
actuación es por la noche y apenas acabamos de desayunarnos las tostadas con
café! —consiguió decir finalmente entre carcajadas.
—Ah —suspiré
yo—, pues entonces me marcho, hasta luego.
—¡No, no, no!
—gritó el viejo— ¡Espera un momento! ¿Tú no estarás buscando empleo, verdad?
—En realidad
yo sólo buscaba una lámpara —dije—, pero…
—Pero te has
enamorado ¿verdad?
—Puede que un
poquitín —solté con una risita y haciendo un ademán con la mano como
sosteniendo un pelo imaginario entre el índice y el pulgar.
—Pues vamos,
te enseñaré tus tareas —sentenció mientras señalaba con el cuello hacia unas cortinas
que había en la esquina al tiempo que guiñaba un ojo con expresión cómplice.
Aquel viejo
llamábase Melquíades Quismondo, aunque todo el mundo le llamaba Melquíades, y
era el director del Teatro Mágico. De él se decía que tenía más de cien años,
cosa que concordaba con su arrugada piel del color de las aceitunas y con sus
pálidos ojos tan profundos como el gran saco de sabiduría envuelto en mantas de
colores que era él mismo.
Me condujo
hasta las cortinas coloradas de terciopelo de imitación y, tras ellas, di con
una descomunal estantería que llegaba hasta el techo, toda llena de cajas de
todos los tamaños, cajas y más cajas de cartón y de madera, incluso cajas
hechas con terrones de azúcar y pesados baúles forrados de piel de cebra. Había
tantas cajas que fácilmente podían contener entre todas al menos una muestra de
cada cosa que hubiera sobre la tierra y parte de sus adentros, hasta una
pequeña muestra de nube y otra pequeña muestra de arcoíris y esas cosas.
Pero lo que
contenían esas cajas, me dijo Melquíades, eran cientos de cachivaches y
artilugios científicos y ropas extrañas como disfraces y baratijas y amuletos
que había ido recopilando en sus viajes por las dos caras de la moneda
terráquea y que, según me indicó, yo debía ordenar.
—¿Cómo lo
hago? —titubeé.
—Como tú veas —respondió
afablemente— Hay tantas cosas fabulosas aquí amontonadas que ya apenas las
recuerdo todas. Por ahí debe de haber una pareja de espejos que le compré a un
árabe que los había fabricado para, puestos uno frente al otro, poder ver el
reflejo de Dios entre ellos.
—¿Y qué vio?
—pregunté entonces, intrigado.
—Nada. Bueno,
y todo. Vio de todo menos a Dios. Vio cosas pequeñísimas que parecían esferas
eléctricas zumbando todo el rato, pero no a Dios.
—Vaya.
—¿Y qué me
dices de este catalejo mágico? —siguió diciendo animadamente mientras me tendía
un rollo de cartón.
—Pues parece
un rollo de cartón —contesté decepcionado.
—¡Pero no lo
sostengas así! —exclamó— ¡Mira a través de él!
Y al mirar por
aquel cilindro acartonado no pude ver más que a la muchacha al otro lado de la
estancia.
—¿Has visto,
Alonzo? ¡Es un catalejo mágico! ¡Tiene la cualidad de centrar nuestra
despistada mirada únicamente en aquello que queramos ver!
—¡Es cierto,
increíble! —proferí entusiasmado, aún con ese tal rubor tras las orejas— ¿Y qué
hay de todos estos libros? —pregunté mientras sacaba una caja de su estante.
—¡Ay, Alonzo!
—suspiró Melquíades— Has de tener especial cariño y cuidado con los libros,
pues albergan antiguas historias que no deben ser olvidadas. Ricardo Corazón de
León, que se llama igual que el rey pero no es el mismo, dijo una vez con su
profunda voz que los libros le enseñaron a pensar, y el pensamiento le hizo
libre ¡Se encuentran cosas maravillosas en estos manojos de páginas
encuadernadas!
—Está bien
—asentí— ¿Sabe, señor Melquíades? —continué— Yo antes vivía en otro lugar, y mi
vida era comer, dormir y trabajar. No es que me sintiera triste con todo
aquello, tal vez sí, pero el problema es que no sentía absolutamente nada. Toda
mi vida se reducía a las volteretas de las agujas del reloj, que son volteretas
harto tediosas cuando no tienes tiempo ni para subirte un poco los calcetines
entre escalón y escalón. Ahora —proseguí— he dejado todo eso para vivir y
pensar, y, cuanto más observo el mundo y más pienso sobre él, más loco me
parece, todo lleno de serpentinas y desorden y galimatías y cosas feas y malas
y también gente buena que se asusta en todo ese caos de la anarquía de las
pompas de jabón.
—Ay, Alonzo
—me dijo Melquíades mientras apoyaba su tibia mano sobre mi hombro—, el mundo
no puede dejar de sorprendernos nunca porque está en su naturaleza. Cada uno ha
de ser lo que es, y el mundo no es coherente. La gente toma decisiones distintas
y los rayos caen donde menos te los esperas.
—Hablando de
rayos —dije, al ver la densa y oscura nube que dejaba ver uno de los ventanucos
de arriba—, se avecina tormenta.
Y, aunque no
lo crean, justo en ese mismo instante, hubo un fugaz destello seguido de un
ensordecedor estallido que se perpetuó aquí en mi sesera durante un rato
vestido de silbido átono. Supongo que había sido otra inesperada coincidencia.
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'P. Lavilha
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XXII
23.12.11
Un respiro entre las páginas.
Puede que parezca que he estado ausente, pero no es verdad,
un poco sí, pero lo cierto es que he estado ocupado.
He estado escribiendo mi primera carta de amor, aunque aún
no la he terminado, pero sé que lo voy a hacer.
También he estado pensando en si la vida es un sueño que
parece demasiado real. A mí me gusta imaginármela como que ya conocemos todo, y
rebuscamos con una mano invisible dentro de un enorme calcetín a rayas rojas y
blancas. Dentro de él están todas las vivencias, lugares y personas; y las
vamos sacando al azar. Luego nuestra mente nos engaña y mezcla todas estas
cosas para que parezca que las vamos conociendo, cuando en el fondo ya lo
sabíamos todo, porque todo es la
misma cosa, todo es todo.
De momento también consigo hacer que se duerman el aguador
de mis lagrimales, el monstruo verde, el apretar los puños y el chirriar los
dientes; bajo el decreto de ¿ES DE
VERDAD IMPORTANTE? todo así escrito.
Porque todo va a ir bien mientras tengamos unas pocas gotas
de amor como las que llueven siempre sobre mi cabeza, hace tiempo que tiré el
paraguas y dejo que me empapen bien.
Tan grande como es la mente humana… y el Universo capaz de
albergar millones de ellas… para que haya quien sólo la ocupe en las uves
dobles al final de las piernas y en cabrones de brazos verdes. Y me hablan de
placer… Placer es observar el ascenso del humo mientras suena Breathe in the Air, Placer es saber que
no necesito motivos para sonreír.
Porque la vida es como el bar, el bar no entiende de
religiones ni de políticas, el bar está hecho para beber y pasarlo bien.
Con mi amnesia caótica, con mi algo en la mochila, mis
etiquetas de Budweiser pegadas con
saliva en esas botas… ¡Mira qué botas! ¡Qué guay!
Como los armadillos, que no son ni perros ni escarabajos,
nosotros ninguno somos lo que creemos ser. Somos algo más. Y algo menos. Hemos
nacido para ser siempre libres. Así que olvídate de este mundo. Tienes que
crear otro.
29.10.11
La muerte del payaso.
se acabó la tragicomedia. se acabó el circo. yo lo he visto.
mi maquillaje está reseco y se
desquebraja en mi barbilla. ahogo mis penas en whisky y ginebra. el látigo del
domador ya no chascará nunca más, los leones no lucharán y los tigres no
rugirán. así que… bebamos todos por la muerte del payaso. la adivinadora de
fortuna está muerta en el suelo. nadie la necesitará nunca más. el entrenador
de insectos está agachado sobre sus rodillas buscando patéticamente a las
pulgas fugadas.
así que bebamos todos
por la muerte del payaso.
¿y quién era aquél payaso? ¿acaso era yo? tal vez yo sea
nadie... y ella la adivinadora de fortuna. o quizá sea el domador que no
consigue amansar a las fieras. sé sincera. no tenemos nada que hacer. yo soy el
loco buscando pulgas fugadas. yo soy el circo. ¿soy el circo? ¿o ya se ha
terminado? el dado no tiene razón. no la tiene tampoco otro trago. ni travis
calzado en deportivas nuevas y sigilosas. no tiene razón nadie. son animales.
lo somos, sí, no tenemos nada que hacer. estoy atrapado porque quiero irme sin
equipaje pero tengo una maleta muy pesada entre mis brazos. una maleta que no
quiero soltar. no, nunca. es la pequeña niña india que me pide que busque un
libro que prestarle y no encuentro más que sudokus y guías televisivas.
no sería una mentira decir que es la canción más bella y más
perfecta que he conocido. la canción más bella que en otra noche de insomnio y
tenues luces neblinosas mr. tambourine me tarareó al oído. jamás podrás tocarla
con esas ajadas cuerdas de guitarra. me dijo. pero nunca podrás olvidar su
melodía. y quizá por eso beba… por la muerte del payaso.
me senté otra vez en el taburete de cualquier bar, con
cualquier periódico a la luz de una cerveza. ¿cómo está el mundo? me preguntó
mi pájaro AZUL. a él no le importa el mundo. pensé. él es el MUNDO. el mundo no
está tan bién. contesté. en el mundo mucha gente espera en el sofá sin trabajo
esperando poder poner un plato en la mesa para sus hijos mientras oye en televisión
que hay mucha gente esperando en el sofá sin trabajo esperando poder poner un
plato en la mesa para sus hijos. y se olvidan de que mucha más gente pierde un
hijo cada día. con barrigas hinchadas. y moscas. con los ojos llorosos de no
conocer más que arena y hambre. en este mundo hay gente que se alimenta de bits
y pantallas táctiles y manzanas mordidas y hace colas por subir otro escalón en
la pirámide babilónica de la MÁQUINA. mientras pies descalzos y astillados caminan
sobre escombros para encontrar otro trago de agua. no tenemos nada que hacer.
el payaso a muerto. tintin ha vuelto. botero engorda a jesucristo. dylan
sobrevivirá a picasso. eta en paro. el payaso. el único loco que nos hacía
sentir cuerdos. ha muerto. ahora nosotros somos los locos.
cómo está el MUNDO. y mi pájaro aletea impaciente por saber
la respuesta. pués no la sé. le susurré. no la sé, compañero. sólo sé que el
payaso ha muerto. no me gustan los payasos. no me gustaba ese circo. no me
gustaban los llantos entre aplausos ciegos y sonrientes cuando se bajaba el
telón. ahora el circo ha muerto y yo sonrío de nuevo.
30.5.11
Hojas arrancadas...
¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada!
Cada rezo aceptado, cada antojo vencido.
Alexander Pope
23.4.11
¡Sé Feliz, sé Feliz!
Al habla el planeta Tierra. Soy el agente Blanco ¿me reciben?
Hoy he mantenido la Paz en el mundo, cambio.
Este planeta es muy bonito, corto y cierro.
22.10.10
El tonto viento.
Hoy toca improvisar... recibí disculpas por cosas que ocurrierron hace un año, caen lágrimas de asuntos que parecía ya se habían solucionado... vuelan nubes, se vomitan tripas... y yo sigo aquí sentado viendo cómo va este puto mundo de mierda en el que todo va al revés... sólo me queda mi madre, ella es la única que confía en que escriba algo que merezca la pena -o al menos que yo sepa-. Lo intentaré con una pequeña ayuda de mis amigos que, hoy sí, seguro, puedo decir que tengo.
Deseo respeto a todo el mundo, es decir, PAZ.
Deseo respeto a todo el mundo, es decir, PAZ.
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