Mostrando entradas con la etiqueta luz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta luz. Mostrar todas las entradas

14.7.20

Mørk: Varmt.

The Hunter

               En el principio fue la noche. La llamaron kaamos; la eterna noche inmaculada, sin luna alguna y sin estrellas, sólo la negra noche negra y azul preñada de invierno, gélida como una ausencia y tan oscura como la más profunda de las fosas. El viento arrastraba entonces los glaciales cantos de los antiguos, de los que aún no habían nacido, de los que aguardaban, ciegos y sordos, por su turno prestado para morar la tierra y los mares.

               Después Vamn, con la sal de sus olas, fecundó el fértil vientre de Jord, que yacía tendida bajo un delicado y níveo manto de escarcha, y, tras el anuncio de la glauca aurora, que danzaba desnuda en el indescifrable cielo nocturno, de las entrañas del fango de levante se alzó Varmt, la que calienta, con su refulgente cornamenta y unas doradas alas sobre los hombros. Y así nació la mañana.

               Varmt escudriñó el yermo suelo bajo su luz, y con un cálido susurro despertó a la taiga, entumecida en su lecho de lodo, y así los árboles se izaron fuertes y robustos, vistiendo a Jord de esmeralda y madera. Después se desperezaron los musgos, con sus tímidas voces entonando las canciones olvidadas, y a éstos les siguieron los hongos de la tierra, que se cobijaron bajo el pino y bajo el roble, donde aprendieron la lengua prohibida de la espesura para después guardar silencio entre la maleza.

               Varmt echó a caminar, y anegó el cielo de una luz límpida tras sus templados pies de tez dorada. Ascendió sin esfuerzo por el fresno celeste y, una vez en la cumbre, volvió a dirigir su tibia mirada a Jord y, al verla aún somnolienta y taciturna, la quiso obsequiar con un cándido beso de sus labios. Pero Jord, orgullosa, lo rechazó apartando su áspero rostro, y Varmt se cortó con los pétreos riscos de su hermana y madre.

               De la sangre de Varmt surgió el oso a mediodía, le siguieron el lobo y el próspero reno. De sus lágrimas emergió formidable el narval y el esquivo arenque. Y de su llanto, por último, manaron la lechuza y el cuervo. Después, compungida y triste, comenzó el descenso.

               Ya en el último rubor vespertino, cuando los cirros de la tarde se sonrojaban ante su ígneo desfile, Varmt echó la vista atrás. Ulv, el lobo, devoraba el estómago del reno y sonreía cruel con las fauces ensangrentadas. Varmt, colérica, arrancó una afilada asta de su cráneo y desgarró con ella su propia tripa, de la que extrajo el sanguinolento hígado, aún palpitante, con el que dio forma y aliento a Mørk, a quien alimentó con la leche de sus pechos y encomendó el custodio de sus rebaños.

               Hecho esto, Varmt se asomó al abismo del ocaso, allende los mares de poniente, y se arrojó por él sin ruido, cayendo tras ella la nueva noche, iluminada esta vez por una luna de hielo con su pálido hálito, que no es más que la blanca sombra de Varmt y la huella de sus pasos por el firmamento, como un recuerdo.

               Y después, con un eco de gemido, amanece en el oriente.

26.9.15

por la tarde.



por la tarde naranja naranja azul y comisuras en los labios.
por la tarde la espuma reseca espuma agrietada somnolienta del café que ya no fue.
por la tarde negro el cielo negra la acera negra la farola.
por la tarde huele a basura huele a mierda y por la tarde pasa un camión que pasa una moto que pasa la tarde por la ventana.
por la tarde no hago nada.

por la tarde fumo el hábito y me visto de ceniza y con el polvo me hago un peinado.
por la tarde la desenvoltura de los panales de plástico y las ramas secas.
por la tarde dioses de luz, ídolos de barro.
por la tarde enciendo la bombilla enciendo la lámpara soplo suspiro no me entiendo me apago.

por la tarde las estrellas, las cansadas, jumdirillas, apretadas.
por la tarde azul azul negro y la blanca sonrisa blanca púrpura.
por la tarde ojos descalzos, tripa roja, pies vacíos y callados los dedos.
por la tarde miro al techo.
por la tarde me sonrío.


por la tarde me distraigo, también lloro, parpadeo largo, tumbado y tendido, rendido, y me dejo caer caer caer por los resquicios parpadeo resquicios parpadeo parpadeo.

por la tarde el hielo se derrite y sube la marea.
por la tarde damos vueltas y más vueltas para que las agujas giren y den vueltas y giren y se haga tarde.
por la tarde se esfumó el ímpetu de las tostadas crujientes tostadas y sólo quedan los escombros del váter cigarro café váter y una amnesia.
por la tarde estoy cansado.
por la tarde no hago nada.
por la tarde lo hago mal.
por la tarde me repito.
por la tarde me repito que por la tarde de mañana no será como hoy por la tarde o como ayer por la tarde, que es lo mismo.
por la tarde es lo mismo.

por la tarde otra vez.

Edvard Munch

8.1.15

Un ombligo bíblico.

Convenimos lo siguiente: El primero que calzara con calcetines los colmillos de una morsa, se llevaría como premio este pequeño altavoz. Una serpentina de diamantes se derramaba por el sofá y me detuve en una sillita de playa a la vera de la tortuga y con vistas a un marco en blanco que, de hecho, no era más que un rectángulo de madera. Los elefantes patinaban en círculos por el respaldo del sofá y aquello parecía una cascada oceánica entre sendos glaciares como cojines. Yo no hice gran cosa entonces. Tampoco había tocado los bombones de crocanti desde hacía rato; si acaso libaba birra y leía láminas a la luz liviana de los eslabones que en el fondo eran bombillas. El reloj se derritió como en aquella postal y tampoco hice nada al respecto. Como mucho intentar acomodarme en esta sillita que me está destrozando la espalda.

La travesía duró al menos un buen rato. Naufragamos un Cadillac del siglo catorce en medio del desierto del Gobi y eso nos palpitó en la cebolla; pero yo rebusqué en mi bolsillo y encontré un nimbo aterciopelado y cubierto de pelusilla del ombligo, y el otro setenta por ciento era agua como yo, y como cualquier otro mono. No encontramos morsas por ahí; si acaso algún que otro ñandú turista y montones, montones de tierra. El cielo se curvó entonces, y nos quedamos panza arriba y, con los pies descalzos, nos soñamos dormidos y buceamos en una sustancia que era yo qué sé qué y amanecimos en un café de Luanda o Liubliana o tal vez era una pescadería, y decidimos hacer las paces entre los peces y seguir buscando por otro lado.

Pero buscar qué. Lo habíamos olvidado. Hacía frío entonces como cuando te comes un caramelo de menta con cualquiera de los polos en mente, y fingimos que la realidad no nos mentía demasiado.

¿Sabes? Me tomaré ese café. El azucarero estaba medio lleno de rubíes y zafiros, pero me serví un par de cucharadas de todos modos. Justo delante un tipo despotricaba contra las estelas químicas mientras solicitaba fuego para encenderse un cigarrillo haciendo un gesto con los pulgares. Lo llaman geografía de los estados del pensamiento y está repleta de curvas y bahías. Pero yo de eso no sé un pimiento apenas.

Alguien gritó «¡El techo es lava!» y los muebles se dieron la vuelta y se colgaron del tejado y, así, no supe si era yo el que estaba del revés. Y volvimos a fingir que la vida no nos engaña. Y por los pasillos alguien había escrito que hasta donde la ciencia conoce no es posible imaginar. Y la tinta del rotulador iba conformando surcos oblicuos como un ombligo bíblico por título.

Acordamos no mencionar nada al respecto y nos intercambiamos los sombreros para sellar el trato. A mí algo me chorreó por el hombro de la camisa, pero hice como que no me había dado cuenta y avanzamos a la siguiente casilla. Un hombrecillo que se había perdido por ahí me dio un dado en blanco y un dardo y una diana; y yo agarré todo con un brazo y con el otro una liana y salté por la ventana hacia la que había al otro lado.

Jugamos un rato a que las cosas empezaban por el final y terminaban por el principio y acabamos por cansarnos de no saber decidirnos. Después jugamos a no hacer nada y más tarde a perder el tiempo. Al final se hizo de noche y después de día como al principio.

Diego Rivera

14.6.14

Fragmentos del libro amarillo (XXI).


         Era una máquina que funcionaba sólo si se le daba cuerda rolando un nudo que tenía en la nuca hecho de pelos autóctonos de verdad y con una suerte de mecanismo por engranajes y poleas que llegaba casi hasta las uñas. Practicaba con cerveza y nunca se le dio mal del todo aunque no sirviera para llenar más que un par de páginas o tres los días impares y, según en qué luna viviera, algún dibujo sencillo que coloreaba sólo cuando le apetecía.

         Como un pedernal soltaba chispazos a menudo, y sólo eso bastaba para hacer que todo, aunque sólo fuera por un instante no más largo que un parpadeo, resplandeciera.


30.10.13

Hay una bombilla en una maceta.

         Nació en un coro de grito y llanto llevándose con su primer aliento la voz mitocondrial envuelta en placenta como una broma de mal gusto con la nariz roja y redonda.

         Creció con unos parientes lejanos en un pueblo cercano como un pequeño simio desnudo que trepaba por los troncos de los visitantes para encaramárseles a los hombros y no articulaba más sonido que la primera vocal llevándose una mano flácida a la boca como imitando un mordisco para expresar hambre (cuando sentía sed hacía algo parecido).

         Nunca se le dio bien nada realmente, pero una vez tuvo una idea, y la bombilla que salió del remolino de su coronilla la puso en una tacita de té entre algodones que había humedecido como hacía con las lentejas. Después cogió un sombrero de copa de ala ancha con una pluma irisada que encontró por ahí y se lo puso, para tapar el agujero.

         La bombilla fue brillando con más intensidad cada día que pasaba y, cuando dejó de parpadear del todo, la puso en una maceta de arcilla llena de tierra enriquecida y pintada con triángulos y círculos de colores, tres de cada.


         Aún no ha dicho ni mu, pero su bombilla resplandece de tal forma que para mirarla uno ha de ponerse antes unas modernas gafas polarizadas de marca.

21.10.13

Y calcetines.

Tengo la cabeza colmada de recuerdos inventados y calcetines. Había una vez otro tipo con lo mismo, pero no sé qué le pasó. ¿Cuánto puede pasarse uno sin mirarse al espejo? Yo, desde luego no tengo ni idea, pero me suena que el rostro propio es lo que nos ata un poco a la realidad. No sé si sé explicarlo, algo como las cicatrices y todo eso. Algo así. Lo que me gusta es mirarme a un ojo solo y preguntarme cosas como: Si un coche se me acerca a la velocidad del sonido pero está a, digamos, dos kilómetros, ¿cuántas veces oigo el coche? Y se me ocurre que el coche toque el claxon una vez para comprobarlo. Cosas así, no sé. Se fue la luz un día, y de momento no ha vuelto a aparecer. Me prestaron unas velas que tengo en la salita chorreando cera de colores. Para mi cuarto tengo mi linterna, y así, por la noche, acurrucado en mi pupa, me retuerzo como una cobra pero sin encantador ni flauta y me sumerjo entre los recuerdos inventados y los calcetines, y los palpo con los dedos con levedad, como cuando acaricio las paredes de las casas de estas callejas adoquinadas que tanto me gustan. Paseo mucho ahora, y veo que todo es más silencioso ahora, casi se respira, casi se acaricia el halo de la luna enorme, casi se sienten cosquillas en los pelillos de las oreyas con el inaudible tintineo de las estrellas. Así. Silencio. Y aun recibiéndolo como el mejor de los regalos también trae consigo tantos recuerdos inventados como calcetines. Aunque, pensándolo un rato, también me gustan. No sé.

15.10.13

Poesía subterránea.

A veces, cuando me siento contento de veras, me gusta mirar a la izquierda y saludar al tipo del espejo, que me devuelve la sonrisa con los ojos morochos y joroschó, tras sendas rendijas.

Cada reloj en mi cuarto, que no son pocos, marca una hora distinta. Pero no son de ningún sitio concreto, no sé.

Oí un grito de mariposa, o tal vez no era más que un aleteo estridente. Todo alrededor, como siempre, esperando en el suelo a su manera. También en el aire, o incluso cayendo con claridad cada día. Cayendo bien abajo. O tan arriba que los señores con corbata han de quitarse el sombrero para mirarlo. Cegados por el sol, como siempre, con esa luz tan radiante a su manera. Entonces, todo acaba. Y vuelve a empezar. Y así. Y se apaga la luz. Y se vuelve a encender. Como el único amigo al que hay que contarle todo hasta el final. Y otro chirrido.

Mamá mató al pollo. Y ahora tenemos algo que cenar.

Pero se fue. Y yo lloré. Mas lamentarme no puedo, porque amé. Y amo. Y eres tú. Y tú. Y tú.

Sonaban ecos de disparos bajo esos puentes. Como un bum. Bum. Bum. Pero adormecido sobre el río. ¿Qué llevará? Me preguntan ¿Qué llevará? Mucho fango, contesto así. Pero en verdad tampoco sé.

¿Y qué me decís de esa costa con el contorno de una mujer preciosa de las que no se ven por el camino? Siempre en mi mente. Siempre en tu mente. La sonrisa que se ve sólo a través. La sonrisa robada y esas cosas. Esos colores en el cielo que el mismo arcoíris envidia. Esos. Esos que se ven y se van. Todo el tiempo, sí, a todas horas, hace unos días y también mañana. Y aún más, son los que quedan.

Aleteando y aleteando se llega a cualquier sitio, dicen. Pero no sabemos a dónde volar. El viento se levanta y no tiene buen despertar. Y sopla. Y sopla. Y sus consejos no siempre son buenos. Como todos, pero ¿qué sé yo? Porque a veces llueve y no sabemos si mojarnos. O resguardarnos de la lluvia. Pero siempre suena igual cuando llueve y todo cae. Y todo cae. Y si te fijas va flotando. Hacia abajo, pero muy despacio. Y, como siempre, el momento de tocar el suelo es muy lejano. Y se acerca. Y no sabemos qué pasa entonces. Yo, por lo menos, no lo sé.

Todo en este mundo tiene su frecuencia. Sólo hay que dar con el acorde adecuado.


Ahora suena el tren. Ya sabes, ¡chúuu-chúuu! Y hay que irse otra vez. Pero yo lo sé. Me lo dijeron. Mi hogar está donde está mi trasero.

21.6.12

La montaña de Pan.


Iba yo caminando por un verde prado cuando, tras unas cuantas vacas y un par de asturcones, me encontré con Pan tocando su flauta y bailando idílicamente en medio de un haz de luz entre un manto de mariposas blancas.
-¿Qué haces aquí? –le dije- ¿Tan lejos del mundo de los cuentos?
No contestó. Ni siquiera dejó de silbar su música silvana.
-¿Por qué ya no me cuentas cuentos? –imploré desde el cansancio- ¿Por qué no dejas de confundirme con amenas notas y me prestas un par de palabras?
Seguía soplando en su flauta sin apenas percatarse de mi presencia.
-¿Por qué ya no puedo escribir más que lamentos? –continué- ¿Por qué no puedo hacer más que mirar el suelo bajo mis pasos y pensar que ese suelo no existe?
Pan paró de tocar entonces. Sonrió. Se desvaneció en la hierba.
Continué mi ruta por el empinado sendero hasta llegar a la fuente del arcoíris. No era más que un pequeño arroyo de agua helada enmarcado por piedra labrada toscamente. Allí descansaba un feo personaje. Una suerte de oso pelón y maloliente de tez purpúrea.
-Buenos días –saludé tímidamente- ¿Ha visto usted por algún casual a Pan con su flauta?
-No es corrrecto molestarrr a los dioses –respondió con una voz ronca y afónica-, al señorrr Pan no le gusta que le molesten los morrrtales.
-Esta es una situación excepcional. Camino con mis dos pies y me atengo a lo que ellos me deparen.
Y continué la ascensión decidido. Como si Pan me debiera algo, como si lo justo fuese que yo recuperase mi gastada pluma.
Llegué a la loma de los buitres. Ahí un viejo y desvencijado cóndor gigante aguardaba mi llegada con ojos vidriosos y perspicaces.
-Ahí –dijo el viejo cóndor antes de que tomase aliento para emitir palabra alguna-, ahí, mira ahí –repitió-.
Me asomé al escarpado abismo y vi lo que el viejo cóndor mi indicaba, eran un pequeño gorrión y un negro gallo compartiendo nido en un alejado y retorcido árbol.
-¿¡Ves lo que ha hecho Pan con este país!? –gritó enfurecido, enarbolando sus enormes alas de hierro y plomo hacia el gris cielo- ¿Ves en qué ha convertido ese sucio y pervertido cabrón estas santas tierras?
Corrí cuesta arriba intentando ignorar los berrinches del viejo cóndor. Debía encontrar a Pan. Debía recuperar aquello que había perdido. Aquello que me había sido arrebatado de entre mis frágiles dedos dormidos.
Pan no estaba en aquella cima baldía. Pan no estaba. Me la había jugado otra vez. Como si nunca hubiera existido, como si nunca se hubiera desvanecido en la hierba, como si aún estuviera tocando su alegre canción bailando en un haz de luz bajo el arcoíris. Pan no estaba.
¿Cuántas montañas más tendré que ascender para encontrarle? ¿Cuántas cosas terribles más tendrán que soportar mis ojos? ¿Dónde está esa manzana a la que tengo que dar tres vueltas entre mis dedos?
Me acosté entre las rocas, abatido. Quizá no sea esta cima, pensé, tal vez esta no sea la montaña que estaba buscando.

17.3.12

La Corriente Detrítica.


         «El desierto es un entorno de revelaciones, un lugar de una genética y una psicología extrañas, de una sensorialidad austera, con una estética abstracta y una historia cargada de hostilidad  […]. Sus formas son audaces, incitantes. La mente queda presa de la luz, el espacio, la originalidad cinestética de la aridez, las altas temperaturas y el viento. El cielo del desierto es envolvente, majestuoso y terrible. En otros hábitats, la línea del horizonte se quiebra o se oscurece; en el desierto se funde con la bóveda que está sobre nuestras cabezas, infinitamente más vasta que la que se divisa en las grandes extensiones donde se despliegan campos y bosques […]. En este cielo panorámico, las nubes parecen más compactas y a veces la concavidad de su parte inferior refleja con magnificencia la curvatura del globo terráqueo. La angularidad de las formas terrestres del desierto confiere una arquitectura monumental a las nubes tanto como al mismo relieve […]. Es al desierto adonde se dirigen los profetas y los ermitaños, adonde van los peregrinos y exiliados. Es en él que los líderes de las grandes religiones han buscado los valores terapéuticos y espirituales del retiro, no para escapar de la realidad, sino para descubrirla».
Paul Shepard, Man in the Landscape:
a Historic View of the Esthetics of Nature.

George Hunter

2.1.12

Las luces de mañana.


La cabeza no me daba vueltas esta vez, debería hacerlo, pensé, pero estaba misteriosamente lúcido. Había dejado los gintonics y vuelto a la cerveza. La música no era más que un eco borroso, una mancha de ruido entre el humo que nos rodeaba a Johnny y a mí frente a la barra.

-¿Sabes?-le dije, riéndome-Llevo meándome como media hora y no me atrevo a ir por culpa de esas luces-Johnny empezó a soltar carcajadas-Esos bichos o son dragones o son plantas que dan miedo.

Un salto temporal me llevó directamente a mi rostro reflejado en el espejo del encharcado lavabo, mis ojos inyectados en sangre se miraban a sí mismos, al vacío del todo… la moraleja supongo que será que hay que dar ese paso aunque asuste. Tampoco es que yo sea quién para enseñar algo de la vida a cualquiera.

Y pasaban las horas en silencio mientras mi jarra se vaciaba de cerveza para llenarse luego otra vez, con mi mente desconocedora entonces de que Lorraine pasaba frío en algún banco cerca de la estación de autobuses. No, espera… eso fue mucho más tarde.

Quizás siga bebiendo, me dije, para despertar de repente en otro sitio sin saber cómo he llegado ¿Qué más da cómo siga cualquier historia? ¡Yo no me acuerdo!

Da igual, no importa. Pues siempre es mañana.


10.11.11

Lamentos bajo el tráfico.


-¿Sabes?-le dije finalmente al tipo sentado a mi lado-Hay mucha gente ahí fuera que llora y grita y se araña la cara por ser escuchados.
-Yo sólo oigo esa maldita sirena.-me contestó entre trago y trago.
-Joder… ¿acaso tú no tienes nada que decir? ¿no quieres que alguien te escuche?
-Tío… tengo que mear-se levantó y se fue al servicio. No le esperé, por supuesto, dejé el dinero en la barra y salí del pub.

Cabizbajo, con las entumecidas manos en los bolsillos, ni siquiera me di cuenta de cuándo llegó este santo frío. Tal vez tenga razón, pensé, cualquiera puede ser cualquiera, y quizá sólo seamos esfínteres andantes. Quizá los gritos ahogados en la almohada no merezcan ser nunca atendidos.

Hoy las nubes son más oscuras, lloran, y tengo agujeros en los zapatos. Se me mojan los calcetines. Creo que estoy de mal humor hoy. Creo que necesito rebelarme contra algo, hoy. Creo que quiero enseñar el dedo de en medio a todo el mundo y sumergirme en el agua, como en un ascensor invisible. Pero quizás sólo necesite dormir un poco.

Sin cartas de Salt Cave City… un viejo fantasma de Woody Guthrie encogido en aquel portal me lo trae a la memoria, fue una época en la que mi camino se iluminaba con mi propia luz, me salían trabajos, no demasiado buenos, pero los había, después pasé alguna mala racha que otra, con tiempo a veces para sacarme la cabeza del culo. Ahora llaman poeta a cualquiera, y yo soy tan cualquiera como cualquiera que te puedas cruzar por ahí.

No tengo ninguna gorra de caza roja, he perdido mi sombrero. No es que no todo el mundo quiera ser escuchado, es que no todo el mundo tiene algo que decir. Y con esto me refiero a que no quieren o no tienen la necesidad de decirlo.

Si al final tendrá razón, somos esfínteres andantes, pero aquí a la mierda la llamo ARTE.

19.10.11

La pluma sobre Frisco.


Recuerdo en una ocasión, hace muchos años… sí, muchos. Ni siquiera fue en esta vida. Cabalgaba yo por rojas praderas sobre mi caballo indio Frisco, con su cuero blanco tan impuro y bello, impregnado de difuminados lunares grises como las estrellas tristes y de grandes manchas geográficas de color pardo. Entre las negras crines había enganchado cuentas y botones, trenzas verdes, azules, amarillas, y una gran pluma de águila. Que una pluma de águila adorne las crines de un caballo significa para mi tribu grandes honores, pero, y esto es un secreto, lo cierto es que nosotros, Frisco y yo, somos forajidos, desterrados, y nuestra pluma, es robada. Cabalgaba con un veloz galope, cabalgaba para huir. Si nos atrapaban, mi cabellera se colgaría sobre la hoguera ceremonial, y el pellejo de Frisco serviría de alfombra para el Gran Jefe. Aún oigo el rítmico galopar de Frisco, aún lo siento, pero abro los ojos y mi montura se torna balsa de palmeras en un verde mar de furia.  Siento aún el galope en mis oídos, tanto como la sal del agua mojando mi cara, pero abro los ojos y mi caballo tornado en balsa ahora ha tornado en trono de mimbre. Mis dedos se precipitan entre un negro teclado conformando un camino de letras sobre una blanca luz. Parpadea aquel soldado negro, firme siempre aunque fútil. Soy un jinete navegando entre palabras y no logro saber si de verdad estoy aquí. Me alegro de haber robado aquella pluma, no es sólo una simple pluma.




*dibujos propios.

27.7.11

Sueña, sueña, sueña...

Me levanté de la cama y todo parecía normal, me di una ducha caliente, mojé un par de galletas en café y salí a la calle. Todo era normal. Los coches hacían ruido mientras exhalaban bocanadas de humo gris, la gente miraba al suelo mientras avanzaba con premura hacia sus puestos de trabajo. Los niños en el colegio. El cielo estaba azul... no tan azul como en cualquier día de agosto, sino más bien con pinceladas de blanco y gris que advertían de la inminente llovizna del mediodía a la que estamos tan acostumbrados. El día pasó con normalidad. La comida... normal, nada cuscús, ni de esa verdura extraña... ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! ¡cabolla! nada de cabolla. Arroz. Arroz con pollo. Algo de pan. No hay tiempo para postre, vuelve al trabajo ¿no? Lo normal... Salir y decir-¡Qué día tan normal y tan satisfactoriamente dentro de lo común!- Llegar a casa. ¿Pantalones? ¡Fuera pantalones! ¿Zapatos? ¡Fuera zapatos! ¡Siéntate en el sofá! ¡Enciende la tele! Cena una ensalada... ¿tal vez una peli? Ya me encontraba cansado de tanta normalidad... quizás podría... dormir... dormir un poco... descansar... mañana será... mañana será otro día... zzz... zzz...

Volví a los colores brillantes y las luces parpadeantes y los extraños animales flotando y brincando y cantando y esa alfombra que se tambalea, el espadachín de un solo brazo, los wookiee con bikini rosa... ¡Menos mal! Todo este tiempo había estado despierto, sólo había sido una realidad...

22.2.11

Pub Limbo.


Había algo que no me dejaba ver… era como un oscuro velo sobre mi cabeza, ligero como el propio aire que parecía volver a respirar después de haberme sumergido en un tranquilo mar de agua helada.


Poco a poco se iban notando pequeños faroles al fondo de una sala de techo alto, caminé hacia ellos y enseguida tropecé con unas cuantas sillas. La oscuridad se iba tornando en una diáfana luz anaranjada, que titilaba cual hoguera reflejándose en los cientos de botellas y fotos enmarcadas que adornaban los anaqueles de las paredes decoradas con papel verde oscuro.

Cuando ya vislumbré las estanterías repletas de libros encuadernados en pieles de colores, algunos más viejos que otros, y una pequeña barra con un único taburete, volví a caminar para sentarme, pues el viaje que no recordaba me tenía consumido. Mis piernas se habían vuelto pesadas, muy pesadas, pero cuando conseguía que se separasen del suelo se tornaban livianas como polvo en el viento.

-Esto parece un sueño-pensé.

-En cierto modo, lo es.-contestó desde las sombras una voz grave.

-¿Quién anda ahí?-inquirí nervioso.

-¿De verdad no lo sabes?

-¿Jeffrey?

-Supongo...

Y por fin adiviné penosamente la figura que esperaba tras la barra, limpiando con un trapo un vaso antes de empezar a servir una cerveza en él.

-¿Qué es este sitio, Jeff?

Jeffrey siempre iba con su camisa blanca sin mangas y su pajarita negra impoluta, con pliegues perfectos. El resto de su cuerpo nunca había llegado a verlo, lo cierto es… que nunca había visto a Jeff sin su barra de madera con marcas circulares de los vasos húmedos que habían sido posados ahí durante años y años.

-Echa un ojo por ahí-me indicó levantando la cabeza en dirección al resto de la sala-tú sabes dónde estás, sólo que aún no lo sabes.-añadió mientras dejaba el vaso de cerveza delante de mí.

Le pegué un buen trago para aclararme la garganta reseca y me puse a observar todos los objetos que llenaban la estancia. Todo me resultaba familiar, ordenado en un caos aparente que cobraba sentido quizás sólo a mis ojos. La estantería más cercana estaba llena de libros, cogí el primero que alcanzó mi mano azarosa y lo abrí por cualquier página… ¿Qué era aquello? Estaba atiborrado de garabatos infantiles sin sentido, de los que únicamente se podía conjeturar acerca de su significado unos cuantos contados. Cogí otro libro, éste tenía algunas anotaciones cortas acompañadas de imágenes borrosas, leí unas cuantas líneas y caí en la cuenta de que eran recuerdos de mi infancia, una tarde en el parque o aquella batalla entre las figuras de acción del cubo de juguetes que era el centro neurálgico de mis días de juegos pueriles. Ojeé más libros y mis sospechas se iban confirmando… era una biblioteca de mi propia vida. Todos mis recuerdos, más o menos perpetuados en mi cabeza, escritos en decenas de volúmenes sin título.

-¿Quién ha hecho todo esto?-dije mientras revisaba la vez que accidentalmente le había amputado la cola a una lagartija e intentaba, entre lágrimas, atrapar a la dueña para devolvérsela, inocente, y desconocedor de la habilidad de estos reptiles para engendrar una nueva. Esperé en silencio, pero no obtuve respuesta, me giré extrañado y ya no había barra, ni taburete, ni cerveza… Jeffrey ya no estaba. En su lugar había una mesa con un ajedrez y dos sillas enfrentadas.

Todo aquello me asustaba, por supuesto, pero a la vez sentía que no tenía nada que temer, como si lo malo ya hubiera pasado. Sin pensarlo me acerqué a la mesa y tomé asiento. La silla crujió bajo mi peso. Observé detenidamente el ajedrez y parecía perfectamente normal, con sus sesenta y cuatro casillas negras y blancas, sus torres, sus caballos, sus alfiles… cogí el peón del caballo de la reina con el índice y el pulgar y lo levanté para hacerle avanzar un par de casillas.

-Salen las blancas.

El sobresalto hizo que brincase sobre la desvencijada silla y el peón saliese volando un par de metros más allá. Había un viejo sentado al otro lado de la mesa. Sus ojos claros me eran demasiado familiares.

-¿Abuelo?

Asintió sonriente, y se desvaneció con un soplo de aire ¿Qué ocurría? Miré a mi alrededor y parecía que todo había cambiado de lugar, ni siquiera podía estar seguro de seguir en el mismo cuarto. Cada vez que me daba la vuelta lo que antes estaba tras de mí se cambiaba por otra cosa. Veía en las paredes cientos de retratos de toda la gente que había conocido a lo largo de mi vida. Las lágrimas ya corrían por mis mejillas, me llevé las manos a la cabeza angustiado y me tiré de rodillas al frío suelo ¿Qué me está pasando? Empecé a sollozar con la cabeza baja, nada tenía sentido, no había explicación alguna…

Una mano se posó entonces sobre mi hombro, y una calidez tranquilizadora recorrió mi cuerpo. Levanté la vista, y la verdad es que mi sorpresa no fue tal como me había imaginado que sería al ver lo que vi. Era yo mismo.

Mi imagen me miró fijamente a los ojos, me sonrió y me hizo un ademán para que me incorporase, cuando lo hice, vi que la sala estaba como al principio: las mismas mesas con las que había tropezado, los mismos faroles temblorosos, los mismos estantes con sus incontables libros… y la misma añeja barra, pero esta vez con dos taburetes.

Nos sentamos y nos quedamos mirándonos el uno al otro, lo cierto es que yo observaba con justificada incredulidad el increíble parecido físico… ¿cómo podía él ser yo? ¿o acaso yo era él?

-Bueno, ¿qué?-me dijo con mi propia voz, el desconcierto de la situación hizo que me quedase sin palabras.

-¿Qué de qué?-contesté finalmente entrecortado.

-Llevas desde que llegaste aquí preguntándote todo el rato qué era este sitio, has visto todo lo que hay incluso algo de lo que podría haber… ¿Y aún no eres capaz de darte cuenta de lo que pasa?-las palabras de mi reflejo no hicieron más que reafirmarme en mi incertidumbre.

-¿Qué? ¿Cómo voy a saberlo? Lo único que puedo intuir es que todo esto no es más que un mal sueño.

-Bueno… es un comienzo, no vas tan mal desencaminado.

-Si no es un sueño… ¿Quién eres tú?

-Yo soy tú, al menos la parte de ti que sabe lo que ha ocurrido.

-No entiendo nada, mira, me largo.

No esperé una respuesta, me levanté rápidamente golpeando la barra con las manos abiertas y me dirigí raudo hacia la puerta. Aquella puerta con pintura verde cuarteada y un pesado y oxidado pomo dorado que agarré con fuerza para cruzarla y sentir el aire fresco que se escapaba tras de mí y me devolvía de nuevo a la maldita habitación. No podía salir de allí.

Volví enfurecido a la barra donde me esperaba mi otro yo.

-¡Está bien!-rugí rabioso-¿Qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar?

-Llevas desde el primer llanto aquí y aún no lo reconoces… estamos en tu cabeza.


-¿… cómo?

-El limbo, averno… infierno, si lo prefieres. Estás muerto.

-Pero… no puede ser… yo estaba… no lo recuerdo.

-Yo tampoco.

-¿Entonces cómo lo sabes?

-No te olvides de que soy una parte de ti, tu conciencia, no sé más que lo que tú ya sabes. Me es difícil explicártelo porque para ti también lo sería.

La noticia me dejo trastornado… si estaba muerto ¿qué me quedaba? ¿Pasar la infinidad de los días sin sol ni luna viendo lo que fue de mi vida antes de abandonarla?

-Sé lo que estás pensando-dijo mi… ¿cómo llamarlo? ¿mi porción? digamos la proyección de mi razón-no será infinito-continuó-la luz se irá extinguiendo hasta que ya no haya nada. Esto no es más que el momento en que tu cerebro se apaga, alargado por tu propia percepción en un segmento perpetuo pero con un final. Apenas te darás cuenta del paso del tiempo.

-¿Y qué voy a hacer aquí? ¿Sentarme a tomar una cerveza mientras leo toda mi vida y espero a que esos faroles se apaguen de una vez?

-No hay mucho que hacer por aquí ¿no crees? Eso es lo malo de estar muerto, vivir una eternidad sin poder aprender nada nuevo, en el recuerdo borroso de una mente marchita.

21.8.10

¿Dónde estoy?

Si no estoy en la barra pidiendo otra cerveza, búscame donde el coche ese de luces... no hay música buena, no esperes nada mejor que en los '60... pero estaré con buena gente.

19.12.09

Inspiración en el insomnio.


Pidiéndole a mi bloc que algo me invoque,
desde la única ventana con luz de todo el bloque.
Rafael Lechowski