30.5.11

Hojas arrancadas...

¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada!

Cada rezo aceptado, cada antojo vencido.
Alexander Pope

29.5.11

De Sol y el Anillo de Fuego.

Tal vez he estado demasiado tiempo alejado de estas páginas... si hay por ahí alguna mente enloquecida que haya echado de menos mis palabras, pido disculpas.

Me fui al Sol, qué lugar tan maravilloso.

Lo raro, lo que me extraña aún, es que a pesar de todo el conocimiento que ha entrado en mi quijotera en las últimas semanas, me resulta harto difícil expresarlo con palabras.

No sé qué más puedo decir. De nada.

Tal vez debería cortarme el felpudo, afeitarme las barbas y cambiarme de ropa; pero me pesa mucho el trono de mimbre donde asiento mis posaderas y leo y leo y leo sin enterarme de nada. Es terrible lo que puede llegar a madurar uno en unos pocos años.

El problema -que al mismo tiempo no lo es- es que estoy en un anillo de fuego, caí en él y las llamas crecieron... y quema, quema, quema...


14.5.11

Que se me ha ido el sol.

Creo que no es mi culpa… si a veces mi sangre se pone negra y el aire de mis pulmones es una nube tóxica, si a veces soy el muñeco de un futbolín siempre enganchado a una barra a merced de lo que ordenen manos sudorosas de muñecas entrenadas.

Quiero quedarme aquí, ir a ningún sitio. Porque lo que busco estará en el lugar que no elija, y ni los árboles ni los búhos pueden cantarme al oído para que pueda dormir con una sonrisa.

Fue la solución, una pluma agitándose en el viento y yo escuchando sus notas, una cerveza y otra y otra y otra con gotas de whisky y tinta en la carne. Acostarme después de una luna que no quiere mirarme a los ojos… pues yo también estoy mal, que se me ha ido el sol.

No sé ni por qué me pongo así… supongo que todos tenemos derecho a sentirnos tristes de vez en cuando… que los bolígrafos corran y salten no significa que me gusten mis palabras ahora… hoy sólo odio esos rayos y truenos por no haber llegado antes, y porque mi quetzal se asusta y se pone a temblar entre mis hígados.

Tengo miedo. Miedo porque nada de lo que me imagino se cumple… y a ti te he imaginado demasiadas veces.

7.5.11

El reloj de bolsillo.

Todo había terminado, nos habían encontrado. Llevábamos ya muchas semanas escondidos en el sótano de un edificio derruido en los primeros bombardeos. Habíamos sobrevivido malamente con el poco pan que conseguíamos robar y bebiendo el agua que se filtraba por las grietas del techo goteando en pequeños vasos de cristal que habíamos ido colocando estratégicamente.


De todos los jodidos alemanes que nos podrían haber capturado, tuvo que ser él, Erik Nachbarschaft, no conocía su rango, imagino que sería oficial. El caso es que, antes de unirse a la Gestapo, trabajó con mi padre en la gestoría de la calle Versteken. Nunca soportó que mi padre pudiese tener un buen sueldo siendo judío, y, ahora que estaba muerto, el blanco de su odio era yo, su objetivo, su presa. Llevaba ya tiempo buscándome y por fin me tenía.

No me hubiera importado haber muerto esa misma mañana, de pie como estaba y con la cabeza alta mirando a los ojos de aquel nazi de mierda. No me hubiera importado si ella estuviese a salvo. Era una muchacha a la que conocía de vista desde que era pequeño, nunca había hablado con ella hasta que nos encontramos guarecidos de la lluvia en un sucio callejón después de que la guerra empezase y nuestras familias murieran. Ella no era judía, era de ascendencia checoslovaca, y su padre había protagonizado alguna tímida campaña en contra del partido y lo habían fusilado. Desde el día que nos encontramos no nos habíamos separado y, para mí, era la única persona del mundo.

-Por fin te he dado caza, Pavel, es una lástima que esto se termine ya, porque podríamos habernos divertido un poco más con este juego.-dijo Nachbarschaft con una sonrisa alevosa en los labios.-Te voy a dar otra oportunidad.-continuó-Te voy a dejar escoger a quién de vosotros dos mato. Piénsalo bien, tienes un minuto.-y se puso a mirar su reloj impaciente-Si no has elegido para entonces os mato a los dos.

El miedo se apoderó de mi cuerpo. No podía moverme, y al mismo tiempo no paraba de temblar. No podía tampoco soportar la idea de que la matase delante de mí, pero no era capaz de pronunciar un “Mátame a mí” sabiendo que después de hacerlo casi con toda seguridad la mataría a ella.

El tiempo desapareció, y todo pasó muy deprisa y muy despacio, vi cómo su mano sacaba de la funda su Luger P08 y la levantaba apuntando a mi amada. Vi cómo su dedo iba apretando el gatillo y casi pude ver la trayectoria de la bala surcando el aire hasta su pecho. Su cuerpo recibió el impacto con un golpe seco y enseguida sus ojos se cerraron y perdió toda expresión de su rostro mientras se desplomaba en el suelo. Mis piernas por fin respondieron y corrí hacia ella. Me arrodillé y puse mi mejilla contra la suya, aún caliente, y la besé, le acaricié el pelo, y las manos, y… mis lágrimas parecían sólidas, como piedras brotándome de los ojos. Dolía. No era posible. No. Tanto tiempo y… no, no, no, ¡no!

-Te daré un par de horas para que te despidas y salgas corriendo.-Me espetó Nachbarschaft-Después continuará la cacería.

Quise matarle ahí mismo con mis manos, pero no podía hacer nada contra rifles y pistolas de varios hombres sedientos de sangre. Se alejaron unos cuantos metros y me dejaron solo bajo el cielo gris. Después de un rato con el cuerpo inerte de Helena entre mis brazos, noté que respiraba, pero sólo era un engaño de mi mente… no, espera, ¿respira de verdad? Miré su rostro y ahí estaban, sus ojos, su sonrisa, me susurró que mirase en su pecho. Le abrí el abrigo y lo vi. Era un milagro, la bala había quedado incrustada en el reloj de bolsillo de acero que llevaba colgado del cuello. Era lo único que le quedaba de su familia, y eso le había salvado… y eso me había salvado. Le dije entre dientes que no se moviese, mientras la levantaba del suelo y me la llevaba lejos de los soldados.

-¿Dónde vas con ella? ¿A aprovechar para un último revolcón antes de huir otra vez?-me gritaron entre carcajadas.

-A enterrarla como se merece.-contesté fríamente.

La alegría que tenía en el corazón en el momento en el que estuvimos fuera del campo de visión de los soldados y nos marchamos corriendo de la mano hizo que me olvidase de los pájaros de metal que volaban sobre nuestras cabezas defecando bolas de fuego y muerte, hizo que me olvidase de todos mis amigos y familiares torturados y aniquilados, de todas las personas a las que había visto morir en los últimos meses. La había perdido y era otra vez mía. Todo había empezado de nuevo, y ya no nos iban a encontrar.

Fotografía: Danny Louwet

6.5.11

Cuando yo desaparezco.

Y hoy me dan igual esos colores.
No me importa ese negro que se torna azul,
ni esa manada de caballos de fuego que saludan al desierto helado.

Hay más gente y yo, desaparezco.

No quiero saber ya nada más de diligencias llenas de mierda,
ni de palabras escritas por otro,
ni de frutas,
ni de ojos.

Porque significa que hay más gente,
y que yo desaparezco.

Oigo disparos no muy lejos y salgo a bañarme en la lluvia.
Estoy contento,
porque hoy el cielo llora por mí.


1.5.11

Libros y pájaros.

¿Qué pasa con todo esto? Llevo ya un par de horas con la jodida barrita vertical parpadeando, burlándose de mí a carcajadas silenciosas en este escenario en blanco. Pego otro trago y le hago bailar, corriendo hacia la derecha hasta que se cae a la siguiente línea y sigue bajando.


Envidio a las tortugas por tener su caparazón. Envidio a aquel que caga en baños con dosel. Envidio a cualquiera que sea el blanco de tu mirada. Envidio al que no deja que el boli se tumbe y respire, al que hace que su barrita vertical sude sin parar.

¿Ahora qué? Me pregunto una y otra y otra vez. Lo que de verdad quisiera hacer se come a mi muchacho con la espada y el tornasol, y ni siquiera le dedico apenas tiempo. Y lo peor de ser tu propio jefe es que nunca te crees las excusas del todo.

Su madre está loca y aquella foto movida… creo que a Jerry no le gusta mucho subirse a las palmeras, pero tampoco parece gustarle el agua.

La única solución que encuentro es dejar que mis dedos ser revuelvan entre estas teclas que debería limpiar más a menudo, pero leí que si encuentras una solución es que no había problema… ¿o era que un verdadero problema no tiene solución posible? Da igual, es casi lo mismo. Leí también que los optimistas piensan que este mundo es el mejor que hay, mientras que los pesimistas temen que sea cierto. Entonces yo creo que soy un pesimista, pero me gusta alumbrar con mi linterna las noches sin luna, aunque a veces, inevitablemente, se quede sin pilas.

Supongo que todo esto podría estar mejor… pero fuerzo una sonrisa, porque quizá mañana esté peor. Esto también lo leí.

¿Qué más? ¡Ah, sí! Tengo un libro a medio, unos cuatro o cinco impacientes porque los lea, y otros cuantos más por ahí que me tienen que prestar. Del que desapareció… tranquila, ya no importa, porque está en mi cabeza, pero me hubiera gustado que estuviese también en la tuya. Lo que me preocupa es la cantidad de libros que no podré leer antes de morir y, ahora que lo pienso, también no poder leer los que se escriban una vez esté con Jeff en el Pub Limbo.

Trescientas ochenta y cinco. ¿Dónde está el señor de la pandereta? No tengo sueño, y no tengo ningún sitio al que ir… Ya nadie me cuenta cuentos. Mi pájaro azul… él me dijo la otra noche que estaba harto de vivir en mi pecera, que no es sitio para pájaros, que quería volar libre y cantar esa canción que se repite todo el rato en mi cerebro… yo quisiera hacerle caso… pero me faltan las fuerzas hasta para encontrar la palabra que busco.

Supongo que para encontrar algo sólo hay que buscar otra cosa… ¿Qué puedo buscar ahora?