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10.9.20

Dugan's Bible: Gïorrïa Skull.

The Hunter
The Hunter
    Era una noche tórrida y aciaga, plagada de moscas, cuando un joven lampiño y harapiento se llegó ante las puertas de mi parroquia con la camisa teñida de sangre y el macilento rostro de un ocre funesto. Arrastróse por el polvo pidiendo clemencia con la voz hecha un haz de agujas, así de áspera y filosa.

    Puse mi mano sobre su cabeza. “¿Qué te aflige, hijo mío?”, le dije. El muchacho se deshizo en llanto y las lágrimas esbozaron surcos de lodo por sus desoladas mejillas. “Anda, ven”, le ayudé a levantarse, “Pasa dentro, toma algo de sombra y agua”.

    Lo acompañé al interior y le ofrecí de beber. Al preguntar por su nombre, su mirada se perdió en el vacío y en sus ojos refulgió un viso nocturno, como de alimaña. Calló largo rato sin probar el agua y, tras una breve eternidad muda, me contó su historia:

    «Mi nombre poco importa, pues, aunque bien respiro y camino sobre el suelo, en más de un modo ya estoy muerto. Vengo de lejanas tierras, al norte, allá por las Colinas Negras, donde vivía con mi hermano, errando por las yermas y vastas llanuras donde cazábamos liebres y berrendos bajo el constante acecho del viejo puma y los salvajes lakotas.

    »Años atrás, mi hermano, en su afición por la taxidermia, tuvo la extravagante ocurrencia de injertar los cuernos de un berrendo en el cráneo de una liebre, y este trofeo se lo vendimos a un colono francés por medio dólar de plata con la patraña de que tratábase de un lebrílope, un raro espécimen desconocido para la ciencia con propiedades mágicas, que traía la buena fortuna a todo aquel que estuviera en posesión de uno de sus cuernos, no digamos ya de una cabeza entera.

    »El negocio nos fue realmente bien un tiempo, vendimos decenas de aquellas testas a los ingenuos y adinerados que viajaban al oeste en busca de más riquezas. Con la plata que estafamos pudimos comprar una mula y un pequeño carromato con el que transportar todas las piezas que íbamos armando. Nuestro plan era hacer algo más de dinero en los caminos y llegar a San Francisco, donde abriríamos un emporio de lebrílopes y artefactos de superchería.

    »Sucedió hará unas semanas. Era una noche sin luna, más fría que de costumbre. Mi hermano dormitaba junto a la hoguera abrazado a una botella de bourbon, como era habitual, y yo hacía guardia. Oí pasos entre los guijarros, no muy lejos, en lo oscuro. Temí que fueran unos coyotes, merodeándonos, y fui a ahuyentarlos con una tea encendida.

    »De súbito, un gélido soplo, como sacado del noveno círculo del Infierno, apagó la lumbre y me vi envuelto en la negrura más insondable. Traté de regresar, el vaho que exhalaba iba dejando en mi rostro un velo de escarcha, el silencio de la noche se fue haciendo más denso y arisco, y así, de entre la tenebrosa bruma emergió ante mí una figura espantosa; una suerte de liebre atroz, de al menos seis pies de alto, con largas orejas enhiestas y una horrorosa calavera humana por rostro.

    »Sentí su voz en mi cabeza, hablaba en lengua extraña, como una barahúnda de susurros y chirriar de dientes. Dejé de temer, y un crótalo negro salió de la cuenca vacía de su ojo y se enroscó en mi brazo.

    »Gïorrïa se desvaneció entonces entre las sombras y yo volví donde mi hermano, me agaché junto a él, y dejé que la serpiente le mordiera en la garganta. Y ahí mismo lo abandoné a la mañana; rígido y frío como un cadáver.

    »Seguido me vine aquí, a confesar mi crimen, pues Gïorrïa me dijo que así lo hiciera, que viniera precisamente a ti, Dugan, pues tú debías conocer mi historia, y en estas semanas de camino por la gran llanura temo que el conjuro que guió mi mano hacia el pescuezo de mi hermano se haya ido disipando, pues empiezo a arrepentirme de aquello. ¿He obrado bien, padre?»

    “Has hecho bien, hijo”, le dije, posando de nuevo mi mano sobre su cabeza, “Tú no eres el guardián de tu hermano”.

    Aquel joven se colgó en el granero esa misma noche, cuando El Perdido aún dormía. Y las moscas, coléricas, zumbando en su frenética y macabra danza, se dieron un auténtico festín.

14.7.20

Mørk: Varmt.

The Hunter

               En el principio fue la noche. La llamaron kaamos; la eterna noche inmaculada, sin luna alguna y sin estrellas, sólo la negra noche negra y azul preñada de invierno, gélida como una ausencia y tan oscura como la más profunda de las fosas. El viento arrastraba entonces los glaciales cantos de los antiguos, de los que aún no habían nacido, de los que aguardaban, ciegos y sordos, por su turno prestado para morar la tierra y los mares.

               Después Vamn, con la sal de sus olas, fecundó el fértil vientre de Jord, que yacía tendida bajo un delicado y níveo manto de escarcha, y, tras el anuncio de la glauca aurora, que danzaba desnuda en el indescifrable cielo nocturno, de las entrañas del fango de levante se alzó Varmt, la que calienta, con su refulgente cornamenta y unas doradas alas sobre los hombros. Y así nació la mañana.

               Varmt escudriñó el yermo suelo bajo su luz, y con un cálido susurro despertó a la taiga, entumecida en su lecho de lodo, y así los árboles se izaron fuertes y robustos, vistiendo a Jord de esmeralda y madera. Después se desperezaron los musgos, con sus tímidas voces entonando las canciones olvidadas, y a éstos les siguieron los hongos de la tierra, que se cobijaron bajo el pino y bajo el roble, donde aprendieron la lengua prohibida de la espesura para después guardar silencio entre la maleza.

               Varmt echó a caminar, y anegó el cielo de una luz límpida tras sus templados pies de tez dorada. Ascendió sin esfuerzo por el fresno celeste y, una vez en la cumbre, volvió a dirigir su tibia mirada a Jord y, al verla aún somnolienta y taciturna, la quiso obsequiar con un cándido beso de sus labios. Pero Jord, orgullosa, lo rechazó apartando su áspero rostro, y Varmt se cortó con los pétreos riscos de su hermana y madre.

               De la sangre de Varmt surgió el oso a mediodía, le siguieron el lobo y el próspero reno. De sus lágrimas emergió formidable el narval y el esquivo arenque. Y de su llanto, por último, manaron la lechuza y el cuervo. Después, compungida y triste, comenzó el descenso.

               Ya en el último rubor vespertino, cuando los cirros de la tarde se sonrojaban ante su ígneo desfile, Varmt echó la vista atrás. Ulv, el lobo, devoraba el estómago del reno y sonreía cruel con las fauces ensangrentadas. Varmt, colérica, arrancó una afilada asta de su cráneo y desgarró con ella su propia tripa, de la que extrajo el sanguinolento hígado, aún palpitante, con el que dio forma y aliento a Mørk, a quien alimentó con la leche de sus pechos y encomendó el custodio de sus rebaños.

               Hecho esto, Varmt se asomó al abismo del ocaso, allende los mares de poniente, y se arrojó por él sin ruido, cayendo tras ella la nueva noche, iluminada esta vez por una luna de hielo con su pálido hálito, que no es más que la blanca sombra de Varmt y la huella de sus pasos por el firmamento, como un recuerdo.

               Y después, con un eco de gemido, amanece en el oriente.

15.1.12

Ha sido divertido (o Del último nudo de Francis Pomeray)


Algo curioso de la amistad es saber cuándo es verdadera y sublime. Yo pensaba que mi amistad con Jim era absoluta cuando nos vimos involucrados en un misterioso asesinato en el cual no habíamos jugado ningún papel pero nos tocó deshacernos de los restos. Aquel cadáver pesaba mucho y nos costó mucho esfuerzo y noches sin dormir el descuartizarlo y enterrar los trozos por ahí. Tuvimos problemas, por supuesto, pero todo salió bien y ninguno de los dos emitimos ninguna queja o palabras de desánimo, incluso creí que en un tiempo nos habríamos olvidado de tan perturbadora situación, pero no volvió a ser lo mismo, nuestra relación fue engendrando asperezas y ya apenas podíamos hablar sin enfadarnos por cualquier cosa, saltábamos a la mínima.
Lo último que supe de mi gran amigo Jim fue que puenteó un Volkswagen y atravesó los Pirineos en dirección a Rumanía. No espero ninguna postal.
Y ahora, seis años después de que el baño de mi casa se transformara en la trastienda de Satriale’s, acabo de terminar mi último nudo, y apuro las palabras de mi última carta. No lo hago por sentirme triste ni nada, es más, estoy extrañamente feliz y satisfecho. Supongo que me he aburrido de mirar por la ventana y ya apenas me quedan puertas por abrir.
Ha sido divertido, de verdad, unos buenos 27 años. Ha sido muy divertido.
Francis Pomeray, 3.5.53