23.4.20

El día del pangolín.

                El reloj despertador sobre la mesilla marca las 5:59 (Clic). Ahora ya marcan las 6:00 y se enciende la radio.

RADIO: (…) then put your warm little hand in mine, there ain’t no hill or mountain we can’t climb. Babe. I got you, babe. I got you, babe… ¡Bien, excursionistas, arriba! ¡Despertad y no olvidéis lavaros las manos, mantener la distancia y toser en la rodilla para evitar contagios! Recordad: este virus lo paramos unidos, lo paramos si os quedáis en casa. Detener el CORVID-19 es responsabilidad de todos y todas. Si te proteges tú, proteges a los demás. Gobierno de Punxsutawney…

                Phil se revuelve entre las sábanas y espera a que el reloj marque el mediodía. (Elipsis). Ahora ya marcan las 12:00 y se levanta con un regusto a déjà vu en las encías. Viste desde hace días una suerte de chándal que hace las veces de pijama con manchas de sudor ocre en los sobacos y restos de lo que bien pudiera ser mostaza en la bragadura del pantalón. Se llega al baño y descubre frente al espejo que la barba le sigue creciendo a pesar del parón, pero no le da mucha importancia y mea sin cuidarse del antaño temible doble-chorro que salpica el zócalo. Total, tendrá tiempo de sobra después para fregar la casa varias veces.

                En la cocina, se sirve de la italiana las sobras del café de ayer en la misma taza, ya con parda pátina en el fondo, y lo calienta en el micro. Deja que aquello de vueltas durante un minuto completo mientras observa ensimismado el movimiento de rotación mecánico del ingenio, cosa que no había logrado nunca durante tanto rato seguido, y se lo toma como un triunfo básico.

                Se asoma al balcón y sopla varias veces el café tras haberse quemado los labios. Desde lo alto ve a Hades, el vecino del sótano, paseando a Cáncer, su chihuahua de tres cabezas que se mea y se caga a diario en el portal. Y refunfuña para sí, huraño.

                Phil decide hacer algo de ejercicio. Comienza con la bici estática que heredó de su tía abuela Gasparda cuando ésta murió de sobredosis durante la crisis de la nafta, pero llevaba tanto tiempo estática que no había dios que moviera los pedales, así que se decantó por hacer deltoides usando un par de garrafas de orujo blanco como mancuernas. Esto le dio sed y, en un alarde de responsabilidad poco o nada usual en él, abandona el entrenamiento y se sirve una copichuela a la salud de Genarín. Termina el ejercicio dando toques a un rollo de papel higiénico, diecisiete, nada menos; su récord absoluto. Lo celebra con siete copichuelas más.

                Ahora a Phil le apetece alimentar el espíritu, esto es, leer un libro. Coge el primero de la montonera de lecturas pendientes junto a la estantería, rasca un poco el moho que se cultiva en las solapas y empieza a leer: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana…”. Vibra el teléfono. Es un mensaje en el grupo Equipo Actimel, al parecer unos negros celebran con pompa la muerte de un compinche y bailan con su ataúd a ritmo de EDM. Sigue leyendo: “después de un sueño intranquilo…”. Vibra el teléfono. Ahora un serial de audios relatando la guerra de los Mindolos contra Bananos, Chuminos y Tripones. A partir de aquí se desencadena una sucesión de memes, pantomimas y parafernalia que sería harto farragosa de relatar. (Elipsis).

                A Phil le entra hambre. El reloj del teléfono marca las 16:19. En circunstancias normales, a estas horas Phil estaría lamiendo la pega del papelillo de un canuto como dicta la atávica tradición judeocanábica. Pero, como su camello de cabecera se encuentra también confinado en su propio zulo, las provisiones de Phil se han visto reducidas dramáticamente a residuos de hoja inocua y unas pocas ramas desnudas. Por ello, resuelve alterar su ceremonia rutinaria de intoxicación recreativa por vía respiratoria y poner en práctica aquella receta de quinoa que vio en Instagram que no tenía mala pinta y se presentaba perfectamente salubre. La cosa es que al final le da pereza y descongela una lasaña precocinada en el microondas para al menos mirar algo que dé vueltas sobre un eje estipulado y así paliar el tedio.

                  Phil deglute la lasaña sin pan en un santiamén y medio y, sin darse cuenta, se encuentra recostado en el sofá en franca posición horizontal y se dice a sí mismo que si se echa la siesta no dormirá por la noche. (Elipsis).

                Phil se despierta con un hilo de baba surcándole la mejilla. En la tele discuten el ángulo de la curva y advierten de que darán consejos de higiene después de la publicidad. Phil se despereza con sentimiento de culpabilidad y elije otro libro del montón polvoriento. Se sienta junto a la ventana y empieza: “Llamadme Ismael…”. Un perro ladra en la calle. Es Cáncer, con sus muertos pelaos en ácido, se dice para sí, y chasquea la lengua contra el paladar como gesto de desaprobación. Continúa: “Años atrás, no importan cuántos…”. Vibra el teléfono. Es una videollamada grupal con los antiguos colegas de clase, a los cuales no ve desde la graduación, hace la tira. Lo coge:

COLEGA 1: ¡Hola a todos! ¿Qué tal va esa cuarentena?
COLEGA 2: ¡Coño, Juan! ¡Cuánto tiempo!
PHIL: Hola…
COLEGA 2: ¡Hola, Phil! ¡Vaya pelos!
COLEGA 1: ¡Qué dices, Chus! ¡Nos vimos en la boda del Cejas el verano pasado!
PHIL: Ya… como es domingo hoy ni me duché ni ná…
COLEGA 3: ¡Holi gente!
COLEGA 2: ¡Es verdad! ¡Joder, qué ciego! ¿Te acuerdas?
COLEGA 1: ¿Pero qué dices? ¡Si es miércoles!
COLEGA 3: ¿Qué, cómo va esa cuarentena?
COLEGA 2: Bien, bien, aquí, con la familia, ni tan mal, un poco harto de los críos.
COLEGA 1: Por aquí también bien.
COLEGA 3: Yo de lujo, hoy monté un concierto de Rosalía usando latas de cerveza, luego os paso el vídeo.
COLEGA 2: ¡Longaelisa os manda saludos!
COLEGA 1: ¡Sí, ponlo en el grupo!
COLEGA 3: ¡Trá, trá!
COLEGA 4: ¡Hol* P*ña! ¿Cóm* **sa **entena?
COLEGA 1: ¡Fransuá! ¡No se te oye!
COLEGA 3: ¡Un abrazo a Longaelisa!
COLEGA 4: ¿**ora mej** or?
COLEGA 2: ¡No, peor!
COLEGA 1: ¡Pon los datos!
COLEGA 3: ¿Vosotros entendéis a Fransuá?
COLEGA 4: ¿Se**men **oye?
COLEGA 1: ¡Nada, no te va!
COLEGA 2: ¡Salte y te volvemos a meter!
COLEGA 4: P**s yo os escuch** p**fecto!
COLEGA 3: Bueno, chavales, yo me tengo que salir, que ahora son los aplausos…
COLEGA 2: ¡Uy, los aplausos!
COLEGA 1: Tenéis razón, ¿lo dejamos para mañana?
COLEGA 4: Cr** q** ya m** va.
COLEGA 2: Venga, ¡hasta mañana!
COLEGA 3: ¡Un besazo a Longaelisa!
COLEGA 4: ¿Q** t**l?
PHIL: Astrólogo.

               (Aplausos). Phil se derrumba en el sofá y arroja el móvil lejos, bien lejos, al otro lado de la diminuta pieza que habita. Mira al techo y medita. Largo rato. (Elipsis).

                El reloj con forma de gato negro de la pared marca las 20:08, desde la calle se oyen los primeros acordes de un conocido temazo del Dúo Dinámico cuyo título no debe ser nombrado. Phil, hastiado de veras, asoma medio cuerpo por la ventana y vocifera: “¡Hijos de puta! ¡Dejad ya esa canción del demonio, que me tenéis hasta los cojones! ¡Ni resistiré, ni hostias! ¡Yo me quiero matar! ¡Y tú, maldito cabrón! ¡Guárdate ya al perro, que le van a salir ampollas en el ojete de tanto cagar! ¡Puto Cáncer!”. Cierra la ventana con tremendo escándalo,y vuelve al sofá. No sin antes escoger otro libro del montón. Empieza: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía…”. Y da comienzo una repercusión en fa sostenido de cacerolas, ollas, y otros utensilios domésticos.

                “A la mierda”, se dice Phil. Abre una botella de vino moldavo y enchufa la cuenta de su primo Alfrodo en Netflix para mirar tráileres. (Elipsis).

                Pasado un rato estándar, a poco de terminar la tercera botella, en medio de la pieza aparece un pangolín fantasmagórico con alas de murciélago y sombrero cónico de bambú. Éste se yergue sobre sus patas traseras y musita, con acento zonguonés: “Aguanta, Phil, mañana será otro día”. Y Phil, del todo normal, responde: “¿Y si no hay mañana? Hoy no lo ha habido…”

                (Elipsis)

RADIO: (…) then put your warm little hand in mine, there ain’t no hill or mountain we can’t climb. Babe. I got you, babe. I got you, babe… ¡Bien, excursionistas, arriba!

22.4.20

Hez.


                Desde tiempos inmemoriales las diversas civilizaciones de la humanidad y sus respectivas corrientes filosóficas y religiosas han indagado incansables en la búsqueda de un sentido propio que atribuirle a la vida en sí misma. Cada una de las cuales fue aportando, a lo largo de los siglos, una colección de respuestas más o menos satisfactorias que ayudaron, más o menos, a cada cultura a bregar con la sisifeana faena del existir. Si entendemos el concepto de sentido desde su octava acepción: razón de ser, finalidad o justificación de algo (sic); nos encontramos ante la incertidumbre más imponente y una absoluta falta de consenso en las conclusiones que cada sociedad en particular resolvió por darse a sí misma. Es decir, analizando la existencia no ya desde un punto de vista ontológico, sino escatológico (esto es en base a su fin último), y teniendo en cuenta la ley de conservación de la materia, nos encontramos con que todo queda reducido a deshecho, o a excremento, si se prefiere, a mera hez, a zurrapa. Y esto tal vez admita ciertos matices, por ejemplo: si Ud. se come un chuletón de los caros, rollo Angus o así, o caña de lomo, y, en otra ocasión, dudosa carnaza de kebab, el resultado final, tras el pertinente proceso digestivo y/o gástrico, será pura mierda. Diferentes quizá una de la otra, pero mierda al fin y al cabo. Por lo que se deduce, aplicado ya a la ética trascendente, que no importa de ningún modo lo que hagamos en esta vida, pues terminaremos siendo una excreción más, una caca.
 
                Por otra parte, en un sentido más ecuménico, se ha tratado también de encontrar, a lo largo y ancho de la Historia, aquellas características que nos unen, esos rasgos ineludibles que definen no sólo a los seres humanos como tales, sino a la totalidad de las criaturas vivientes y rampantes que pueblan esta tierra plana que nos soporta. Los biólogos titulados afirman sin despeinarse que todo organismo nace, crece, se reproduce y muere. Sin embargo, nuestros expertos profundizan un tanto más en esta definición; pues, si bien todo bicho indudablemente nace en algún momento de su existencia, algunos apenas crecen lo suficiente como para que dicho desarrollo pueda considerarse como tal. En cuanto a la reproducción, es una cuestión de suerte después de todo. Lo de morirse ya tal, volvemos a cuestiones de fe. Pero lo que de verdad hacemos todos, todos, sin excepción, sin importar raza, ni credo, ni condición, ni mucho menos estado civil, es el cagar. Hasta las amebas cagan (lo hemos comprobado), y esto mismo es lo que nos une y nos iguala.

editorial para JOROSCHÓ #5: HEZ


21.4.20

Redrum.


Nada más entrar en el hotel te encuentras un cartel con unas letras grandes que pone: «Prohibido correr por los pasillos». Por esa misma razón los huéspedes que llevan prisa utilizan el triciclo portátil como principal medio de locomoción. Otra cosa muy distinta es orientarse por el laberíntico entramado del mismo hotel, y es que circular en un zigzag básico le puede llevar a uno al propio punto de partida, mientras que avanzar en competente línea recta asegura el estamparse de morros contra la pared del fondo sin remedio. A este efecto se le conoce como “Paradoja del entredédalo”, y desemboca en una patente incapacidad para llegar a donde se pretende de una sola pieza y sin hallar obstáculos ni vicisitudes durante el tránsito. Veamos un ejemplo: Alguien intenta llegar del punto A al punto B en un tiempo determinado, digamos un rato estándar, y sin pasar por delante de la habitación doscientos treinta y pico porque el bedel, que de esto entiende, recomienda que uno ni se acerque; pues bien, el sujeto en cuestión practicará un recorrido a la deriva (véase joroschó #0) en el que ejecutará giros al azar y movimientos brownoideos sobre una moqueta estrafalaria que lo llevarán sin remedio a toparse con algo no contemplado en el itinerario previsto, ya sea una pareja de mellizas muertas a machetazos que le invitan a uno a jugar, una infame bacanal de personas disfrazadas de alimañas, o cualquier otra incidencia terrorífica y desagradable que haga que olvidemos la intención primera de llegar al punto B y queramos, en cambio, volver a nuestro cuarto a llorar abrazados a la almohada, no sin antes pasar, por supuesto, por la mismísima habitación doscientos treinta y pico que, de todas formas, estará bien cerrada con llave para alimentar la curiosidad, que se torna mórbida, y dejarla insatisfecha por necesidad. Esta situación hipotenúsica se puede extrapolar a multitud de escenarios y contextos, incluso a casi todas las situaciones a las que nos enfrentamos en el día-noche-día-noche de cada vida, lo que viene siendo el samsara cotidiano que nos mata de risa, y deriva, matemáticamente hablando, en lo que humildemente denominamos como «redrum»; término que podríamos traducir como la categórica necesidad de matar, mutilar, o al menos, herir de gravedad, a cuanto se nos ponga por delante en nuestro afán de alcanzar ese codiciado punto B, a veces llamado meta, que, por descontado, jamás alcanzaremos. 

editorial para JOROSCHÓ #4: REDRUM


20.4.20

Derbi.

Duelo a garrotazos; Goya

Miércoles cientos noventa y dos. En una remota localidad se juega un derbi. Un tipo pelea con la alcachofa de la ducha por un poquirriquitín más de agua caliente mientras se afilan sus pezones. En el piso de encima, otro se debate entre calcetines negros o marrones o esos de rayas o unas chancletas, y el bus que se le va y, mientras tanto, los pies descalzos. Porque claro. Y entonces en la otra parte del mundo a un cualquiera cualesquiera le podría pasar más bien lo mismo o, por supuesto, cualquier otra cosa, y de ahí este cuajo por la vida que llevan algunos (no digo nada) o los que escriben con un pedazo de trozo de tiza en su propio postálamo los consejos que uno no le daría ni a su adversario natural más acérrimo. Y por eso la contingencia básica se da, principescamente, entre individuos monocéfalos o, dicho en una palabra, monocéfalos. Y dale. Acto primero:  Por ejemplo. Me peleé conmigo mismo por comerme la última chocolatina. Me di un garrotazo en la cabeza usando un garrote y la cabeza y me noqueé, tal que así de tranquilamente. Al final la compartimos, pero me quedé con hambre. Y por eso esta mala baba, y que tenga las comisuras sucias y como manchadas de caca. Prepucio: Antes de ello, el técnico de vodafone había discutido consigo mismo delante de mí, por un asunto penelopesco que se traían con el cable de la fibra óptica y, mientras uno lo desenredaba con vehemencia, el otro se inventaba nudos y entuertos por el otro extremo. Como en un derbi: la lucha en casa y el vecino es enemigo como enemigo es el alcalde y yo no soy ni esto, ni aquello, ni lo otro y al final me comí una señal de las que ponen por las calles para regular la circulación como los yogures, y ésta se dobló con el contorno de mi narizota y yo caí muerto como el coyote de los cartunes. Manual del hombre recto, capítulo primero, introsucción: Recto significa Orto. Y al revés. Y así. Me tragué el pipo de una aceituna siendo bebé y ahora se piensan que soy un chico. Pues no. Dos personas se enfrentan por ver quién pasa primero y la grada eufórica. Y otra vez. Como la disyuntiva entre comerse la piza precocinada a medio cocer o esperar a que se calcine, o como cortarse la uña del cuarto dedo del pie después de haber reñido con él por una chorrada en la que ninguno llevaba la razón. Pues es que hay veces que uno se lo piensa, y bien se podría vivir sin índice, ni apéndice, ni cuarta pared. Y hay veces en las que el guarda jurado que te protege te regala un bolagoma y va y te salta un ojo: ¡Gol! Y otro tuerto para vender boletos. Lo corriente, después de todo, es el empate tácito, es decir, la derrota mutua sin victoria para nadie; y por esa misma razón los arcos de triunfo no tienen sentido en ningún sitio, como sí lo tendría, por ejemplo, el dejar el alcantarillado sin tapar, y que decida la coyuntura. Dos chelovecos con arena hasta los tobillos y no más que sendas porras portátiles. Y nada, que eso. Que se juega derbi. 

editorial para JOROSCHÓ #3: DERBI


19.4.20

Maguffin.

¿Conocen este chiste? Dos tipos cualesquiera viajan en tren. El compartimiento no es ningún lujo, pero al menos todos viajan sentados. El uno viste gabardina caqui de una época remota. El otro enarbola un periódico amarillo-gris-beige con explosiones en la portada y, además, calza un sombrero panamá con logotipo de imitación en la solapa. Corrijo; eran tres tipos. Tres tipos cualesquiera viajan en tren. El tercero va durmiendo; ronquidos sibilinos. Por la ventana se adivinan las negras entrañas de un negro túnel. Próxima estación: el colon. O tal vez era un ómnibus o una suerte de tranvía mecánico. El caso es que el primer tipo, el de la gabardina remota, le pregunta al otro, el del sombrero con explosiones y periódico panamá, por el paquete misterioso que hay en el maletero sobre la cabeza de éste. Había olvidado mencionar que todos llevan bigote excepto el que duerme y el de la gabardina; importantísimo. Y que el revisor pasó a ejecutar sus pesquisas hará como media hora o así, como poco. Entonces, el tipo con sombrero, bigote y periódico responde: “¿Eso de ahí? Es un maguffin”. La trayectoria del vehículo nos es del todo indiferente, pero el tipo primero, el que no luce bigote, pero sí gabardina caqui, bien despierto y despabilado, vuelve a inquirir: “¿Un maguffin, qué demonios es un maguffin?” El otro ojea por encima las páginas del periódico, sin quitarse el sombrero ni el mostacho, y responde tibio: “Un maguffin es un artefacto de lo más sofisticado que usamos para cazar leones en Escocia”. Se atusa el bigote y añade: “Para cazar leones en Escocia, desde luego que no hay nada mejor. Por la ventana se ve un poste un poste un poste un poste. El tercer hombre se agita en sueños y musita: “Rosebud”, dejando entrever unos dientes beiges-grises-amarillos. Al parecer, debía unos dineros a cierta gente, pero eso ni nos incumbe, ni nos importa. Finalmente, el primer tipo, haciendo gala de unos modales especialmente cultivados, va y le espeta al del bigote panamá: “¡Qué charada! ¡Pero si en Escocia no hay leones de ninguna índole!”. El otro se palpa una tirita adherida a su nuca y responde: “Pues entonces no es un maguffin”.


editorial para JOROSCHÓ #2: MAGUFFIN

18.4.20

Kippel.

Todo es Kippel. Lo que aún no es Kippel, terminará por serlo. Es un principio básico: todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippelización. Kippel es, por ejemplo, un fanzine arrugado junto al váter; pero Kippel también es la dentadura postiza de tu abuela muerta, atesorada en el fondo del cajón de la mesa camilla, y también lo es el flamenco de plástico de tu casa de verano, las máscaras samoanas, los accesorios de toda clase, los periódicos, la propaganda que colma cada buzón… tu taza favorita, esa que tanto amas, es un pedazo de Kippel y ni siquiera sabe que tú existes. Kippel son las cajas de cerillas que guardaste por nostalgia de una época que no viviste, y también lo es ese diploma de la pared, los trofeos, la televisión, los libros de la estantería y lo que sea que te haya dado por coleccionar, incluso tu propio apéndice está hecho enteramente de Kippel. Kippel es todo objeto-cosa que, incluso antes de un primer uso, carece ciertamente de valor estimable y cuya utilidad es, cuando menos, del todo despreciable. Si uno se descuida, el Kippel tiende a reproducirse exponencialmente como los baobabs y no tarda en dominarlo todo. Y así.


editorial para JOROSCHÓ #1: KIPPEL

17.4.20

La deriva.


deriva no es paseo. concepto. es una deriva. definida por. definida para. en francés. significa. guy debord. técnica de tránsito. situacionista. fugaz. a través de. en francés. dérive. caminar. vagar. dirección no. entramado urbano. rumbo no. atmósferas. destino no. romper estructuras. deriva no es paseo. pensamientos porosos. quiero decir brillantes. quiero decir receptivas. quiero decir inquietas. desgastadas no. desgastadas las suelas. adoquines. dobla la esquina. cemento. paso de cebra. mierda de perro. deambular con las orejas. deambular con las narices. media vuelta. deambular con las orejas. deriva no es paseo. deambular con los ojos. parpadeo. los ojos. pasan. cambian. los ojos. las páginas. deriva no es paseo.



editorial para JOROSCHÓ #0: LA DERIVA