Yo no soy un actor. Pero tampoco soy este amasijo de nervio
y seso que veis aquí.
Tampoco soy ese trago de cerveza desesperado que me habréis
visto antes.
Llevo un tiempo pensando en qué es lo que define a cada uno,
qué es lo que nos hace ser nosotros mismos.
La noche antes de mi primera vez leyendo un público no pegué
ojo. El mismo día no pude comer y apenas conseguía esbozar una sonrisa sin que
un tembleque nervioso acechara en la comisura de mis labios. Todo fue bien al
final, y yo me emborraché tranquilo. Pero tampoco soy nada de eso.
Paso mucho tiempo de veras colocado, y no soy ese. Más
tiempo del que quisiera soy un hombre cuerdo, pero ese no soy yo.
Me he dejado el pelo largo, cuando lo tenía corto era el
mismo.
Antes de ayer me afeité. Me he acordado porque antes alguien
se fijó. No recuerdo haber notado cambio desde entonces.
Una vez hube leído en directo la primera, segunda, tercera
vez, me di cuenta de que lo que yo leo no es mío. No es más que tinta seca de
lo que algún día fui.
Así que, ¿Qué soy ahora? ¿Qué me define? Porque me he
comprado ropa nueva y luzco igual ante el espejo. Terminé aquel libro y ahora
estoy con éste. Mas sólo percibo que, si acaso, he crecido.
Yo no sé quién soy. Tal vez alguien pueda decir algo al
respecto, pero yo no. Me he desconocido tantas veces que se me hace extraño
pensar en que todos nosotros nos llamamos igual. Somos la misma persona y ni
siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo.
Yo no soy un átomo ni tampoco un Universo. No soy planta ni
casi animal pero intento serlo. No soy más que nada. Soy un chispazo. Un
zumbido. Un susurro. Una nota al pie de página que pocos de detienen a leer.
Soy lo que sueño. Soy todo aquello por lo que sonrío. No soy
una mirada perdida, ni un resoplido tedioso. Pero sí un bostezo por la mañana y
quedarme un rato más.
Creo que sólo soy yo cuando duermo.
¿Escucháis cómo suena?
Pues así.