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7.1.12

Cavilando en la proa de Xiphias.


Todo sigue pareciéndome extraño. Nuestras formas de mentir, nuestras formas de llorar, nuestra dificultad para pedir perdón… ¿sabes? somos fruto de las sinvergonzonerías de nuestro alrededor y, otra cosa no, pero yo soy especialista en perder el tiempo.

No es que como propósito de año nuevo me haya prometido no enamorarme, sino que sé que no lo voy a hacer, por lo menos durante un tiempo, no esa clase de amor. Tengo pendiente todavía escribir muchas, muchas páginas antes de hacerlo, también tengo un buen puñado de libros en la estantería haciendo ejercicios de calentamiento… luego iré a donde sea, y quizá entonces me enamore.

Ya oigo el rítmico caminar de mis bambas en asfalto, ya noto el peso de una mochila y una guitarra a la espalda bajo el sol, el pasar páginas tumbado en la proa de nuestro velero, digo el de Thiago, Howard y mío, aún no sé qué nombre ponerle… algo que surque las aguas con un silbido en plan Hey, Joe y que suene otra canción para cambiar de párrafo. Ése es mi secreto a veces. Me imagino con las manos callosas por el roce de los cabos, y las lluviosas noches de pánico a la luz de un candil tembloroso, pero no me asusta, pues también veo el azul sobre el azul sembrado de blancas nubes cantando las canciones de hombres con golondrinas en el pecho que viven sus muertes en el fondo del Océano. Por supuesto que oigo el caminar de mis gastadas bambas en el asfalto.


No sé lo que pasó exactamente. Me refiero a todo en general, a todo lo que recordamos. Cuando alguien dice que parece que fue ayer… a mí nunca me lo parece, no sé, quiero decir… lo que parece es que no pasó nunca. Y nosotros estamos convencidos de que sí. Supongo que podemos estar seguros porque hay más gente que coincide con nuestros recuerdos en menor o en mayor medida, no lo había pensado antes, son cosas que se me ocurren ahora.

Porque es un hechizo eso del escribir, cómo se activa la mente y te saca del espíritu cualquier cosa, digo CUALQUIER COSA a través de las yemas de los dedos. Y ni siquiera deja un cosquilleo ni nada… sólo palabras escritas, incluso, a veces, parecen cobrar sentido. Yo no sé si esto le dice algo a alguien por ahí fuera… está en mi cabeza, como mucho entre las paredes del cuarto donde escriba… me estoy haciendo un lío… lo que quiero decir es ¿Qué le dicen mis palabras a cualquiera que las lea? Porque no creo que sea lo mismo que me dicen a mí… cuando sea nos tomamos algo y discutimos acerca de este asunto.

Cavilo… cavilo, cavilo… me gusta esa canción. 



28.12.11

Un dardo en el mar.



Hacía tiempo que no pisaba el pub Fingerwing's, tal vez por demasiados recuerdos, no necesariamente malos, sino más bien ebrios y confusos. A decir verdad, sentí cierta nostalgia cuando entré, recordé que era en esas cuatro paredes en las que me había inspirado para escribir Pub Limbo.

Entré con mi amigo Thiago, un viejo conocido al que perdíamos a menudo entre las aguas, me refiero a que su vida transcurría en la mar, desde las costas de São Paulo hasta el Yukón sin pasar por el estrecho de Magallanes. Un hombre de mundo que no disfrutaba con ninguna cosa más que con su gaita y unas cuantas botellas de sidra.

No queríamos pasar la noche entre copas, ni tan siquiera recordar viejos tiempos, simplemente tomarnos la penúltima cerveza antes de irnos a dormir en aquella glacial noche. Se pidió una Guiness y yo una Murphy’s tostada, y en seguida advertí la presencia de la vieja diana donde habíamos jugado años atrás. No tardé en retarle a una partida amistosa entre trago y trago, por los viejos tiempos.

Capté sin querer la atención de un parroquiano de blanca cabellera llamado Frank, que aceptó el reto como si se lo hubiera lanzado al pecho con alguno de los dardos que aún descansaban en aquel vaso junto a la diana, y llamó a su compañero, un canijo rostro pálido con las fosas empolvadas y ojos inquietos (en toda la noche conseguí adivinar si de verdad me miraba a mí cuando me hablaba).

Nos apostamos la ronda y… bueno, ¿para qué enrollarme? salimos perdiendo. Dimos algo de juego, pues la apuesta era al mejor de tres y al menos ganamos la primera partida. Yo tuve una buena actuación, aunque fallé en momentos clave. También acerté muchas veces, ni qué decir tiene.

La moraleja de la historia es… demonios, ni siquiera logro acordarme ahora. Me sentí muy joven jugando con estos dos carcamales de la farlopa, Thiago y yo junto a ellos no parecíamos más que niños con algo de pelusa en el rostro. Pero también me sentí mucho más maduro en el sentido de cómo veíamos cada uno la vida, no entraré en detalles, pero estoy seguro de que no seré como ninguno de esos dos, y no por que vaya a conseguir grandes cosas, sino porque sé que voy a ser feliz. Lo sé. No me lo tiene que decir nadie. No me lo va a tener que decir nadie. Nunca. Tal vez en algún momento de debilidad…

Debería subirme algún día al barco de Thiago y ver la tierra desde fuera. Dicen que todo se ve distinto cuando estás flotando.

17.12.10

No sé.

(...) Odio estas depresiones, porque son los únicos momentos en los que de verdad escribo... no quiero que dentro de muchos años alguien lea ésto y piense que soy un tipo triste... creo que soy feliz, y mi vida hasta ahora ha sido fácil, pero complicada, rara, no sé cómo explicarlo, todo el mundo se divierte, disfruta, hace cosas... y yo no sé participar en ello, no sé tantas cosas... no sé vivir como lo hace todo el mundo... no sé nada.

Más puntos suspensivos...