31.1.22

Phábula de Esquilo y Quelonio | canto decisorio: El asunto quelonio (Parte I)

Patras, martes de 456 a.C.

               Una, dos, tres figuras antropomórficas ocupan asiento en una de las sofisticadas cabinas de retransmisión de la emisora Apólogo ΦΜ, de la radio aquea.

               La primera, canija y enclenque como un rapaz, pero con cierta aura senil, corresponde al cadáver redivivo de Esopo, célebre fabulista de la Tracia septentrional o de por ahí; y representará el papel de locutor y de eidolon de las Panateneas pasadas por exigencias del guion y sin ánimo de lucro.

               Esopo ordena unos papiros frente a sí, carraspea con profesionalidad y medita unos instantes hasta que en la cabina se enciende un letrero luminoso que pone: “EN EL ÁPEIRON”. Y, con una pegadiza sintonía de siringa en tres yambos, da comienzo el programa.

 ESOPO:               ¡Kalimera, ciudadanos, metecos, mujeres y esclavos! Les habla Esopo, recién regresado del Hades en carne y seso. Hoy nos hemos venido a Patras para relatarles el decadente y no menos depravado Derby de Acaya, donde una caterva de bestias, alimañas y zoones se enfrentarán en un dólico de diecisiete estadios, diecisiete, nada menos, del que solo resultará un único e indivisible campeón que se lleve por trofeo esta fantástica corona de acebuche. Me acompaña en esta retransmisión el filósofo Zenón de Elea, discípulo de Parménides, tildado por el mismísimo Platón como “alto, rubio, bello a la mirada y desde luego bien parecido”, todo un bellezón, que nos brindará sus comentarios en cuanto a los aspectos técnicos de la carrera. ¡Kalimera, guaperas!

ZENÓN:               ¡Kalimera, Esopo! ¡Es un placer infinitesimal estar aquí!

ESOPO:                También contamos con la colaboración de Porfirio de Tiro, filovegano libanés devorador de hummus, que viene desde un futuro remoto e indeterminado, como una suerte de proyección anticipada, para iluminarnos con sus sapiencias zoológicas y taxonómicos, y para hacer que nos replanteemos los fundamentos básicos de nuestra dieta. ¡Kalimera, Porfirio!

PORFIRIO:           ¡Kalimera, pretéritos! ¡Besos de lamprea para todos!

ESOPO:                Pues bien, ahora que ya nos conocemos todos, pasemos a presentar a los contingentes: En primer lugar, partiendo como favorita y vencedora indiscutible en los últimos Juegos del Peloponeso, tenemos a la Cierva de Cerinea, la de dorada cornamenta y pezuñas de bronce, más fugaz que las centellas del mismísimo Zeus; cuando terminen de pestañear andará ya por las estepas de los sármatas. Luego; desde la vecina Arcadia viene el Jabalí de Erimanto, todo un portento físico, metafísico y porcino, que, si bien no destaca especialmente por su velocidad, sin duda presentará batalla por su descomunal tamaño y resistencia. ¡Qué buen paté se hace en Erimanto! ¿Verdad, Zenón?

ZENÓN:               El mejor; me se cae la baba.

PORFIRIO:           ¡Bárbaros!

ESOPO:                Continuamos con el resbaloso hipocampo, un híbrido entre caballo y cosa marina; tal vez la ausencia de cuartos traseros le impida competir por los primeros puestos, pero seguramente nos sorprenda en el tramo que atraviesa las pegajosas aguas del río Glafkos. veremos. Luego, desde Lidia nos viene un ofiotauro; este majestuoso toro con rabo de serpiente posee la envidiable habilidad de pacer, rumiar y defecar, todo al mismo tiempo.

ZENÓN:               Además, si me permites la interrupción, diré que los filetes de ofiotauro son los más sabrosos y saludables por contener el triple de grasas saturadas que los del uro común y corriente.

               Porfirio profiere una expresión malsonante y del todo grosera que, evidentemente, es censurada con un toque de siringa.  

ESOPO:                Cierto, Zenón, los filetes, chuletas y entrecotes del ofiotauro son de lo mejorcito. ¿Y qué más tenemos?

ZENÓN:               Pues desde aquí puedo adivinar la figura de un catoblepas cimarrón de lo más exótico. Si no me equivoco, viene desde la lejana Etiopía y es un combinado de vaca frisona con cabeza de puerco. La carne de este bicho no es mala del todo, diría yo, pero por lo que realmente es valorado es, definitivamente, por su leche, sobre todo para la industria quesera.

ESOPO:                Efectivamente. Lástima que este espécimen sea macho, hace años que no pruebo el queso de catoblepas semicurado.

ZENÓN:               No te creas; el queso de los machos es incluso mejor, tiene como más cuerpo, aunque se pega un poco al paladar.

ESOPO:                ¿Y qué son esas terribles criaturas?

ZENÓN:               ¡Oh, más cruces aberrantes y mestizajes! Esa de ahí es la quimera, mírala; ¡Qué horrible! Cuerpo de cabra, cola de serpiente, tetas de burra, uñas de señora, cabeza de león, otra cabeza de otra cabra, otra cabeza de la serpiente de antes… sin duda fruto de los orgiones celebrados en el Arca. Un adefesio. Y ahí está su hija, la esfinge; más o menos lo mismo, pero con el pálido rostro de una moza y un ocho por ciento más de inteligencia. No sé a ti, Porfirio, pero a mí me pone.

PORFIRIO:           De verdad, no entiendo qué mierda os pasa en el hipotálamo.

ESOPO:                Pues sigue tú, listo.

PORFIRIO:           ¿Qué toca?

ESOPO:                La mantícora.

PORFIRIO:           ¡Ahí está, la mantícora enana! Esta criatura, para nada comestible, es otra preciosa mezcolanza con cuerpo de león, facha de abogado soltero y metasoma de escorpión lanudo terminada en un formidable aguijón venenoso. Que no nos engañe su risible tamaño; la toxina psicotropical que expele su extremo trasero podría tumbar al Kraken de Argos y a Cthulhu durante toda la hora de la siesta.

ZENÓN:               Pues parece una ardilla.

ESOPO:                Pero fea, eh.

ZENÓN:               Feísima.

PORFIRIO:           Dejando aparte las cuestiones estéticas, a mí me parece una cucada. Y hablando de monerías, mirad eso. Recién llegado de allende los océanos, ¡el último dodo de Mauricio!

ESOPO:                ¡Hostia puta!

ZENÓN:               ¿Pero qué coño es eso?

PORFIRIO:           Básicamente es como un gallipavo, pero sin moco.

ESOPO:                ¡Qué exótico!

ZENÓN:                ¡Y qué pechugas!

PORFIRIO:           Y dale.

ESOPO:                Bueno, ¿y qué más, qué más, qué más?

PORFIRIO:           Un auténtico despropósito de la naturaleza; ¡el cinocéfalo papión! Menos cino que hidrocéfalo y menos inteligente. La agresividad congénita de este daimón monopiteco, patán y pulgoso, no conoce límites ni periferias; con solo uno de estos en la competición ya podríamos afirmar con total certeza que el derramamiento de sangre durante el transcurso de la carrera está completa e irremediablemente asegurado.

ZENÓN:               Más nos vale.

ESOPO:                ¡Muy bien, pues esos son los contrincantes! Además, me complace anunciar a dos invitados de mi propia cosecha que también participarán como aspirantes amateur; ¡La liebre y la tortuga! Que son una liebre normal y estereotipada, y una tortuga igualmente estándar y aburrida. ¿Qué opinas de la parrilla, Zenón?

ZENÓN:               No está mal, pero yo soy más de cuchara.

PORFIRIO:           Se refiere a la carrera, imbécil.

ZENÓN:               ¡Ah! Pues, sinceramente pienso que jamás llegarán a la meta.

ESOPO:                Explícate.

ZENÓN:               Es muy sencillísimo; este dólico cubre un trecho de diecisiete estadios, diecisiete, y para llegar al final deberán alcanzar la mitad de dicha distancia. Para ello, han de recorrer previamente una cuarta parte de esta, y antes incluso la octava, dieciseisava, y así. Si podemos dividir el trayecto en infinitas partes, nunca terminarán por alcanzar el término.

ESOPO:                Bueno, tiene sentido. ¿Y tú, Porfirio?

PORFIRIO:           Yo creo que no me comería a ninguna de estas criaturas rampantes, y este será casi con total seguridad mi mejor aporte esta narración.

ESOPO:                Bien, bien, bien. Pues dicho queda. Hagamos ahora una brevísima pausa publicitaria y volvemos en unos instantes. No se vayan.