Hace ya tiempo que sueño con conocerte mientras duermo en mi
caja bajo tierra. De todos modos no veo.
Si tengo agujeros en vez de ojos.
Alcanzo a vislumbrar ahora lo que quiero ser cuando me miro
en el espejo olvidando mi cuerpo y dejando que mi alma se asome un poco.
Veo sus ojos alejándose siempre de mí, aunque ahora pienso
que quizás sea porque en verdad no son los suyos. Veo muebles de madera vieja y
mimbre, veo guitarras desafinadas y lápices sin punta. Veo ríos de menta y
barro, cantos rodados haciendo saltos de rana y música acuática bajo las plumas
de los pájaros. Veo un pingüino bailando torpemente. Oigo más mis silencios que
mis hablares. Siento el tacto de las hojas de los árboles y los libros, de las
acústicas cuerdas en cajas de madera, de las nubes al rozarlas desde abajo.
Soy ese acorde al que no llegan los callosos dedos de un
zurdo distraído. Soy la luz de un flexo desteñido y el solitario amanecer de la
ciudad. El desordenado escritorio y la pared llena de post-its.
Y me acuerdo de mis colosales guantes de jardinería en la
alta hierba a la sombra del manzano y el roble, del rugir de las olas
enfrentándose a la fría y gris roca desnuda de los calizos acantilados
respirando con la hermosa furia del mar.
Así que… apenas consigo distinguir la nariz y la boca y el
peinado entre toda esa neblina verde y amarilla y azul y blanca.
Y el pequeño y ajado cuaderno de bolsillo… ahora pienso en la
insoportable levedad del ser, en cuán livianos e inocuos son nuestros actos en
la vida para con el Universo —Aunque eso también lo hace más bonito ¿no?
Me distraigo cuando parece que estoy concentrado, me
distraigo con… todos esos barcos piratas… flotando… por ahí. Y me distraigo
también con los pieles rojas cabalgando por Dakota y eso. Me distraigo con el
Sol surcando el cielo buscando a una luna a la que nunca consigue alcanzar. Me
distraigo sonándome los mocos con un pañuelo de papel muy usado y convertido en
una red de hebras trenzadas. Todo eso me hace sonreír, pues cada vez que te
pones triste matan a una vieja gorda.
Porque hoy suenan muchas canciones y no quiero escoger una,
no quiero separarla de todo aquello que es mi vida. Un tipo cualquiera paseando
por la calle tarareando o silbando alguna de ellas ¿Quién no sabe sonreír?
Luego vi su cara y jamás la habría imaginado, así se
deshicieron mis sueños. Estoy hablando del futuro, lo cierto es que se supone
que yo aún no lo sé.
Mi ya viejo trono de mimbre se queja y cruje bajo mi peso.
Cuando era joven, me dice, no necesitaba de abrir puertas ni de levantarse,
pues no se caía; no necesitaba pedir ayuda nunca. Quizá no sea tan viejo como
mi trono, pero sí que lo soy como para necesitar ayuda; pues aunque quiera que
mi camino esté escrito por sólo un par de huellas, preciso de otro par que me guíe por algunos
senderos.
Oteo el paisaje desde mi cofa subterránea en la copa del más
viejo y robusto de los robles. Veo la sangre en su sentido positivo, la sangre
de todos los hermanos, que son todos. Veo los ciervos y sus pequeñas motas siderales,
veo el brillo de sus cornamentas adornadas con abalorios en espiral.
Y la luna azul, apenas reparo en ella y lo lamento. Contemplando
jazz.