Semigersifloro
García (fig.1) vino al mundo en algún lugar de la recóndita provincia de Batman, al
sudeste de Anatolia, una húmeda y ruidosa tarde de febrero, a la edad de
cincuenta y cuatro años. Debido a una curiosa enfermedad congénita,
Semigersifloro nació carente de piernas de rodilla para abajo, lo que comprende
peroné, tibia, tobillo y, por supuesto, también el pie.
Cierto día, un
forastero llamó a la puerta de Semigersifloro, que por aquel entonces estaba en
paro, y se presentó como el Doctor Atrópates, médico investigador armenio,
célebre cirujano irrefutable, estudioso de las virtudes y bondades del arte protésico, y todo esto con una
reverencia fingida y un evidente acento azerbaiyano. Le ofreció a
Semigersifloro un novedoso tratamiento de injerto de piernas a un precio de
risa, y Semigersifloro, que por aquel entonces no tenía nada que hacer, aceptó
encandilado.
Practicaron la
cirugía esa misma tarde, en la cocina de Semigersifloro. El Doctor Atrópates
agarró una botella de esencia de matalahúva y se la embutió a Semigersifloro
por el gaznate, dejándolo inconsciente. A continuación, sacó dos piernas de
muerto de una neverita portátil y se las cosió a los muñones en un periquete.
Después vació el frigorífico y se largó por la campana extractora.
Salvo por la
resaca, la tez pálida y turquesa de sus nuevas pantorrillas, y a pesar de que
ambos pies fueran izquierdos, Semigersifloro consideró que la operación había
sido todo un éxito, y apenas le importó el tono ocre de las uñas, ni los
juanetes, ni la peste a seta rancia que desprendía; y salió a celebrarlo dando
saltos por las aceras.
Un tiempo
después, Semigersifloro, que por aquel entonces había encontrado empleo
preparando kebabs, se cortó accidentalmente la mano por la mitad, con tan mala
fortuna que fue a empapársele la herida de salsa especiada y trazas de cordero.
La salsa especiada, en cambio, se empapó de sangre y trazas de dedos, por lo
que le despidieron.
El Doctor
Atrópates no tardó en aparecer con su neverita portátil, esta vez llamó a la
puerta. Ofertó a Semigersifloro cuatro dedos nuevecitos y media palma por nada
y menos, y Semigersifloro, que por aquel entonces soñaba con tocar el piano,
aceptó sin dudarlo.
La operación
no fue nada bien: El Doctor Atrópates había olvidado la esencia de matalahúva y
tuvo que anestesiar a Semigersifloro de un porrazo certero en toda la cocorota,
a la altura de la hipófisis, lo que indudablemente asegura un certamen de
pesadillas y el consecuente mal despertar. La media mano era de un ahogado con
anisakis, que infectó inmediatamente el organismo del pobre Semigersifloro,
provocándole gastroenteritis varias, metástasis, síndromes, síntomas, sífilis y
demás. Y, al final, el Doctor Atrópates no tuvo más remedio que amputar de
ombligo para arriba y apañar el resto, dejando a Semigersifloro hecho un par de
piernas con pene, con el cerebro en una nalga y los demás órganos hechos un
bulto anatómico en la otra. Con un tercio de la columna vertebral asomando por
arriba como una antena ósea y el culo todo lleno de pelo. Un engendro incapaz
de valerse por sí mismo, que sobrevive gracias a un medicamento especial,
sintetizado por el propio Doctor Atrópates, que le inyectan cada semana con una
jeringa en la ingle.
Desde
entonces, Semigersifloro García imagina que coprotagoniza una serie televisiva
de los noventa, con risas enlatadas, en la que interpreta a un bípedo sin
tronco, ni brazos, ni cabeza, que habla con pedorretas que únicamente comprende
su fiel compañero, Anastasio López; juntos resuelven crímenes conspiranoicos y
misterios parapsicológicos en episodios autoconcluyentes.