ESCENA ÚLTIMA
Hora
crepuscular. POLICARPO barre ante sí, sin
mirar al suelo. Un moscardón redondo se pasea alrededor y únicamente se oye el
fastidioso zumbido de éste y el rasgar de la escoba contra el piso. Una lágrima
cae sobre el polvo, esto es apenas perceptible, y enseguida es apartada junto
al resto de miasmas y deshechos. Al rato, un ruido de motor, de fondo, acalla
el taciturno murmullo de las paredes.
POLICARPO
¡Mierdra!
El ómnibus
amarillo pus, de dimensiones restituidas, irrumpe en El Diapasón con un
estruendo terrible y se estrella contra la barra destrozando todo cuanto
encuentra a su paso. BOSSE-DE-NAGE emerge colérico de entre las ruinas del fuselaje.
BOSSE-DE-NAGE
¡Ha ha!
El
mandril, enajenado por el impacto y por costumbre, arrebata la escoba a POLICARPO de un zarpazo frenético y la ensarta en la
glotis del tabernero, por el mango hasta las espigas, que asoman por la boca de
éste, en una mueca grotesca. Las botellas del estante observan el suceso
maravilladas, como las torres del momento. El macaco usurpa la ginebra y se la
lleva a las fauces. Ríe de nuevo, y un terceto de coces retumba en rededor.
QUÍDAM, desde el otro lado
¡Ocupado!
Oculto
tras las barbacanas, PANMUPHLE
acciona una palanca de hueso sintético y son disparados los cañones en el mismo
instante en el que el DOCTOR ORANGJO,
abombado y descolorido, aparece por la desgañitada puerta con semblante de
circunstancia.
DOCTOR
ORANGJO
¡Olvidé el
maletín!
Un
proyectil despedaza al doctor con un susurro, dejando sólo los zapatos
humeantes. BOSSE-DE-NAGE se acicala el
tupé del orificio con una de sus tumorosas garras y sonríe al auditorio mostrando
una interminable y sarrosa hilera de colmillos ennegrecidos. A partir de
entonces, la siguiente secuencia se representa a ralentí mediante un curioso
medicamento que es emanado por el sistema de ventilación, preparado
expresamente para cada función, cuyos efectos duran exactamente lo que dura
dicha secuencia; dice así:
El fétido macaco cinocéfalo papión emite un
prolongado y gutural “¡Haaa haaa!”, todo hediondo y cubierto de una pasta ocre de
lo más desagradable, y cruza el bar con las zancadas que uno daría si se diera
un paseo por el planeta enano Ceres, esquivando los asteroides por medio de
cabriolas y acrobacias dignas de los más agilísimos gibones de las junglas de
Borneo. Tras el plomo rotundo que surca la atmósfera se dibujan estelas de carbón,
azufre y nitrato de potasio, quasi comme un inferno, mas ninguna alcanza al
primate; el cual era, al fin y al cabo, su único objetivo.
BOSSE-DE-NAGE se llega a la
puerta del servicio y la aporrea ferozmente. Al envés, un QUÍDAM fastidiado de veras, responde con vehemencia
que deje de molestar, que está ocupado. Más o menos en ese instante, con tremenda
barahúnda, otra bala perdida abre un butrón en la puerta que no aniquila al
fontanero, pero apenas por los pelos. Tampoco dañó al primate, por cierto, pues
fue engendrado provisto de un octavo sentido arácnido. Enseguida, BOSSE-DE-NAGE
golpea al QUÍDAM en el cráneo con la botella de ginebra, que no es de vidrio, sino de
cuarzo, y suena un GONG y, al caer inconsciente el pusilánime, girando sobre sí
mismo cual peonza, con un chichón con la figura de una banana lanuda en la
cocorota, El CHORRO MUSICAL traza una
parábola en diagonal que da de lleno en el hocico del cinocéfalo, con tal
presión e impresión, que éste sale despedido por los aires para acabar hecho
rodajas, atrapado por las aspas del ventilador del techo y, definitivamente,
muriendo para siempre.
A modo de
epílogo, el pis anega el tablado y las butacas se manchan con su giste. Entretanto,
el telón granate mate desciende a trompicones, pero elegante, como una
guillotina de terciopelo. Quien se fije, tal vez podrá ver a un tramoyista con
osamenta de cabra, agazapado, manipulando en silencio las cuerdas con sus
retorcidos dedos desde el torreón. El resto, en cambio, sólo verá el opaco y
encarnado reverso de sus párpados, poco más.