20.3.13

El hoyo del viejo Tom.


Bueno, supongo que tengo todo el tiempo del mundo ¿no?


Una vez oí cómo un reloj se estropeaba y dejaba de funcionar, fue entonces cuando me pregunté: ¿Qué hora será dentro de un minuto o de diez años?

Y desde ese momento pienso que en verdad sé demasiado poco de cualquier cosa.


En cierta ocasión conocí a un tipo, el viejo Tom, que un buen día cavó un hoyo en el jardín de su casa. No era demasiado ancho, si acaso lo justo para tropezarte con él, pero era tan profundo que se decía que si gritabas algo hacia su interior el eco no regresaría hasta al cabo de cien años. Claro que habría que esperar todo ese tiempo para averiguarlo, pero es algo bonito de creer y por lo que a mí respecta no cabe duda de que de veras sucedía así.

El caso es que, justo después de terminar su insondable hoyo abisal, se puso a atar kilómetros y kilómetros de sedal para fabricarse una buena caña de pescar, y cuando la tuvo, acercó un taburete de madera al borde del agujero y arrojó un anzuelo a las profundidades, y así paso un buen puñado de años —de hecho, creo que aún continúa ahí sentado con su caña y su sombrero—.

Nadie en el pueblo ocultaba la opinión común de que el viejo Tom estaba loco de remate, pero yo nunca pensé en eso. Yo sólo veía a un viejo que se llamaba Tom y que utilizaba su tiempo como buenamente sabía. Creo que aún no ha pescado nada, pero tal vez sólo sea porque el infinito sedal de su caña no es lo suficientemente largo. Me temo que quizá excavó demasiado hondo, me pregunto cómo lo haría.


Debo decir que yo a veces veo una especie de resplandor en torno a ciertas personas, como un vapor extraño lleno de pequeñísimas motas de algo que no sé qué es. Creo que me pasa esto desde que me regalaron unas gafas redondas algo torcidas y me las probé, como si fuesen de un cristal mágico o científico que se te mete en las pupilas y abre pequeñas ventanas circulares que te permiten ver ese misterioso perfume. Aunque claro, todo esto es lo que a mí me gusta creer. Cualquiera puede creer cualquier cosa mientras crea en ello ¿no?

O a lo mejor ya lo tenía de antes, pero no me acuerdo.


Lo que espero ahora es que algún día, dentro de unos cien años, el viejo viejo Tom escuche lo que una vez grité dentro de su hoyo. Bueno, y que consiga pescar algo.


Kasimir Malevich

13.3.13

Pequeño cuento de Jack el ahorcado y otras vesches.


         »Caminando así, descubrí el pozo al nacer el día.

Desde el miércoles todos los días han sido miércoles. He escuchado cinco notas como en un silbido y no han parado de sonar. Me ha crecido el pelo y la barba, creo que es algún extraño viejo síndrome nuevo. Me palpé entre las costillas bajo la pulpa y me pareció sentir que hay una especie de sustancia viscosa, como un miedo antiguo o una cagalera del alma. Cantan los domadores de autocarros en Leiria y la carretera hacia el vale do Tejo se pasa de veras joroschó en un santiamén cuando el sol se pone rojo y triste y la cúpula es púrpura como la vieja berenjena.

Aún sufro una misteriosa resaca, creo que desde aquel día en que compré un par de cabezas de ajos y zanahorias y algo de tomate en rama y después bebí vino y cerveza en una casa enterrada bajo un mar de tranquilidad en un lado no demasiado luminoso de la luna, de hecho más oscuro que los puntos de las fichas del dominó.

Sucedieron vesches extrañas esa noche, y yo me revolqué un poco por los charcos y me manché los pantalones vaqueros fuera de moda. Pero no brotó el viejo vino esa vez, solo unos pequeños rasguños.
Fue entonces cuando vi al otro Alonzo. Una suerte de yo mismo a través de un espejo pálido que no paraba de llevarse la botella a los labios y libar el humo gris. Otra testa más y a mí me duele la cabeza que da vueltas como el viejo molino que rechina con los oxidados lamentos del viejo cansancio.

No me gusta ese otro Alonzo que revuelve mis tripas y hace que mi garganta haga goch-goch y pone los ojos de buitre en blanco mientras eructa y se rasca la barriga.

Creo que esto se debe a los pliegues que a veces noto tras los ojos y hay una especie de demonio vestido de traje y con sombrero que fuma de una pipa y que está asustando a todos los animales que viven aquí arriba.

 

¿Y ahora qué pasa, eh?

Me asomé entonces al pozo y ahí estaba Jack el ahorcado, colgando por el cuello de la soga que, antes de que el pozo se secara, servía para amarrar el cubo con el que se sacaba el agua fresca. Lo reconocí por el cogote, siempre desplumado por la parte del remolino en la que nacía una incipiente calva.

—¿Qué haces ahí, Jack? —le grité desde el alféizar, pero no tuve respuesta— ¡Jaaack! —volví a gritar, agitando la cuerda para que se balanceara.

Levantó Jack una pupila hacia arriba, y me vio asomado a un disco de cielo, al menos desde su punto de vista.

—¡Alonzo! —saludó con una voz ronca—, ¿qué haces ahí arriba?
—Nada —respondí yo—, paseaba y encontré este pozo.
—¿Pozo? —preguntó Jack el ahorcado mientras intentaba mirar alrededor—, pensé que esto era una chimenea.
—Espera un segundo, te sacaré de ahí.

Tiré durante un rato de un extremo de la soga y conseguí sacarle del pozo. Le ayudé a sacudirse el polvo y el barro de la ropa vieja y me di cuenta de que había crecido varios centímetros desde la última vez. Su cuello presentaba varias marcas enrojecidas y estaba realmente estirado, incluso parecía que, de tan largo que lo tenía, no podía sostener el peso de su cabeza y ésta se mantenía ligeramente inclinada hacia un lado.

—Qué mal aspecto tienes, Jack —le dije.
—Es mi cuarta condena este mes —respondió con indiferencia.
—Dentro de poco tendrás el cuello tan largo que llevaras la cabeza colgando y lo verás todo del revés —le advertí, pero no le importó, dijo algo de que cuando has sido ahorcado tantas veces ya no sabes qué está del revés y qué del derecho, y al final te acaba dando igual todo eso.

En el fondo del pozo, Jack el ahorcado tenía razón, y yo no tardaría en darme cuenta de que mi propia garganta también se había ido estirando poco a poco por no haber encontrado algunas palabras, de que a veces también me cuesta discernir qué son pozos y qué chimeneas. ¿Y ahora qué pasa, eh? Si cada vez que no acierto con la letra mis trazos se convierten en sogas.