a Color:
Le llamaban
Jas el loco, por su sombrero de paja y la gigantesca escalera de mano que
construía tras el granero.
Era un viejo
anacoreta extranjero oculto por una larga y arrugada barba colmada de canas y
unas grandes orejas que asomaban con pesar por los lados, todo bajo la sombra
de su sombrero.
Jas, como le
llamaban en casa cuando era niño —porque ya hacía mucho que vivía solo—, en
efecto construía una escalera en sus ratos libres cuando no cuidaba de las
reses. Cabe decir que por supuesto no se trataba de una escalera normal, pues
esta era sin duda la más larga de todas las que se hayan fabricado. Ni mil
hombres bien robustos que extendiesen sus brazos la abarcarían por completo.
Claro que Jas no la fabricó de una sentada, sino a lo largo de muchos años de
los que siembran la frente y las manos de arrugas y callos.
Por las
noches, en el pub Harrington’s, era habitual hacer chistes y bromas acerca de
por qué extraña razón aquel viejo loco se dedicaba casi exclusivamente a esa
dichosa escalera.
Mientras, él,
en el fondo de su soledad alumbrada únicamente por el cálido rubor de la estufa
de hierro, lo único que buscaba era llegar a lo que de verdad es profundo —que
hasta el más idiota sabe que es el cielo, haciendo escala en la luna quizá, con
un sombrero de largas pajas sobre la escafandra—. Desde arriba podría verlo todo
así de pequeño, justo mirando a través de los dedos puestos en pinza, así.
Todo, visto desde tal distancia, pierde toda importancia y le dejan a uno con
la cabeza tan vacía como aquel que vive sin preocupaciones. Sólo así se puede
respirar bien profundo y después exhalar sosegadamente y decidir, entonces,
bajar de nuevo la escalera para empezar a vivir.
Glengarriff, co. Cork.