abrí
la puerta sin llamar y dejé la mochila junto a la silla de gigante donde fui a
sentarme. me gusta esa silla porque no levanta dos palmos del suelo, y uno se
siente enorme y formidable cuando se sienta en ella. pero ser más grande no es
tan cómodo. yo es que soy curioso ¿no ves que me divierte? me enredé en el tubo
vuelta y media y, en un santiamén, yacía tumbado en la cápsula sintética y,
desde ahí, pues eso, el plástico y las nubes. pasó una con forma de cirro,
sendos estratos sobre el zócalo. un cúmulo que parece un cúmulo, y una
tormenta, como esa tormenta bajo tus ojos. abro una página al azar y leo: abro
una página. la luna tiritó en su clinamen y me salieron raíces por entre las
escápulas. sabe a arena, le diego, sabe a mierdra de mayo y el matojo por los
sobacos. sabe a meselo, digo digo; y huele a que me va a doler de nuevo cuando
me despierte. fruncí los trastes, esto es, para distraerme. baobab bob junto al
farol bob bob y mi garganta gob glob mientras un quelonio hace chum chum y el
cinocéfalo hace ha-ha y le gruñe a bob, y le ladra a chum, y le muerde a bang-bang!
(es todo un espectáculo). dijo un tal (y tal, tal es) que mi sombra me
perseguiría, siempre y cuando hubiera luz. así que me hice fósforo. y me
encendí. y ya no sé qué fue después. abrí otro párpado y me escoció la primavera.
los ojos como amapolas. sucedió un día tembloroso, agrietado, arrancando el
techo a jirones. ocurrió de manera tan sutil que apenas lo percibí hasta ahora;
recién lo escribí. y desde entonces visto las alegres ojeras del que sueña
despierto, del que se da por dormido. estiré las piernas y agarré una rama, no
muy alta, lo suficiente; y ya ves tú cómo me balanceo, que se me olvida qué
hora es. hoy no puedo escribir los versos más alegres, ni retratarte lo abrasadora
que es mi lámpara bajo el estático techo, tácito y sempiterno. nunca la quise,
ella nunca me quiso. siento que la tengo. pienso que la he perdido. no son los
versos más alegres, pero son los primeros que le escribo. busca una constelación
con el dedo y ponle el nombre que te apetezca. palpa los muros; son pulpas. lo
mono camina del revés; lo que viene nos llega por la nuca. lo que está, lo
tenemos en los pies. lo que no está, no estará nunca. serví chai con moloco y
piteamos en silencio y videamos las estrellas como quien lee en lengua ajena y
se da por enterado. yo no sé. ni vacío, ni enterrado. soy un qué. partido entre
el qué de acá y el qué que va a sentarse en la silla de gigante. mirando, desde
una cofa alejada e imaginaria, los pliegues de sus dunas, cada recodo, cada
duda. sorbí el chai (que me quemé) y volví a empezar. cada recodo, cada duna,
cada sílaba de su saliva. el tintineo de las chaschas, el gorjeo de las
golondrinas y todas esas pequeñas notas silenciosas que componen la sinfonía de
lo absoluto con la última hora de la tarde. entonces recojo la mochila y, ya de
pie, me vuelvo a hacer pequeño entre los resquicios. trepo montes y adoquines y
cierro la puerta que cierra otro párpado que cierra la noche por la ventana.
Picasso |