¿Y ahora qué pasa, eh?
Es martes. Antes del ocaso.
Interlunio en el Diapasón. Policarpo el fructífero está en su puesto, bajo las
torres del momento. En su siniestra, si se le mira desde ahí, se aprecia la
figura de uno de esos muñecos malencos que venden en la calle, esos pequeños
felinecos de hojalata con un resorte dentro que mueven la zarpa adelante y
adetrás y que adornamentan las multitiendas del barrio zonguonés y son dorados
o calicó, pero éste, el de Policarpo, es negro negro negro como un Bombay.
Entonces le da cuerda, grrr grrr grrr, y la malenca máquina no puede evitar
hacer lo que hace, esto es la consigna, menear la zarpa adelante y adetrás una
y otra y otra vez y Policarpo la cuelga de una alcayata en la pared por el
agujero del cogote, que es su sitio desde siempre; invitando a los que lleguen
a que pasen o se larguen, porque al final dará lo mismo.
Policarpo lee la gasetta: Diluvio
de pianos en la estrada Salieri deja decenas de heridos y a la parroquia véneta
sin festejos hasta el próximo año. Efectivos del Cuerpo Motorizado de Militsos
de San Lundo atropellan fortuitamente a un perturbado caótico neutral,
sospechoso de pertenecer a diversas células de grupos patamilitares
subversivos, prófugo de la justicia y presumiblemente exiliado en el extranjero
desde los atentados del Palacio Marrón, antigua sede de la satrapía de
Estagira, en octubre del 27, poniendo fin a años de búsqueda y pesquisas
infructuosas; el jaleo ha sido estándar. La
plaza de los jemeres, yo me acuerdo; aún hay quien deja flores de lentisco (o
bien las propias de la cornicabra) por sus aceras, y que, con las yemas de los
dedos ungidas de pingüe almáciga, dibujan pescuezos de zarafas por los agrietados
muros en memoria de los que, coléricos y amarillos, decidieron tumbarse, sin
más, frente al opresor y esperar a que todo ardiera. Costumbres de los
ahogados. Un artículo médico sobre
los placeres y bondades del descerebramiento, todo reventajas tras breve
vorágine. Muere un pájaro al día. Alerta lombarda en toda la prefectura por
pasajeras brumas de grisú: Extremen precauciones, procuren no respirar, no
hagan bromas, chistes, mofas, ni tan siquiera chanzas. Información bursátil:
Baja el valor de las acciones, aumentan las especulaciones, y la incertidumbre,
por principio y por el momento, se mantiene.
Policarpo dice: ¡Mierdra! y el
Coro de Dipsodas aparece por la puerta comandados por Furfurfar, que ulula como
pidiendo bebidas para todos. Policarpo sirve un surtido de espirituosos y
destilados macrobióticos y vuelve a su posición.
Coro de Dipsodas: ¡Dame de beber,
bestia! ¿No ves que me divierte?
Furfurfar: ¡Far furfur!
Coro de Dipsodas: ¡Un buen trago
sin agua!
Policarpo enciende la radio. La
garganta partida de Alabama Mongoose: Oú
vais tu avec ce fusil? Policarpo piensa para si: Ya no se escriben
canciones. Entran Frido y Longaelisa con aires.
Frido: ¡Garçon, café!
Longaelisa: Para mí un té púrpura
con sirope de agave y una hojita de flor de lis y tres tartaletas tostadas; la
primera con mermelada de pera, otra acompasada de confitura de níscalo y la
última sola, eso, y una copita de Vergamota.
Furfurfar: ¡Fur farfar!
Coro de Dipsodas: ¡Garçon
significa chico!
Policarpo agarra un par de tazas
con el logotipo del Garbonzo’s y las rellena de Malabirra sin espuma.
Voz de Morselo, desde la calle:
¡Fuegodoro!
Frido y Longaelisa se escabullen
sin despedirse. Ahora entran Guibo y Panmuphle seguidos del resto de Morselo.
Se ubican en la barra, frente a Policarpo, y éste reparte vasos. Ante Morselo,
largo y con dientes de vejestorio, deja una botella de El Auriga.
Guibo, flácido y rubicundo: A mí
sácame el vidrio de Jäbberwocky. Tengo un pálpito obscuro de que se nos viene
encima el Galimatazo.
A Furfurfar le entra hipo.
Panmuphle, algarrobo y fabáceo, sujetándose
el trasero: Yo tomaré una Poderosa bien fresca, pero primero voy a usar el retrete
para dejarme de abstracciones y pasar a lo concreto.
Policarpo dispone la comanda.
Panmuphle se da de bruces contra la puerta del lavabo y desde el otro lado se perciben
los acordes de El Chorro Musical.
Voz de Quídam, desde el baño:
¡Ocupado!
Panmuphle: ¿En serio? ¿Todavía?
Furfurfar: ¡Furthur!
Coro de Dipsodas: ¡Di, amante
falso! ¿Por qué me has abandonado?
Guibo saca del bolsillo de su
pelliza un pequeño canario ocre a medio desplumar y se lo ofrece a Policarpo
con gesto amable. Ambos llevan las cejas alzadas, pero cada cual a su manera.
Guibo: Toma, este es para ti, aún
respira. Es por aquello que han dicho del grisú. Cuando se te agote me avisas,
que tengo más. Siempre llevo un puñado encima, por Tutatix.
Policarpo agarra el pájaro y lo
posa en su hombro. El ave parece de mentira, pero es cierto que respira, aunque
no se mueva apenas. Y ahí se queda.
Morselo: ¿Y Pepe?
Guibo: Temo que lleve tiempo
planeando un elogio a Dino Valenti.
Morselo: Esas cosas no se
planean, se importunan.
Panmuphle: Yo me tengo que ir.
Furfurfar: Fur.
Policarpo limpia la barra de
giste y babazas. Policarpo mira el reloj, averiado de hacer tiempo. Policarpo
mira la atmósfera sólo con la esclerótica, anillada, y se detiene en el
bailoteo de los belfos de los parroquianos, con miasmas en las comisuras, y son
mudos porque no dicen nada y porque Alabama Mongoose rasga sus cuerdas vocales
con el volumen al diecisiete y los bajos levantados y dice algo así como: J’ai entendu dire que tu avais tué ta nana. Policarpo
mira el maneki neko de la pared y piensa en Olivia, mucho antes de la Guerra de
los Boletus, cuando aún se tenía pelo en la cabeza y se podía cruzar la calle
sin mirar. Policarpo piensa en las níveas nogas de ella, en sus delicados
alcores y en sus hoyuelos de Olivia; en el rubor de sus mejillas y su risa
cuando solicitaba un ruso blanco sin vodka ni Kahlúa. Policarpo piensa en sus
ojos verdes ojos azules ojos grises. Policarpo deja de pensar y el felineco de
hojalata sigue agitando la zarpa en el Diapasón.
O’mbl, fumando Calumet: Si la
quieres, déjala ir. De todas formas, ella nunca será tuya.
Coro de Dipsodas: ¡Y nunca he
visto antes a nadie del todo como tú!
¿Y ahora qué pasa, eh?
Sobrenoche. Interlunio en el
Diapasón. Panmuphle aparece de regreso en el umbral con un paquete al lomo y lo
deposita sin cuidado en el rincón. Alabama Mongoose ahora toca la trompeta y
suena joroschó como una cornamusa en la melodía de Moje ulubione rzeczy pero a contrapelo. Morselo comienza a apreciar
la semivacuidad de la oropelada botella de El Auriga como una suerte de
metáfora náufraga y, entre tanto, Guibo mastica un ajo en salmuera con los
pálidos glasos y las muelas beige y los labios sucios del acre Jäbberwocky
negro como brea. De fondo, sutilísimo, El Chorro Musical. Policarpo frota un
vaso bajo las torres del momento. El canario no se mueve, pero parece que sigue
respirando. Entonces Morselo levanta su copa de fuegodoro.
Morselo: ¡Por Mo!
Coro de Dipsodas: ¡Mi mimo Mo!
Todos beben.
Morselo: ¡Por Bubbs!
Coro de Dipsodas: ¡Que Ubú lo
guarde en su panza!
Furfurfar: ¡Furfur farfar!
Y vuelven a beber.
Un viejo púlsar, allá en el dilatado
Caosmos sideral, intercala una semifusa de silencio estático entre cada
intervalo postlogarítmico de radiación electromagnética, instaurando una
irregularidad antagónica apenas perceptible, pero, de algún modo, relevante y
por supuesto predispuesta a. Por eso, o por cualquier otro motivo, más acá,
tras la barra del Diapasón, bajo las torres del momento, Policarpo siente un
repentino escalocalor trepándole la rabadilla y, sin darle más vueltas, acciona
la nopca del ventilador del techo. Algún algo se revuelve en el paquete del
rincón entonces, pero nadie repara en ello porque Alabama Mongoose se está
tomando un descanso con un atoragaznates de burbón sin yelo y, en su lugar, la
radio emite los armónicos quejidos de Sarah Tustra y esto ocupa la atención de
la parroquia. Timbales tam tam tam y Guibo se lleva la sábana a la sien murmurando
paridas.
Morselo: Yo estudié en la Real
Escuela de Calafates de Porto Chancro, os lo juro, y, hacedme caso papanatas,
ahí sí que te enseñaban a tapar agujeros, ¿entendéis?
Coro de Dipsodas: ¡Que ni
marinero, ni patrón! ¡Que desde siempre manda el mar!
Morselo: Y, claro, uno hace lo
que sabe hacer uno, sin más pretensiones, y acaba por contrabandear con carne
al bucán, paté de mapache de estraperlo y demás mercaderías, sepulturero al
nocto y expoliador de día, sin saber que detrás de mis zapatos tenía todo un
medio destacamento al completo de cardenales armados hasta las encías, con
arcabuces y todo; un desastre.
Furfurfar: ¡Fara fur!
Guibo: El muerto, al fin y al
cabo, sí que vivió su vida por entero.
Morselo: Desde luego, lo último
que esperaba encontrarme en las playas de Nueva Chisináu era a la jodida
Inquisición española...
Ensamble de viento latón de la Orchestra
Sin Fónica de Spamalot, en el local contiguo: ¡****!
Irrumpe en el Diapasón la
Inquisición española.
Alguacil: ¡Nadie espera
encontrarse a la Inquisición española!
Policarpo: ¡Mierdra!
El reparto por entero cae presa
del pánico y trata de huir, corriendo en círculos.
Alguacil: ¡Nuestras armas
principales son la sorpresa y el miedo!
Ahora resulta que aparece Frido.
Frido: ¡Garçon, café!
Uno de los inquisidores,
adoptando la postura forma-A38 de los soldaditos de plástico sinople, dispara
su arcabuz y la golová de Frido se disemina en lonticos de mosco y plescos de
crobo y grumo gris por todas las perpendiculares en rededor, manchando también
el suelo.
Alguacil, inquisitivo: ¿Quién lo
mató? ¿Acaso fuistes tú, pedazo de palotín?
Palotín: Fuis yo, su eminencia.
Alguacil: ¡Pues ni se te ocurra
volver a hacerlo!
Furfurfar: ¡Fur farafar! ¡Fur furufur!
Coro de Dipsodas: ¡Por allí
resopla!
A Guibo se le afila el viso de
las córneas y el Coro de Dipsodas acueructa un do bemol de gorlo que hace
vibrar las torres del momento y entonces, Panmuphle, como gobernado por unos
hilos improbables anudados a las escápulas, ejercita un espasmo ecleptiléptico
y tactactaconea el suelo tres veces con la vieja osamenta del carnero.
¿Eh?
De súbito, un terrible estruendo,
y el paquete del rincón se abre impregnando la atmósfera de una fragancia
fétida y putrefacta. Emerge de su interior un mono papión, conocido como
Bosse-de-Nage, menos cino que hidrocéfalo y menos inteligente, mitad palafrén,
mitad burdégano, y mitad bogavante cimarrón, en edad ya adulta y con sed de
venganza.
Bosse-de-Nage: ¡Ha ha!
Morselo: ¿A quién yarboclos se le
ocurre meter a esa cosa en una caja sin agujeros?
Coro de Dipsodas: ¡Feísimo,
feísimo!
Guibo: ¿Y os habéis fijado en el
calibre de ese gonopodio?
Furfurfar: ¡Far farafurfarfar!
Morselo: ¿Cómo dices?
Furfurfar: ¡Far, far far furfur! Fur farfarfur
farafu, farafú, farafufu. Far farfur fur farafarfur far furufarafu ¿Fur
farafar? Far fur far. Furufufu fara fa fu fu furu fa fufara y por eso la
cortina de la ducha ha de ir siempre por dentro de la bañadera.
Policarpo dice para sí: ¡Mierdra
y más mierdra! ¡Otra vez no! Y un rebuzno atroz cruza el Diapasón arrugando los
cristales. La Inquisición Española es devorada en cuestión de segundos por el
voraz cinocéfalo, quedando no más que el deslucido recuerdo y un grotesco charco
de heces sanguinolentas junto al cadáver decapitado y exquisito de Frido. El
Coro de Dipsodas de dispersa entre la multitud y Morselo y Guibo saltan tras la
barra para ocultarse. La radio remite en bucle cien pulsos sucesivos del primer
cuásar que se inventó, y el semicanario de Policarpo entra en estado de reposo.
Ni rastro de Panmuphle, pero O’Mbl fuma Calumet.
O’Mbl: No seas tú mismo.
Las torres del momento observan
la escena, impávidas, y es que, debido a falta de presupuesto por lo elevado
del caché de Longaelisa, el último acto se representará en las imaginaciones
particulares de los lectores, con la humilde y desinteresada asistencia de las
anotaciones de quien esto relata; que dicen así:
Mierdcoles. Esa hora en la que
tarde se hace pronto. Bosse-de-Nage está en la pista de baile, acechando feroz.
Furfurfar lleva una pantalla de lámpara en la quijotera camuflado entre el
mobiliario, como de atrezo, de incógnito. La radio está apagada, sin embargo,
fluye el Chorro Musical, tácito y sempiterno. Guibo y Morselo, se aferran como
fetos a las pantorrillas de Policarpo, que blande su escoba preparándose para
el ataque del cinocéfalo. Entonces Bosse-de-Nage se abalanza contra ellos y
Policarpo lo rechaza con un swing transversal del todo improvisado que impacta
de lleno en el poblado entrecejo del papión, afectando también a Panmuphle en
el mismo punto. Bosse-de-Nage se resiente unos instantes y se arroja de nuevo
con los colmillos en las fauces. Esta vez Policarpo falla, acertando por el
contrario al malenco felineco, y Bosse-de-Nage se cobra su pieza, ese pájaro, y
lo engulle de un bocado.
Guibo: ¡No! ¡Ese era mi favorito!
Bosse-de-Nage: ¡Ha ha!
Por la puerta asoma Bo, con ojos
rojos y joroschó y un halo de marijuana por el gorlo hasta la golová.
Bo: ¿Que si quiero o que si
tengo?
Policarpo aprovecha la
distracción para propinarle un puntapié al cinocéfalo en el mismísimo epicentro
de su espantoso y tautológico trasero, de tal magnitud que éste sale despedido
por los aires para acabar hecho lonchas, rodajas y lonticos, aspeado por el
ventilador del techo y, definitivamente, muriendo para siempre.
¿Y ahora?
Policarpo barre ante sí, sin
mirar al suelo. No hay nadie en el Diapasón. Tras el rasdrás, silencio.
Policarpo no piensa en nada. No piensa en los glasos de Olivia, ni en los
pedazos del malenco felineco. No piensa en Pepe, ni tampoco en Mo, ni en Bubbs,
ni en lo poco que le gustan las sorpresas. Po no piensa tampoco en ningún
pájaro. Policarpo no piensa, ni mucho menos reflexiona; Reflexionar es para los
espejos, y Policarpo no es nada de eso. Policarpo barre ante sí, sin mirar al
suelo y se dice: ¡Qué yarboclos!
Y ayer será otro día.