27.2.17

Semigersifloro García.

Semigersifloro García (fig.1) vino al mundo en algún lugar de la recóndita provincia de Batman, al sudeste de Anatolia, una húmeda y ruidosa tarde de febrero, a la edad de cincuenta y cuatro años. Debido a una curiosa enfermedad congénita, Semigersifloro nació carente de piernas de rodilla para abajo, lo que comprende peroné, tibia, tobillo y, por supuesto, también el pie.

Cierto día, un forastero llamó a la puerta de Semigersifloro, que por aquel entonces estaba en paro, y se presentó como el Doctor Atrópates, médico investigador armenio, célebre cirujano irrefutable, estudioso de las virtudes y bondades del arte protésico, y todo esto con una reverencia fingida y un evidente acento azerbaiyano. Le ofreció a Semigersifloro un novedoso tratamiento de injerto de piernas a un precio de risa, y Semigersifloro, que por aquel entonces no tenía nada que hacer, aceptó encandilado.

Practicaron la cirugía esa misma tarde, en la cocina de Semigersifloro. El Doctor Atrópates agarró una botella de esencia de matalahúva y se la embutió a Semigersifloro por el gaznate, dejándolo inconsciente. A continuación, sacó dos piernas de muerto de una neverita portátil y se las cosió a los muñones en un periquete. Después vació el frigorífico y se largó por la campana extractora.

Salvo por la resaca, la tez pálida y turquesa de sus nuevas pantorrillas, y a pesar de que ambos pies fueran izquierdos, Semigersifloro consideró que la operación había sido todo un éxito, y apenas le importó el tono ocre de las uñas, ni los juanetes, ni la peste a seta rancia que desprendía; y salió a celebrarlo dando saltos por las aceras.

Un tiempo después, Semigersifloro, que por aquel entonces había encontrado empleo preparando kebabs, se cortó accidentalmente la mano por la mitad, con tan mala fortuna que fue a empapársele la herida de salsa especiada y trazas de cordero. La salsa especiada, en cambio, se empapó de sangre y trazas de dedos, por lo que le despidieron.

El Doctor Atrópates no tardó en aparecer con su neverita portátil, esta vez llamó a la puerta. Ofertó a Semigersifloro cuatro dedos nuevecitos y media palma por nada y menos, y Semigersifloro, que por aquel entonces soñaba con tocar el piano, aceptó sin dudarlo.

La operación no fue nada bien: El Doctor Atrópates había olvidado la esencia de matalahúva y tuvo que anestesiar a Semigersifloro de un porrazo certero en toda la cocorota, a la altura de la hipófisis, lo que indudablemente asegura un certamen de pesadillas y el consecuente mal despertar. La media mano era de un ahogado con anisakis, que infectó inmediatamente el organismo del pobre Semigersifloro, provocándole gastroenteritis varias, metástasis, síndromes, síntomas, sífilis y demás. Y, al final, el Doctor Atrópates no tuvo más remedio que amputar de ombligo para arriba y apañar el resto, dejando a Semigersifloro hecho un par de piernas con pene, con el cerebro en una nalga y los demás órganos hechos un bulto anatómico en la otra. Con un tercio de la columna vertebral asomando por arriba como una antena ósea y el culo todo lleno de pelo. Un engendro incapaz de valerse por sí mismo, que sobrevive gracias a un medicamento especial, sintetizado por el propio Doctor Atrópates, que le inyectan cada semana con una jeringa en la ingle.

Desde entonces, Semigersifloro García imagina que coprotagoniza una serie televisiva de los noventa, con risas enlatadas, en la que interpreta a un bípedo sin tronco, ni brazos, ni cabeza, que habla con pedorretas que únicamente comprende su fiel compañero, Anastasio López; juntos resuelven crímenes conspiranoicos y misterios parapsicológicos en episodios autoconcluyentes.

Le gusta el esmalte rojo cereza para las uñas y caminar desnudo por la arena mojada. No le gustan las chinchetas ni la gente que te encuentras por la calle y te saluda despidiéndose.  

fig. 1

26.2.17

Ejercicios de Estilo: Pimiento, serrucho, imán.

                Los autobuses de mi ciudad son de un verde pimiento y además huelen a rancio y, con los adoquines, traquetean de lo lindo y uno piensa que todo el fuselaje está a medio giro de tuerca para venirse abajo y desperdigar a la tripulación por los arcenes, aún con los cascos puestos. A mí me gusta todo ese jaleo y mirar por la ventana; además, si uno está atento, cuando el semáforo se enciende rojo y el bus se detiene, casi puede escuchar cómo se coordinan los susurros de los auriculares en una sintonía como de hormiguero.

                Un día viajaba yo. Más que de pie, iba colgando de la manija y balanceándome por inercia en cada curva. Pensaba en todo esto y en los gobios, los atunes, las percas, en cómo sería ser muil, pez globo o incluso ese tiburón que tiene el hocico como un serrucho. Ya quedaba poco para mi parada, cuando el tipo de enfrente, sin saludarme siquiera, estornuda como jamás he visto a nadie y se le salta un ojo. Qué asco. Aquella bola ocular desorbitada era como un imán para mis pupilas y no pude evitar mirar, petrificado, sin saber qué puñetas hacer. Entonces el tipo se tiró de cabeza por la ventana y nadie se hubiera dado cuenta si no llega a ser por el frío de tardo otoño que penetró en el vehículo en ese instante.

                Más tarde, a eso de las nueve, regresé a la casa de mi viejo y loco tío abuelo, donde me hospedaba, y no encontré más que un socavón insondable en medio de la acera.



Ejercicios de Estilo: Notaciones.

En el Q, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años y sin agallas va pensando en peces. La gente alrededor está como ausente, sumergida en sus auriculares. Otro tipo, de tupido bigote, pliega entre sus dedos el boleto del ómnibus y se lo esconde en la manga. A continuación, estornuda estrepitosamente y un ojo se le sale de la cuenca. Después se arroja por la ventanilla de emergencia usando su cráneo para romper el cristal, en vez del martillo homologado.

                A unas trescientas catorce millas náuticas de allí, en el mismo instante de la eclosión, un anciano hierofante en la bañadera descubre que toda su vida se ha regido por suposiciones de terceros y se tira un prolongado pedo subacuático cuyas burbujas parecen exclamar «¡Eureka!» y entonces se desploma el edificio, dejando un cráter en el suelo y un montón de escombros.