Todo era muy oscuro, sólo podía percibir la presencia del que suponía mi compañero de aventura, una luz se encendió distante, y pronto advertí que estaba en un gran laberinto, una inmensa ciudad construida con barriles de madera. El suelo estaba sucio y encharcado, se oía el incesante correteo de algunos roedores, y bajo nuestros pasos crujían los huesos de los que ya hacía tiempo que habían muerto.
Caminamos durante horas, o eso me pareció a mí. Mi acompañante no era muy hablador, ni yo tampoco, por cierto, me asustaba su etéreo rostro difuminado por la neblina que se formaba cuando respiraba entrecortadamente. Pensé en preguntarle por qué caminábamos, o dónde estábamos, o qué carajo estábamos buscando... digamos que, una vez más, no encontré el momento.
Mientras pensaba en mis últimas aventuras por el mundo, y en cómo coño habíamos llegado a este maldito sitio, dimos con un gran molino, un molino gigante, enorme. Sus aspas crujían mientras se movían lentamente a trompicones y, como el resto de la ciudad, era enteramente de madera.
Entramos, el interior estaba custodiado con un eje central, que parecía una enorme torre de la que salían numerosas vigas de madera a diferentes alturas, y que además giraban en diferentes direcciones. Justo en la cima, una cara conocida sonreía desde la altura, sosteniendo en sus manos algún objeto brillante que no conseguí distinguir.
Mi compañero comenzó a trepar con agilidad por las vigas, y supuse que buscábamos aquel objeto, así que le seguí. Pronto sentí mi cuerpo más ligero, y subí con más destreza de la que me esperaba, pero en cuanto alcancé al misterioso escalador, éste me golpeó con su pierna en la cara y caí unos cuantos pisos. -¿¡Será hijo de puta!?-pensé, y volví a subir, esta vez no me pillaría distraído.
Todo se movía cada vez más rápido, el objeto que se acercaba se iluminaba más y más... forcejeamos... ya estaba más cerca...