A veces me
gusta mirar fijamente al segundero del reloj, he descubierto que si uno se
concentra lo suficiente puede hacer que cada segundo sea más largo. Claro que esto
sólo lo percibe el que esté atento a las manecillas. Y también algunas personas
con espirales en la cabeza, pero eso es otra historia.
Cualquiera
podría pensar que esto no es más que perder el tiempo, que de ningún modo se
ahorra al estirarlo, y están en lo cierto. Pero yo creo que a veces es bueno
perder un poco el tiempo, pararse a respirar mientras escuchas el infinito
infinito tic-tac y darse cuenta de que todo está ahí, flotando en yo qué sé
qué, algo como un gran útero cósmico en el que impera el silencio por encima de
todo lo demás.
Calogero me
dijo un día que sólo oyes el tic-tac de los relojes cuando no estás haciendo
nada, precisamente para recordártelo y despiertes de ese dulce ensimismamiento
y a otra cosa. Creo que fue en noviembre, cuando yo estaba tan delgado que
hasta se me marcaban los síndromes bajo la piel como si fuesen huesecillos
perdidos. Bebíamos ron.
Aún no tengo
claro del todo qué es perder el tiempo, porque los momentos más felices de mi
vida siempre han sido cuando, según la moralidad o llamadlo sentido común
moderno, perdía el tiempo. Tal vez yo sea un soñador, aunque me gusta pensar
que todo el mundo lo es a su manera.
Para que todo
esto suceda, desde luego, hace falta estar bien concentrado en nada. Y a veces
es difícil de veras, ya sea por unos finos tabiques que escupen todas las malas
vibraciones vecinales o por uno de esos enanos que habitan los grifos antiguos
y se dedican a tocar música de cañerías —a veces este género tiene su gracia,
pero por lo general suele ser monótono e irritante—. Todo son etapas.
Supongo que
perder el tiempo es estar aburrido, sea lo que sea lo que se esté haciendo.
Amigo, si te aburres en el trabajo, entonces es que estás perdiendo el tiempo.
Bueno, eso me
parece a mí, pero ¿qué sé yo?
Wassily Kandinsky. |
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