Anoche no pude encontrar el interruptor a oscuras y sin
querer rompí la hucha de cerdito que guardo desde hace años sin ahorrar un
centavo para mi viaje a la Pampa y de entre los fragmentos de arcilla
astillados emergió una cabeza vacía que no sabía ni su propio nombre ni tenía
más conciencia de sí misma que lo que confusamente le decían sus ojos empañados
de lágrimas de desconcierto al encenderse su pequeño hipotálamo entre los
lóbulos y la coagulante placenta.
Intentó decir algo, pero de sus labios resecos sólo salió un
goch-goch gutural y ronco. Le costó
un buen rato relajar los bruscos jadeos y cuando su respiración se volvió más
acompasada pestañeó plácidamente.
—He comprendido —susurró con una sonrisa joroschó— que las
fronteras de la materia no son más que una ilusión. Que todo se confunde. Que
las cosas son lo que fueron y serán y que siempre es de día en algún sitio.
También de noche. Y que siempre hay alguna nube por ahí arriba llena de tripas
y otras vesches.
Me miró pensativamente, y me aconsejó que recogiera los
pedazos del cerdito para no rasgarme los calcetines y me acostara, que era
tarde. Obedecí, por supuesto, mas no pude dormir en un buen rato, con la mirada
perdida en el oscurecido blanco del techo de cal que algunas veces fue la copa
de un árbol con una cascada y la lengua de una ballena. Después no soñé nada.
2 comentarios:
Guapisimo, y el cuadro también, quedo cpm la boca abierta, really. Un abrazo Lavilla
Muchas gracias! Nos vemos pronto!
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