Je ne veux pas mourir sans avoir compris
pourquoi j’avais vécu.
así pasó este
suspiro que es la vida; siempre pendiente de seis cuerdas de mi a mi para
acabar pendiendo de una sola soga que ahoga con un nudo que te deja mudo y
vacuo bajo el larguero y sin rostro. al fin y al cabo cada gato negro teme la
mala suerte más que cualquiera, pues cuando te repiten muchas veces que eres
una cosa corres el riesgo de creértelo y terminar como uno de esos cerdos que
no son más que boca y estómago sin seso. arder de vez en cuando es importante,
también volverse líquido y desparramarse donde sea. has bebido suficiente,
callan las paredes, mas todo eso no ye más que cuestión de proporciones.
*
* *
desayuné un vistazo
por la ventana sin levantarme de la cama y no me moví durante un buen rato.
apenas podría asegurar si llegué a dormirme en algún momento o no, pero no hay
duda de que soñé o que alguien que no vi se coló por algún pliegue de mi
cerebro y me contó una patraña. estaba increíblemente sobrio entonces, con una
mente tan clara y cristalina que efectivamente no distinguía nada entre los
reflejos, y por eso no encuentro las palabras. también bien despierto me han
contado mentiras aún mayores con la vieja mirada seria esperando que las crea y
me he tumbado a dormir de la misma manera o a reír que es lo mismo.
*
* *
la noche anterior no
me acordaba ni de mi nombre y vagué haciendo eses preguntándole a la gente por
si alguien me daba alguna pista. rasgué las desafinadas vibraciones entre mis
dedos y otra vez no era más que un espejismo inventado. tanto tiempo y tan
poco. tanta gente ¿y dónde está con quien quiera compartirlo? porque al final
la luna se frota los ojos cansada mientras canta el camión de la basura y yo me
encuentro aquí otra vez peleándome con cuatro palabras que luego no me dejan
dormir. cada vez que me corto un hilo de la muñeca salen siete nuevos con sus
siete cabezas de un solo ojo y nueve dedos retorcidos al final de sendos brazos
como cordeles y ya no me atrevo a tocar nada más por si acaso. el viejo miedo
anónimo lo llaman, y los que alguna vez lo han visto hace tiempo que lo han
olvidado. con los nudillos de color púrpura y las pestañas colmadas de polvo y
ceniza. así de cansado nos mira y espera con su paulatina ponzoña entre las
espinas de los rosales para que no nos percatemos de su presencia. un amigo mío
que no soy yo ni nadie que yo conozca se puso a rasgar también por esos
derroteros y al final le salieron unos callos en los dedos que no le dejaban
sentir nada ni dejarse llevar por esta articulación que además es un suspiro.
(…) un hombre respiraba hasta no poder
más, se sentía vivir hasta el delirio en el acto mismo de contemplar la
confusión que lo rodeaba y preguntarse si algo de eso tenía sentido. Todo
desorden se justificaba si tendía a salir de sí mismo, por la locura se podía
acaso llegar a una razón que no fuera esa razón cuya falencia es la locura.
—JULIO CORTÁZAR.
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