26.3.14

Juan.

         Juan hizo una pequeña maleta de viaje dentro de su cabeza, apenas era un hatillo con unas cuantas mudas limpias y tres pares de calcetines y aquel recuerdo pequeño que no pesaba nada. Abrió la escotilla que está justo en la cocorota (que sólo se puede abrir desde dentro) y trepó por ella con relativo esfuerzo para coronar su coronilla con tal impulso, que levitó un buen rato sobre el remolino para irse a posar de puntillas en la punta del pelo más alto, donde rebotó como si fuera un trampolín y subió y subió y llegó a donde todo queda lejos.

         El Grande Juan siguió haciendo lo que de costumbre: compraba el pan en la panadería, calentaba agua para los espaguetis, bebía cerveza en la travesía del patín y todos los etcéteras que pueden ocurrirle a uno desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta por la noche. Pero el Grande Juan se aburría ya de todo aquello y por eso se le olvidaban las cosas.

         Juan siguió subiendo y subiendo y viendo su vida subir sin vivir sintió miedo. Agarró las esquinas de su chaqueta para extenderla como las alas de un murciélago y así se detuvo cerca de la región de las aurículas y los ventrículos. Sístole: ¿Dónde está ella, la pieza que encaje con Juan? Diástole: Juan es uno en varios idiomas, además, seguro que ella está por ahí cerca, en la Tierra.

         El Grande Juan se sienta en el retrete un par de veces al día y lee las noticias deportivas, algo le hace cosquillas por detrás de las orejas y es que el Grande Juan sabe que debería estar haciendo lo que le gusta.

         Juan salió disparado en otra dirección y en un parpadeo se asomó por la pupila. ¡Ay, Grande Juan! —se lamentó— ¡Si es que no te puedo dejar solo ni un momento!


         Y es por eso que Juan (pero Juan Juan) fue esta mañana a la ferretería antes del desayuno; para comprar una bombilla nueva.

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