Bien, no sé cómo empezar esto. Es todo muy confuso. Las sienes
me palpitaron al principio, estaba tumbado, y sentí como si la garganta se me
precipitara hacia la pleura. Pleura. No estoy seguro de si se dice así. Pleura.
Da igual. Me incorporé y la pieza se quedó así, torcida. Busqué las gafas en la
mesilla y me topé con mi dentadura en su tarro, como un mal sueño. Mi cuerpo
estaba definitivamente al derecho, tal vez algo inclinado, sin duda eran mis
ojos, o algún cable acá metido, los que se decidían a quedarse del revés. Lo
achaqué a que serían cosas de la gravedad y me planté frente al espejo y saludé
al que hay tras él. No me vi muy diferente, al fin y al cabo, ¿quién mira a quién?
O eso que dicen. No sé. De todas formas cada uno se fue por su lado y ya no nos
volvimos a encontrar. Me puse mi sudadera verde, la de Carpio el carpintero. Y unos
pantalones tal que así. Y lo de arriba por sombrero. Aboclé mis calcetines contra
ese mueble de allí, dejando en el zócalo onduladas dunas de arena para gatos,
con caca y demás; un asco. Y después compré bombillas, pero sólo se me ocurrió
una, y bastante floja. De modo que, en fin, no sé cómo me dio por empezar esto.
Supongo que ya no me palpita ni una sien, y me siento bien sentado. Me estoy
bebiendo una cerveza y… bueno, ahora después me lio un cigarro. Mis dientes,
los que sean, siguen en su sitio, juicio arriba, juicio abajo. Evidentemente. Y
por el momento, en lo que respecta a la pieza, la de acá, tan torcida como siempre,
quién sabe, los cimientos, quizá qué.
Roland Topor |
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