“Todo aquello no
fue más que chai con moloco; el viejo juego de caer lovetado en una merienda desnuda
donde cada cual queda helado al descubrir lo que hay emparedado en su sándwich”.
Al
principio la novedad eran unos cascabeles de latón púrpura colgados de las
orejas y una sonrisa hunyadi y joroschó garrapateada en la frente de sien a
sien. Después esporas y vistazos y la imagen de dos caballos amarillos y
descapotables levantando estelas de polvo bronceado con sendas amapolas por
sombrero ornamentadas con espigas. Bajo nuestras cabezas una espiral
logarítmica de pipas de girasol y sobre nuestros pies la remanencia de la tiza
en el asfalto dibujando una rayuela. Y respirar, el respirar en casa otra vez;
eso también estaba.
Como
siempre, llegué tarde, pero antes de que fuera nunca, así que… Y luego las
farmacias apagaron sus cruces verdes y mi ventana se quedó encendida con el
susurro del frío condensándosele en las mejillas. Pero no estoy aquí, es sólo
un decorado. Estoy aquí, y a veces, roto en el suelo, con la cáscara
derramándoseme y la duda éterna palpitándome el hipotálamo, solo, con este
esguince de cerebelo y este tiritar ontológico, a veces, digo, me salgo y me
olvido y me escucho hablándome de no sé qué relojes y cuando miro la hora ya
pasó y me arranco un pelo marrón y se va el tren y ya no busco; me encuentro
perdido.
Ha
habido un momento… y luego ocurrió otra cosa: Un silencio límpido y tranquilo,
esa nota desnuda que despunta sobre el vano y que se oye con los ventrículos
como el blanco de las páginas en las que escribo sobre ti. Y eso.
Y La
porcelana formaba un perfecto loxodromo elíptico y el agua al fondo reflectaba
los tubos fosforescentes. Y pensé: “A pesar del permamoho de la esquina, ¡Qué
buen baño para desmayarse!” Y así pasé media primavera varado en un bar con el
fantasma de Patsy Cline revolcándose en el cáterin del Cabaret Lenin con extra
de anchoas; un desastre.
En fin,
terminé con un hemisferio y un meselo a cada lado, y cada polo derretido y, en
vez de palo, un cucurucho, y, con la macedonia más idónea en un bol, que era
medio coco hueco, perdí la cabeza, es decir, perdí el sombrero, y ya me di por
vencido.
¿Que cómo
salí de aquella, me dices? ¡Que cómo entré! Y así sigo. Columpiándome con los
pies colgando y las manos en los bolsillos. Culpándome de cada uno de esos
vacíos. Armando barcos de papel que se hunden en los párrafos que nunca
escribo. 'Odneiviv, le dicen, viviendo
al revés. Yo qué sé. Y es que todos los días se parecen a todos los días y, por
tanto, eadem mutata resurgo. No sé si premio o castigo.
Apuro
una cerilla hasta la yema y me curo con saliva. Aboclo la ceniza de mis calcetines. La luna se esconde detrás de
los semáforos y se quiebra mi lápiz y estoy despierto, en un desierto, sin
minas de grafito. Un desierto de todo, un desierto de… ¿qué es desierto? ¿Vacío
de qué o repleto de arena? Un desierto de todo, lleno de todo, un desierto de.
Despierto.