5.8.16

Autorretrato de una ameba.

Mi oficio consiste en fagocitar microbios en el cultivo. En fagocitar lo más rápido posible. Es un oficio de amebas. Primero porque cuando está en el cultivo, la ameba tiene ganas de fagocitar, y luego porque cuando hay varias amebas en el cultivo, todas quieren fagocitar más rápido que las demás.
                Un oficio de protozoo.
                Soy una ameba.
                Tuvimos a las procariotas, tuvimos a los paramecios, tuvimos a las arqueas, tuvimos a los bacilos y ahora estoy yo. Este año voy a ser campeona del laboratorio y, en la próxima placa de Petri, me fagocitaré a todos los microogranismos.
                Soy el protozoo más equilibrado de la muestra, el más tranquilo, el más concentrado, y mi trabajo consiste en reproducirme por mitosis.
                Todos los grandes protozoos se reproducen por mitosis.
                Fagocitar más rápido es antes que nada fagocitar de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
                Dar miedo. Fagocitar de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de envolver nada más con tus seudópodos, hasta que una generación entera fagocite como tú.
                En una vida de ameba, no se puede inventar más que una mitosis genial, una y solo una.
                Los bacilos llegaron a los yogures con su fama de «lacto probióticos» y, dos cultivos después, los cincuenta mejores ameboides fagocitaban como ellos.
                Ahora estoy yo.
                Ser una gran ameba es una condición que exige una elongación absoluta de su citoplasma y una concentración total. Yo fagocito a tiempo completo. Fagocito cuando cruzo la platina con el endoplasma en pleno examen. Vivo con una vacuola contráctil en la membrana citoplasmática para regular la presión osmótica. Sonrío al agar y al moho mucilaginoso porque sé que me ayudan a fagocitar. Le doy palizas a las cristidiscoideas, que son unas inútiles, porque sé que eso me ayudará a fagocitar.
                Coged a dos amebas en igualdad de longitud y de material genético, en la misma platina, ponedlas una al lado de la otra, y siempre soy yo la que fagocita más rápido.
                Hago mil fagosomas por semana. Los lisosomas que brotan del aparato de Golgi, esos que degradan antígenos con enzimas proteolíticas, los hago yo todas las noches antes del examen. Me conozco al dedillo todas las platinas del laboratorio y, a ciento cuarenta micras por minuto, las veo pasar al ralentí.
                También me preparo para esos cultivos blandos e imprecisos que nos imponen los azares en la asignación de las placas de Petri. Esos cultivos retorcidos que permiten a un Amoeba Proteus, el eucariota, convertirse en campeón de fagocitosis.
                Todo cuenta en tu fagocitosis.
                Un día, la posición de tu seudópodo se convierte en lo esencial. Es el seudópodo lo que determina la fagocitosis. Has cepillado tu membrana plasmática, te has cambiado catorce veces la forma de tu ectoplasma, has montado en cólera y has perdido por dos orgánulos en la platina de un microbiólogo cualquiera porque al encenderse el foco te has preguntado en qué posición exacta tenías el seudópodo.
                Cuando duermo, fagocito, cuando fagocito, fagocito. Diseño mis glucosidasas, modelo mis fagosomas. Mi vácula y mi citoplasma son inquebrantables, tengo un linaje inconmensurable fruto de la cariocinesis.
                En cuanto el científico me libera en el vidrio del cultivo, libera toneladas de fagocitosis. Después queda una ameba en la platina que ya no tiene núcleo, ni vácula, ni membrana, y que se desliza para fagocitarse a toda célula que pille más rápido que las demás amebas.
                Es la regla.

                Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El quiste.

                Has fagocitado todo microorganismo a la derecha y a la izquierda, entras en la placa de un científico inepto que comete ese minúsculo error de cálculo, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción, porque los científicos ignoran la distracción) que te aparta de las condiciones ambientales favorables. Y ahí llega el verdadero reposo, la animación suspendida. Ya has perdido la flexibilidad de tu ectoplasma, luego enseguida tus seudópodos se encogen y se marchitan. Ya nada tiene importancia, ya no eres una ameba, tu núcleo se endurece, tu membrana se enquista, sabes que vas a ser fagocitado.

Joan Miró


*en respuesta al «Autorretrato del esquiador» de Paul Fournel

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