30.5.18

El ulam.


Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde conseguí este ulam, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó el pasado invierno. Es una historia estupenda.
Estábamos yo, Guibo, y mis tres drugos Alfrodo, Morselo y el Varano, que realmente era un varano de Komodo, sentados en el bar Pancró, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos hacer esa noche, en un invierno tórrido y aciago, cuando por la puerta apareció el Coronel Mostaza y sus secuaces.

CORONEL MOSTAZA: ¡Ahí está!¡Prendedle!
SECUACES: ¿A cuál?
CORONEL MOSTAZA: ¡A ése!

    Los secuaces del Coronel Mostaza se abalanzaron contra nosotros armados con cimitarras y muy mala cara. Morselo dijo:

MORSELO: ¡Fuegodoro!

    Y el Varano escupió un chorro de baba flamable sobre los enemigos. Yo caí presa del pánico por no haber asistido a los ensayos y me hice el muerto, pero Alfrodo, que conocía la estrategia, arrojó un cigarro encendido y certero a los secuaces del Coronel Mostaza, y así murieron calcinados.

CORONEL MOSTAZA: ¡Maldición!

    El Coronel Mostaza sacó su pistola reglamentaria y disparó a Alfrodo, acertándole en el cuello. Alfrodo gritó:

ALFRODO: ¡Ulam!

    Y cayó muerto.

    Morselo, lleno de cólera, agarró la botella de fuegodoro y practicó con ella una espantosa herida en la cabeza del coronel, dejándolo casi muerto.

YO DIJE: ¿Qué ocurre?
MORSELO: Mató a Alfrodo.
Y YO: ¿Y ahora qué hacemos?
VARANO: Vayamos a jalar una vaca o algo.
MORSELO: No. Tenemos que esperar a que éste se despierte para interrogarle. Buscaba a Alfrodo por algo y vamos a averiguarlo. Tú, Varano, vigílale, que no se escape. Y tú, Guibo, registra a Alfrodo por si encuentras alguna pista.
YO: ¿Y tú?
MORSELO: Fuegodoro.

    Miré en los bolsillos de Alfrodo y no encontré más que un puñado de monedas y pañuelos de papel usados. Le dije a Morselo:

LE DIJE: No lleva nada encima.

    Y Morselo, con los labios sucios de fuegodoro, me dijo:

MORSELO: Pues entonces busca dentro.
Y YO EN PLAN: ¿Cómo dentro? ¿Dentro?
MORSELO: Mira en su culo.

    Y efectivamente, en su culo, Alfrodo escondía un ulam.

MORSELO: ¡Por todos los yarboclos! ¡Un ulam nuevecito!
YO: Bueno, más bien semiusado.
MORSELO: ¡Con razón lo querían muerto! ¡Un ulam! ¿Te das cuenta? ¡Por un ulam yo mataba hasta a mi padre!
Y YO: Ya, pero… ¿Cómo se usa?

    En eso que el Coronel Mostaza despierta y grita:

CORONEL MOSTAZA: ¡Soltadme, hijos de puta!

    Y el Varano le da una dentellada de lo más infecciosa y bacteriana en toda la garganta que lo deja muerto.

MORSELO: ¡Varano idiota! ¡Queríamos que nos dijera por qué buscaban a Alfrodo!
VARANO: ¿No le buscaba por el ulam?
Y MORSELO: Ay, pues es verdad.
ENTONCES YO: ¿Y ahora qué hacemos?
VARANO: ¿Vamos a jalarnos el cadáver de éste o qué?
MORSELO: No. Antes tenemos que determinar quién se queda con el ulam.
YO PROPUSE: ¿Lo compartimos?
MORSELO: ¡Es un ulam, maldita sea! ¡No se puede partir en tres partes! ¡Ni siquiera se puede partir en una parte!
VARANO: Yo me quedo con el cadáver, que está fresco.
MORSELO: Entonces sólo quedamos tú y yo.
Y YO: ¿Quién, yo?
MORSELO: Sí, tú. Nos lo jugaremos a muerte.
YO DIJE: ¡Qué me dices!
MORSELO: Te lo digo. Y agradece que te doy una oportunidad. Yo maté al Coronel Mostaza y debería ser el que se quedara con el ulam por derecho.
Y YO: ¡Tú sólo lo noqueaste! ¡Fui yo quien sacó el ulam del culo de Alfrodo! ¡Me lo quedo yo!
MORSELO: ¡Pero si ni siquiera sabes lo que es!
VARANO: ¡Este páncreas es delicioso!
Y YO: Si no quieres compartirlo o me lo quedo yo o lo rompo.
MORSELO: No te atreves.

    Agité el ulam sobre la cabeza de Morselo y le reté a cogerlo.

LE DIJE: ¡Agárralo si llegas, cabezahueca!

    Y Morselo me tiró un puntapié a los yarboclos, dejándome casi muerto. Dijo:

MORSELO: Pues te quedas sin ulam, idiota.

    Me quitó el ulam, lo metió en su culo y huyó para siempre.

Ralph Steadman

 

18.5.18

El último trago de Benjamin Franklin.


 Diapasón. interior. noche.

Benjamin Franklin irrumpe en silencio con aires decimonónicos y un gabán medio nuevo que gasta un parche del sándwich eléctrico en la solapa. Geraldino, a ese lado de la barra, dormita abrazado a una botella de vidrio despojada de mistela y Policarpo, a ese otro, gobierna la taberna con mano de sebo —lo cual resulta una paradoja, pues su gobierno se basa en servir a su misma vez—. Nadie sonríe.

Bosse-de-Nage, por el contrario, acecha todo oculto en las entrañas de la máquina de tabaco. Pero esto no lo sabe nadie, si acaso Policarpo, tal vez sospeche.

Benjamin Franklin se acerca a la barra y la golpea con su índice erecto, varias veces. A continuación, abre la bocota y se lleva dicho dedo a sendas fauces; apuntando directamente a un gorlo sediento, histórico, y enrarecido. Policarpo le observa y atiende; sirve una jarra de cerveza de lúpulo y podreínas, y se aparta de nuevo sin hacer ruido. Benjamin Franklin (de ahora en adelante, Benjamin Franklin) se bebe aquello de medio trago, hace una mueca sorda, como de eructo, y vuelve a salir por la puerta, con paso torcido y redoblado.

Afuera sucede un relámpago.

Voz de Morselo, desde la calle: ¡Ay, caramba!

Por la puerta entran Longaelisa y sus piernas piernas piernas, seguidas de Morselo e, inmediatamente, el resto de Morselo. Piden copas de jarabe de perla con drencrom y Policarpo provee. También solicitan unos chupitos de fuegodoro, Policarpo abastece. ¿Un poco de sal? Policarpo surte ¿Qué tal unas rodajas de lima? Policarpo suministra.

Morselo: ¿Has visto cómo de chamuscado quedó aquel tipo?
Longaelisa: ¡Uh, qué asco, qué asco!
Morselo: ¡Y cómo le implotó la golová!
Longaelisa: Me cago en la leche, Morselo. Como no te calles ya con eso cojo y me marcho y san si te he visto ni me acuerdo. 
Morselo: ¡Vamos, vamos, Longa Longaelisa! Dame un beso y no te enfades. Me divirtió, eso es todo. Anda, dame un beso, dámelo.
Longaelisa: Aparta, nudibranquio, o te practico un octavo orificio en la quijotera.
Morselo: Sólo era una guasa.
Longaelisa: Pues yo me voy a casa.
Morselo: ¿Me llamarás?
Longaelisa: ¿Eh?
Morselo: ¿Eh, qué?
Longaelisa: Que si te llamaré.
Morselo: ¿Mañana?
Policarpo: Venga, Morselo, no seas tan tan y deja marcharse a la muchacha.
Longaelisa: Buenas noches, Policarpo. (sale)
Morselo: ¿Me llamará?
Policarpo: No tengo ni la menor idea de qué yarboclos hablas.

     *Nótese aquí un ligero anacronismo: Los episodios acá representados se sucedieron más o menos en la segunda quincena de abril de 1854, y Morselo hace reiteradas referencias al teletrófono, dispositivo de comunicación que no se inventaría hasta 1854, pero a finales de año. De ahí que ni Policarpo ni Longaelisa comprendan lo que quisiera decir Morselo, el cual, el pobre, por ser analfabeto y no escuchar la radio, ni leer las gasetas, no se había enterado todavía de que tal artefacto aún ni existía.

(ELIPSIS)

Por la puerta ahora hace aparición un abigarrado cuarteto de hoplitas: Caecio y Argestes y Libis. Caecio, con pantalones de cuero negro y bufanda del Poli Ejido, solicita un granizado de níspero y que corra el aire. Argestes, rubio y ario y lleno de gracia, deposita una cornucopia rebosante de frutas y gramíneas sobre la barra y pregunta por quizá un licor dulce o, si no lo hubiere, una copichuela de vino para hacer un bodegón. Y Libis pide un cenicero. Recogen la comanda y se apartan al rincón, con viento fresco.

Policarpo (a Morselo): ¿Por dónde iba?
Morselo: Fuegodoro.

Policarpo abastece.

Policarpo: Total, que el tal Juleo y la tal Rumieta eran dos y locos y enamorados. La una, era hemofílica y el otro, por su parte, padecía de tensión baja. Ésto no lo sabía ninguno. Y sucedió que, de mutuo acuerdo y por motivos familiares que no recuerdo, decidieron acompañarse hasta la muerte y, tal que así, un buen día, abriéronse las venas.
Morselo: ¡Uy, qué disgusto!
Policarpo: Sí, sí, pero ahí no termina.
Morselo: ¿Y cómo termina?
Policarpo: Pues con la desgracia de que a ella el crobo le borbotó en un santiamén, y espiró en un suspiro.
Morselo: ¡Oh, Rumieta! ¿Y qué fue de Juleo?
Policarpo: Juleo tardó bien lo suyo en ficarla, agonizó cosa de tres noches o así, y se aburrió sin remedio.
Morselo: Vaya, Policarpo. Desde luego que todos somos contingentes, pero tú eres necesario.
Policarpo: Lo que tú necesitas es un buen corte de pelo.
Morselo: Al menos me queda este medio gabán medio nuevo.
Policarpo: Sí, no está mal.

Mientras tanto, en el rincón, unos hoplitas desarraigados discuten sobre el tiempo.

Argestes: ¡Otra vez lloviendo! ¿Te lo puedes creer?
Libis, fumando: ¿Quién, yo?
Argestes: No, digo a Caecio.
Caecio: ¿Eh?
Argestes: Que si te lo puedes creer.
Caecio: Yo creo que hace calor calor calor y me pesa la mandíbula.
Argestes: Eso es cierto, ¡qué mandíbula tan enorme!
Libis, viejo: A mí lo que me molesta es que no paréis de moveros.
Caecio: Incluso si te da por pensar en cualquier cosa, fíjate.
Argestes: ¿Qué dices?
Caecio: Que a mí se me antoja inimaginable un mundo en el que nunca se hubieran inventado los relojes, fíjate. ¿No crees?
Argestes: Ya, pero no estaba hablando de esa clase de tiempo.
Caecio: Bueno, incluso si te da por pensar en cualquier cosa.
Libis: ¿Y Juan?
Argestes: Murió. Pero el mes pasado.
Caecio: Ya era hora.
Libis, viejísimo, tose y se hace viejo: Supongo que, después de todo, decimos buen tiempo a esos ratos en los que no pasa nada.
Caecio: Ni una nube, nada.
Argestes: Pues por eso digo, que a ver si escampa.

Ahora sucede que un vidrio se hace añicos contra el suelo provocando tremendo alboroto.

Morselo: Uy, se me cayó.
Geraldino, lleno de cólera y eructando moscas: ¿Cómo has dicho?
Morselo: Que se me cayó, uy.
Policarpo: Está trompa.
Geraldino: De ninguna manera. Aquí no toleramos esas creencias de pacotilla, esos rollos neotonianos de la tiranía gravitacional. Me enferma.
Moselo: ¿Y con qué se comulga entonces?
Policarpo: Verás.
Geraldino: Aquí comulgamos exclusiva y pluscuamperfectamente con la ley de fuga de vacío hacia la periferia; esto es hacia arriba.
Morselo: Tomo nota.
Geraldino: Más te vale.

El espectro de Benjamin Franklin irrumpe en silencio con aires de ectoplasma y chamusquina. No viste ningún gabán, sino un halo fantasmagórico y terrible. Así, de esa guisa, se acerca a la barra. Pero nadie puede verle. “Olvidé pagar la birra”, le susurra a Policarpo en sueños, con acento de psicofonías. “Lo sé”, responderá éste, más tarde, en su cama, bien durmiendo, “Que sea la última vez”. Y el otro contesta, con esa misma voz: “Pero por supuesto”.

FUNDIDO A AMARILLO

9.5.18

Ejercicios de Estilo: Breve.



Hoy sucedió que iba en bus, para ver a mi tío, y un tipo estornudó y se le salió un ojo. Después, cuando llegué a donde mi tío, descubrí no más que un hoyo. Eso hoy. Y ya.