25.7.14

Tránsito.

Pesado tránsito. Tengo hematomas en los brazos y callos en los dedos. También tengo una marca enrojecida en el hombro y no tantas cosas como tenía antes; se quedaron junto a los contenedores en bolsas de basura bajo la lluvia que sin querer predijimos y en chancletas. Se ha quedado tanto atrás. Tanto atrás. Y otra vez me veo en una nueva ciudad vieja aunque no sea el mismo que antes. ¿Dónde quedó el cascarón quebrado? Porque siempre que me araño un poco por cualquier parte del cuerpo rasco una nueva capa y lo que hay dentro debe de ser blando de veras aunque nunca lo haya visto. No hay tiempo para llorar por el tiempo perdido, sólo para empezar otra vez. ¿Pero y lo bien que sienta morirse de impaciencia de vez en cuando? Qué poco sé y cuántas cosas me siguen sorprendiendo así de fácil. Pesado tránsito, sí, pero ahora me siento más ligero. No es que me hayan salido alas, ni mucho menos. Supongo que mis aletas habrán cambiado de forma o algo y ahora se deslizan de otro modo en la pecera que yo mismo tengo por barriga.

Pertinaz y perenne tic-tac que apenas habrá dado un par de vueltas alrededor de mi ombligo. Me salió barba desde que empezó la partida, pero esto no me sirvió de mucho; y ahora heme aquí, entre comillas, quién lo hubiera dicho. Paseando mi incertidumbre con paziencia y correa larga. ¿A quién le importa el gato en la caja cuando uno tiene asuntos pendientes? Mañana ya es hoy y, si uno se descuida, fue ayer. C’est la vie: un tren sin estaciones. Esputos de humo borboteando hasta del suelo. Una nube gris negro gris que el sol se encarga de colorear para que a uno se le olvide que está ahí.


La vida sencilla es un estado de ánimo, como casi todo. Y así de fácil hay que buscarse algún problema de vez en cuando, como el juego de tirarle cantos a una rana. Y de pronto un chasquido metálico te da un sopapo y papá pasó a ser sopa y la marsopa por el mar pasó. Así que si todos los días son el mismo día, procuremos que ese día sea inolvidable.

20.7.14

Veintiocho días.

Recibí un encargo: un completo dossier con toda la información que pudiera encontrar acerca de la luna. Una tarea harto ardua si tenemos en cuenta que vivimos en el año veintitrés, en el tercer mes, nada menos.

Yo desde siempre había pensado que la luna era algún tipo de reflejo del mar en la bóveda celeste, la cual todos creían hecha de cualquier tejido, aunque yo más bien sospechaba que se trataba de una suerte de mineral pulido y cóncavo; Unos sabios en las montañas me revelaron que no era nada de eso, que la luna es un centinela, un calendario, una esfera que todas las noches se levanta para observar, ¿y qué ve? Nada más que puntos luminosos como los que aquí vemos en el cielo.

Ella está enamorada de los mares de aquí abajo, y los mira. Y se miran. Del mismo modo en que dos niños se tumban sobre la hierba para mirar las nubes. Sólo con los ojos, quizá señalando con el dedo. Todo da una vuelta y ahora en vez de un pez o un caballo veo un mono y la bruja volando con su escoba se volvió una flor y el dragón calmó sus malos humos para volverse yo y yo en calavera otra vez y otra vez otra vez todo un dodo jugando a los dados.

Veintiocho días, en resumen; me dijo un carpintero que se aburría de tantas mesas y sendas sillas. Y suele estar sonriendo o triste, pero eso depende de cómo ladees la cabeza.

El resto de documentos o los perdí o eran galimatías de la más diversa índole, decían: ¡Ciao Lilu! o garabatos en papiros. Pero si algo he aprendido es que cada vez que la miro me acuerdo de alguien que, seguro, también la está mirando.

         y así estamos,

                   en un ático,


                            justo ahí.