Recibí un encargo: un completo dossier con toda la
información que pudiera encontrar acerca de la luna. Una tarea harto ardua si
tenemos en cuenta que vivimos en el año veintitrés, en el tercer mes, nada
menos.
Yo desde siempre había pensado que la luna era algún tipo de
reflejo del mar en la bóveda celeste, la cual todos creían hecha de cualquier
tejido, aunque yo más bien sospechaba que se trataba de una suerte de mineral
pulido y cóncavo; Unos sabios en las montañas me revelaron que no era nada de
eso, que la luna es un centinela, un calendario, una esfera que todas las
noches se levanta para observar, ¿y qué ve? Nada más que puntos luminosos como
los que aquí vemos en el cielo.
Ella está enamorada de los mares de aquí abajo, y los mira.
Y se miran. Del mismo modo en que dos niños se tumban sobre la hierba para
mirar las nubes. Sólo con los ojos, quizá señalando con el dedo. Todo da una
vuelta y ahora en vez de un pez o un caballo veo un mono y la bruja volando con
su escoba se volvió una flor y el dragón calmó sus malos humos para volverse yo
y yo en calavera otra vez y otra vez otra vez todo un dodo jugando a los dados.
Veintiocho días, en resumen; me dijo un carpintero que se aburría
de tantas mesas y sendas sillas. Y suele estar sonriendo o triste, pero eso
depende de cómo ladees la cabeza.
El resto de documentos o los perdí o eran galimatías de la
más diversa índole, decían: ¡Ciao Lilu!
o garabatos en papiros. Pero si algo he aprendido es que cada vez que la miro
me acuerdo de alguien que, seguro, también la está mirando.
y así estamos,
en un ático,
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