Pesado tránsito. Tengo hematomas en los
brazos y callos en los dedos. También tengo una marca enrojecida en el hombro y
no tantas cosas como tenía antes; se quedaron junto a los contenedores en
bolsas de basura bajo la lluvia que sin querer predijimos y en chancletas. Se
ha quedado tanto atrás. Tanto atrás. Y otra vez me veo en una nueva ciudad
vieja aunque no sea el mismo que antes. ¿Dónde quedó el cascarón quebrado?
Porque siempre que me araño un poco por cualquier parte del cuerpo rasco una
nueva capa y lo que hay dentro debe de ser blando de veras aunque nunca lo haya
visto. No hay tiempo para llorar por el tiempo perdido, sólo para empezar otra
vez. ¿Pero y lo bien que sienta morirse de impaciencia de vez en cuando? Qué
poco sé y cuántas cosas me siguen sorprendiendo así de fácil. Pesado tránsito,
sí, pero ahora me siento más ligero. No es que me hayan salido alas, ni mucho
menos. Supongo que mis aletas habrán cambiado de forma o algo y ahora se
deslizan de otro modo en la pecera que yo mismo tengo por barriga.
Pertinaz y perenne tic-tac que apenas habrá
dado un par de vueltas alrededor de mi ombligo. Me salió barba desde que empezó
la partida, pero esto no me sirvió de mucho; y ahora heme aquí, entre comillas,
quién lo hubiera dicho. Paseando mi incertidumbre con paziencia y correa larga.
¿A quién le importa el gato en la caja cuando uno tiene asuntos pendientes? Mañana
ya es hoy y, si uno se descuida, fue ayer. C’est
la vie: un tren sin estaciones. Esputos de humo borboteando hasta del suelo.
Una nube gris negro gris que el sol se encarga de colorear para que a uno se
le olvide que está ahí.
La vida sencilla es un estado de ánimo, como
casi todo. Y así de fácil hay que buscarse algún problema de vez en cuando,
como el juego de tirarle cantos a una rana. Y de pronto un chasquido metálico
te da un sopapo y papá pasó a ser sopa y la marsopa por el mar pasó. Así que si
todos los días son el mismo día, procuremos que ese día sea inolvidable.
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