28.2.12

El sueño en el Águila Negra.


«Hijo mío, tomas demasiado en serio al viejo Goethe. A los viejos, que ya se han muerto, no se les puede tomar en serio, eso sería no hacerles justicia. A nosotros los inmortales no nos gusta que se nos tome en serio, nos gusta la broma. La seriedad, joven, es cosa del tiempo; se produce, esto por lo menos quiero revelártelo, se produce por una hiperestimación del tiempo. También yo estimé demasiado en mis días el valor del tiempo, por eso quería llegar a los cien años. En la eternidad, sin embargo, no hay tiempo, como ves: la eternidad es sólo un instante, lo suficientemente largo para una broma».
Hermann Hesse
El lobo estepario


20.2.12

Viajero estético de bolsillos vacíos.


No hacía mucho que me había quedado sin trabajo ni dinero, era lo habitual en los tiempos que corrían –o más bien, desandaban- y desde que tengo memoria recuerdo haberme dicho que jamás sería un sintecho durmiendo entre cartones en la sucursal de cualquier banco-sanguijuela, así que me fui derecho a la editorial Random para proponerles una idea descabellada a modo de negocio arriesgado, les propuse que me financiaran una vida errante rumbo a las cimas tibetanas a cambio de enviarles semanalmente mis desventuras en la carretera, como una suerte de Jack Kerouac de la era tecnológica con un teléfono portátil en el bolsillo trasero y una grabadora de mano  digital, gafas de sol polarizadas y bambas cómodas y robustas… todo un lujo para tratarse de un hombre pobre antaño niño rico. Lo curioso es que picaron, y ahora escribo esto tras mi primera jornada de nomadismo, a unos cuantos kilómetros aún de Bayona. 

17.2.12

A solas con un ritmo.


Anoche le hice el amor a una botella y luego me dijo que se lo hiciera a ella, allí mi pez… encuentra el centro neurálgico, está justo ahí, lejos de esa gente que tiene fe en ti sólo por ser escritor de palabras, la que te hace pensar que lo que dices sirve para algo… como ser un jovial poeta inglés que se levanta a las ocho porque no le gusta madrugar demasiado, coge un título cualquiera de Orwell y se prepara una taza de té y un verde de su colega Samir, de Camden… el resto del día lo pasa asomado a la ventana viendo caer la lluvia al son de los Jethro Tull.

***

Yo, sin embargo, sólo soy adicto a ti, a las pizzas hawaiianas y a los kebabs turcos del Imperio Otomano, porque me gusta todo eso… pienso que la Naturaleza está desprovista de la dualidad bien/mal, y por eso veo que los humanos no somos naturales, no pertenecemos a este mundo. Siento mis palabras, pero esta vez es culpa de esta luna que me ha puesto negro el corazón, y yo, que quería una de esas sonrisas dientes-de-gato y viajar en el gatobús a otra constelación muda. En una casa que era media naranja a la que se le había cortado un gajo para servir de templo de Janos, el viento se agitaba eufórico, por llevar tantos adornos… decía: “me he cruzado con mi camino y… me ha dicho que ya no sabe por dónde llevarme…” Yo mientras meditaba acerca de lo que hacían con los peces del lago ahora en invierno, cuando se congela… todo son desperdicios en cuadernos llenos de tonterías… pingüinos con gafas que beben ginebra de una pecera, sin que nosotros sepamos si comemos perdices o estamos en la horca, o en cualquier rebaño, que es lo mismo. Ahora parece que ya han vuelto las cigüeñas, mis sonrisas aladas… y lo demás está en blanco.

Kazav

15.2.12

Renacimiento.

Llevo una semana extraña, en blanco, y no por que no haya pasado nada, todo lo contrario, pero ya habrá tiempo para eso. Esta vez me desperté, como muchos otros días, con ganas de cambiar algo, vivir más y hacer cosas, así que salté de la cama, me duché y me puse a pensar en todo lo que he hecho hasta ahora y todo lo que quiero hacer... me gusta mi vida, no está nada mal, pero siempre se puede aspirar a algo mejor, a una suerte de Nirvana o algo así, como en aquel póster de "Hoy es el primer día del resto de tu vida", son ganas de no dejar de sonreír, porque todo va bien.


Entró el sol por la ventana y me dio en la cara, haciendo que me despertara, soñaba que flotaba en tu vientre, mamá, que volvía a nacer, que me creaba, que recobraba las ganas de vivir, que la vida aún tenía mil regalos para mí. Soñaba que volvía a respirar bien, y he saltado de la cama con las pilas a cien. Con las ideas oxigenadas, de lo que quiero ser una visión clara, ya no hago un drama por nada, la vida era distinta como yo me la tomaba. No es hacer, no es tener, es ser, es amar, es crear, no es huir ni temer, yo, si me olvidé de mi mismo por demasiado tiempo, da igual, porque hoy es mi renacimiento.
Ninguna droga joderá mi libertad, no quiero dañar mi cuerpo, no quiero fingir, quiero realidad, voy a decir la verdad en todo momento. Hoy soñé que podía cambiar, nada cambias si nada cambia. El mayor amor lo tengo a mi persona, ni me quiero matar ni me quiero morir, perdona. No me gusta ser un infeliz, quiero respirar por la nariz, quiero el puro sentimiento sin alterar, quiero que el tiempo sea una línea vertical, quiero poner fin al motín de mi mente y que mi alma vuelva a reinar, si me olvidé de mi mismo por demasiado tiempo, da igual, porque hoy es mi renacimiento.
Voy a mirarme en el espejo y me voy a perdonar, por fin, por el daño que me he hecho. Voy a mirar ahí dentro y voy a bañarme en mi propia luz de salud y conocimiento. Porque es mi vida lo que está en juego, nada más importante, ya que es lo único que tengo. Voy a quererme y a cuidarme a partir de hoy, no quiero recuerdos ¡necesito vivir más!¡allá voy!

8.2.12

Triste viaje de vuelta.


Llegué a Salt Cave City en el sudoroso ómnibus, haciendo escala en Kingwall, la temprana tarde estaba fría y gris, con charcos de nieve aún agonizando en las aceras.

Había recorrido unas ciento quince millas junto con mi nuevo ilustrador, Apolo Slondo, un tipo fuerte y barbudo que no dejaba de fumar hash, había llegado a la revista hacía un par de años de su Split natal con la intención de convertirse en una estrella de la viñeta y hacer portadas para Rolling Stone y Random House, pero terminó haciendo garabatos para el loco borracho de Paul Village… pobre de mí, con Numen desaparecida apenas podía ilustrar sus dibujos con artículos basura y cuentos manidos.

Ni siquiera recuerdo el asunto que nos había llevado hasta la ciudad de Louis Lion y Vincent Woodland, nos deslizamos desde la parada del ómnibus, en la calle Villalobos, hasta un tugurio melancólico cuyo neón magenta rezaba “Poulet”. El ambiente rezumaba los olores del vino y el humo, buscamos una mesa apartada y nos pusimos a trabajar en nuestras cosas con sendos escoceses con hielo. Yo terminaba un artículo sobre el Derby de Sherry y Slondo… Slondo no dejaba de pintarrajear servilletas mientras anegaba sus fauces en licor, ensimismado en su propia furia al prestarle atención al partido de los Lions.

Pasaron las horas y pronto en la calle no hubo más que tímidos copos de nieve bajo el anaranjado foco de las farolas, la atmósfera del Poulet se había transformado en un bullicio de copas entrelazadas y animadas charlas embriagadas, hacía rato que había apartado mi estéril atención del Derby y me mantenía enfrascado en un relato de Morris West mientras los hielos de mi cuarto vaso se fundían y formaban una película transparente y líquida en la superficie del whisky. Levanté la vista para advertir a mi colega de que iría a pedir otra ronda, pero me encontré solo en la mesa, pensé que habría ido al baño o algo así, así que me estiré un poco y me puse en pie con movimientos temblorosos para llegar a la barra y sentarme frente a ella. Hice un gesto para atraer la atención del barman, que me respondió con un gesto con el dedo para que esperara un segundo. -¿Qué os pongo?-dijo cuando finalmente apareció irrumpiendo mi ensimismamiento –Otro Passport con hielo-exhalé. -¿Y la dama?-contestó con un movimiento de cabeza. -¿Dama? ¿Qué da…?-pensé yo, -Vodka con Kahlúa y leche-dijo una voz a mi lado.

Al principio me quedé estupefacto, pues no recordaba haber llegado allí con ella, pero pronto comprendí que no había sido más que un malentendido, no era más que la chica de al lado, me giré hacia la mesa buscando a Slondo mientras el barman exclamaba “¡Passport con hielo y ruso blanco!” para la canción vital del garito, del que no quedaba rastro. Me armé de un falso valor inducido por el brebaje y me volví a dar la vuelta para hablar con la perfecta desconocida con la que compartía barra, justo al instante en el que nuestras bebidas aparecían ante nosotros.

-No… no eres de por aquí ¿verdad?-dije finalmente.
-¿Cómo lo has sabido?-preguntó con una sonrisa amistosa.
-Por el acento, se nota que eres sureña, justo ahora estaba terminando un artículo sobre el Derby de Sherry…
-¡Ah! Así que eres periodista…-afirmó con curiosidad.
-Supongo… preferiría ser escritor de verdad… por cierto, ¿cuál era tu nombre?
-Cory.
-¿Cory?
-Sí… viene de…
-¡Da igual!-interrumpí-Me gusta así, me gusta Cory.
-Gracias-se rió-¿Y el tuyo?
-¿Mi qué?-pregunté desconcertado.
-¡Tu nombre!-dijo con una carcajada.
-¡Ah, ah! Pues es Paul… viene de… de Paul supongo.
-Pues encantada, Paul-declaró ofreciéndome su vaso para brindar.

Con el chasquido de los vasos mi memoria se desvaneció en una neblina, sumergida por lo menos hasta la cintura, lo justo para poder recordar sinuosas imágenes sin siquiera captar algo de las profundas conversaciones que se acontecieron después, como un viaje de veinte mil leguas de verborrea submarina que pasas en tu camarote, vomitando y mareado por el bamboleo de este Nautilus que algunos llamaron realidad.

Sí que puedo acordarme del paseo hasta la calle Villalobos para coger el ómnibus de vuelta a San Frutos, donde encontré a Slondo tumbado bajo una capa de fina escarcha abrazado a una botella vacía de Johnny Walker con una sonrisa infantil entre la descuidada barba. Me despedí allí mismo de Cory, envuelta en la matutina niebla.

Subí al ómnibus con dolor de cabeza y ojeras, había perdido mis libretas de apuntes y todo lo que llevaba encima, no lo lamenté, sólo lamento no tener ni una dirección, ni un teléfono, ni siquiera un apellido… aquel ómnibus no me iba a llevar a casa.


6.2.12

Una nota en la mesilla para Numen.


¿Sabes? Eso es lo que me gusta de ti, de nosotros, nos gustan los mismos libros, la misma música, las mismas películas. Nos gustan los bares, beber hasta caer en otro sueño, imaginar mil cosas… también puedo compartir contigo mis momentos de soledad, puedo incluso cagar tranquilo contigo en el baño.
Sufro a menudo por aquellas veces en las que te vas y me dejas un poco más solo, pero supongo que yo también lo hago y no te escucho tanto como mereces.

Sin embargo, otras veces pierdes el control, y eso me gusta, me gusta que estés más loca que yo, me gusta ver tus ojos en el reflejo de los míos cuando me miro al espejo, me gusta cuando te escondes y en el momento más inesperado apareces por detrás para susurrarme más palabras al oído.

Porque para mí tú eres perfecta, y no me importa si por ahí las hay mejores… tan solo echo en falta poder sentir de verdad tu calor, aunque sea una leve caricia en la mejilla.

5.2.12

La carta robada.


El objetivo entonces era destruir lo que quisiéramos, hacer nuestras propias reglas… al menos en lo que escribíamos. “Podríamos esconder más cadáveres, es divertido” decía el viejo payaso gordo mientras hacía hueco en el relleno de aquel oso de peluche gigante de feria donde ocultaríamos a nuestra última víctima. “Ni hablar” dije yo “estoy harto de todo esto” y me fui con mi petate lleno de ropa sin lavar. Me había cansado de cavar tumbas todas las noches, pero aún más de servir de entretenimiento a esa gente sin vida, sin caras, no eran para mí más que nombres de cuentas bancarias, ricos más pobres que los pobres que pretenden ahogar su aburrimiento buscando estímulos inocuos y toda clase de mierdas, mierdas caras.

Así llegué aquí, con los pies destrozados después de horas de caminata con la fría luna reflejándose en el asfalto, lleno de cerveza, compareciendo indefenso ante páginas en blanco bajo las incandescentes luces de una barra, envuelto en conversaciones insulsas con ojos tristes que como yo extinguen sus gritos en cada trago.

Tenía que dejarlo, ya apenas conseguía poner algo de orden en todo aquello que parpadeaba en mi cabeza y me hacía tiri-tiritar ¿quién era yo? quiero decir… ¿cuál era mi papel? quisiera decirle a Nina ahora mismo que se callara un segundo y me dejara escuchar las voces de todas aquellas de las que me enamoré en sueños, y ya está.

Cuando era joven podía recordar cualquier cosa, hubiera sucedido o no.
Mark Twain