5.2.12

La carta robada.


El objetivo entonces era destruir lo que quisiéramos, hacer nuestras propias reglas… al menos en lo que escribíamos. “Podríamos esconder más cadáveres, es divertido” decía el viejo payaso gordo mientras hacía hueco en el relleno de aquel oso de peluche gigante de feria donde ocultaríamos a nuestra última víctima. “Ni hablar” dije yo “estoy harto de todo esto” y me fui con mi petate lleno de ropa sin lavar. Me había cansado de cavar tumbas todas las noches, pero aún más de servir de entretenimiento a esa gente sin vida, sin caras, no eran para mí más que nombres de cuentas bancarias, ricos más pobres que los pobres que pretenden ahogar su aburrimiento buscando estímulos inocuos y toda clase de mierdas, mierdas caras.

Así llegué aquí, con los pies destrozados después de horas de caminata con la fría luna reflejándose en el asfalto, lleno de cerveza, compareciendo indefenso ante páginas en blanco bajo las incandescentes luces de una barra, envuelto en conversaciones insulsas con ojos tristes que como yo extinguen sus gritos en cada trago.

Tenía que dejarlo, ya apenas conseguía poner algo de orden en todo aquello que parpadeaba en mi cabeza y me hacía tiri-tiritar ¿quién era yo? quiero decir… ¿cuál era mi papel? quisiera decirle a Nina ahora mismo que se callara un segundo y me dejara escuchar las voces de todas aquellas de las que me enamoré en sueños, y ya está.

Cuando era joven podía recordar cualquier cosa, hubiera sucedido o no.
Mark Twain

1 comentario:

Schmetterling! dijo...

Encontrar nuestro papel es a veces demasiado complicado.
Sobre todo cuando se tiene más de uno.

Muaaa