8.9.12

El atardecer bermelho de Nazaré.


         (…) Y ahora me veo en Nazaré, Portugal, disfrutando de quizá el mejor atardecer de mi vida en el paseo marítimo con el sol alto y bermelho y una Super Bock bien fría. Ayer cogí el autobús de cinco horas y media Oviedo – Madrid con un chófer despreocupado y tan sólo una mochila con algo de ropa y mi pequeño saco de tela de paracaídas heredado. Cogí el tren de Méndez Álvaro a Villalba, donde me recogerían Angélica y Tania con un Fiat Punto tatuado con “Las judías que riegas son las judías que crecen” lleno de aparejos de acampada y el perro Cosmos y la perra Wanda. Pensaba que me llevarían a Segovia para salir al día siguiente hacia mi obrigada Lisboa, pero cuál es mi sorpresa cuando ponemos rumbo oeste con destino Leiria. —Las carreteras hacia la Libertad Absoluta siempre van hacia el Oeste.

         Nos detuvimos pasadas unas horas, en algún lugar de la provincia de Toledo, salimos de la carretera y montamos la tienda en un descampado reseco, con una luna casi plena que nos bañaba en una irreal luz azul onírico. Juntamos palos secos y rastrojos y encendimos una pequeña hoguera donde calentamos pan blanco con aceite y unas rodajas de tomate. Angélica se acostó pronto, y Tania y yo charlamos y contamos estrellas que parpadeaban en guiños de plata tan lejanos. Hablamos también de nuestros náufragos y de nuestros principitos. No dormí demasiado en el duro suelo, nervioso por los pasos de los fantasmas que hacían crepitar la hierba seca.

         Amanecimos temprano y repetimos el menú de anoche para ponernos enseguida en marcha, no sin antes ser descubiertos por un paisano con mono azul de trabajo advirtiéndonos de que habíamos acampado en reserva natural.

         Y el día transcurrió en la carretera, eufórico como sólo se está cuando uno se desplaza sin saber a dónde va a ir a parar, justo como un canto rodado, cruzando la provincia de Cáceres con escala en Moraleja, y a lo ancho de Portugal pasando por Fátima hasta este cielo púrpura que hace que el Atlántico se sonroje.


                   —Con la mirada perdida en el encuentro de cielo y mar, bien despacito, parece que sentimos toda la Tierra rodar.

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