A los tejones no nos gusta mucho la luz del día, estamos más
cómodos en nuestras profundas madrigueras subterráneas. No hacemos mucho ahí
dentro, pero es lo que hacemos. Ni siquiera nos molestamos en comer demasiado
si no encontramos ningún topo o alguna triste e insípida lombriz. Pasamos sed
bajo tierra, y tampoco salimos a beber un poco en el arroyo, nos conformamos
con mascar alguna raíz húmeda. En lo más hondo de la madriguera, nos desparramos
panza arriba y nos hacemos cosquillas en el pelaje de la tripa como tocando
canciones folclóricas de tejones, también nos gusta mirar fijamente cualquier
roca que nos encontremos, como leyendo sus historias. Si soy sincero, por muy
agradable que sea mi vida de tejón en la madriguera, cuando me acuesto por las
noches en mi cálido cubil, se me hace extraño no haber olido bien el aroma de
los árboles y no haber sentido la fresca brisa del invierno en el rostro, pero
sobre todo se me hace extraño no haber encontrado una bonita tejona que me haga
compañía cuando grabe con mis zarpas mis historias en las rocas.
5.11.12
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