Silbando por un camino mi silbido se confundía con el aleteo
de las palomas y los cañones en el viento. Recordé los largos cabellos que
daban vueltas fluyendo por su pecho. Caminando pensé en cada montaña y en cada
mar mientras seguía silbando. A menudo los recuerdos que comparto con ella me
parecen de una época muy lejana, de otra vida libre, de cuando éramos personas.
Y ahora ya no sé qué soy. Pero siempre giramos nuestras cabezas y nos
retorcemos los pescuezos para ver justamente lo que no se puede ver. Y yo miro
al cielo.
Caminando y viajando llegué sin darme cuenta a la Feria del
País del Norte, donde las tormentas de nieve congelan el río y entonces el
verano se acaba y te tienes que volver a volver a poner el abrigo. Recuerdo a
la chica que vivía ahí, y a veces pienso en ella como la que tal vez fue mi
verdadero amor; pero está la tormenta de nieve y este viento helado, y casi que
prefiero abrigarme un rato.
Seguí caminando y después también, con una maleta en la mano
llena de yo-qué-sé y la echo de menos. No sé si es que el mundo gira a cada
paso que doy, pero ella siempre está lejos, por la Tierra. Y las calles vacías
por la noche van a hacer que me maten. Caminé y silbé, siempre lejos y
apostando, tal vez demasiado, pues ya no tengo nada que decir; tal vez esté en
problemas, pero, por favor, no me quites mis zapatos de autopista con los que
camino mientras silbo; creo que me dan algo de suerte y quisiera gastar suela
intentándolo. Acordamos vernos en medio del Océano una vez dejáramos atrás
estas viejas y polvorientas carreteras, pero me temo que hasta el mismo Océano
quiera llevársela algún día y con ella mi corazón en una maleta.
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